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Caminaba una vez más entre las solitarias calles de nuestro pequeño pueblo, rodeado de tantos otros que como yo, se sentían más solos que nunca. Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo. El nuestro es así. Sus paredes cacarizas añoran los días de antaño en que el orgullo de nuestro equipo nos hacía fuertes. Pero ahora, con el final de esta temporada, nos hundimos más en la tristeza.

Mi padre me lo advirtió. Me dijo te voy a dar un consejo antes que nada: no te enamores nunca, porque duele; duele aquí donde la gente dice que tenemos el corazón. Creí que se refería a las mujeres, pero cuando vi que las novias iban y venían más fácil que los campeonatos, al final entendí que se refería a nuestro equipo que venía en franca decadencia.

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Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta, pero lo logré de alguna forma. Cada año la ilusión de que renacería ese equipo legendario del que me contaba mi abuelo me hacía seguir adelante, mantenerme y tener fe. Sin embargo, la vida no es muy seria en sus cosas.

Los años pasaban y las ilusiones se transformaban en decepciones. El tiempo es más pesado que la más pesada carga que pueda cargar el hombre. Ese carga se llevó a mi abuelo sin haber visto otra vez a su equipo campeón, y después se llevó a mi padre. Parecía que él era el único que sabía que el alma del equipo del pueblo se habían ido para siempre, y solamente nos quedaba presenciar su lenta muerte. Aún así no pudo librarse del hechizo al que todos los habitantes estamos sometidos. Se quedó hasta el final, como el más fiel de los aficionados.

Nada puede durar tanto, no existe ningún recuerdo por intenso que sea que no se apague… Pasaron los años. Pasaron mis hijos y sus hijos que nacieron prácticamente sin ilusión. Hasta que de repente, una nueva oportunidad se presentaba. Hacía tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo y de como se ve desde la tribuna, con los papelitos volando y el sonido de las cornetas retumbando. Cometimos todos el pecado imperdonable de soñar y de creer que sí se podía. Que con la victoria el orgullo, la alegría, la dignidad iban a regresar. No fue así. Un gol en el último minuto acabó con todas esas ideas. Al final, todo se quedó en una ilusión. ¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido.

Las palabras en negritas son frases provenientes del breve pero intenso trabajo de Juan Rulfo, autor mexicano que falleció hace 28 años y que es uno de los grandes representantes de la literatura iberoamericana actual. Pedro Páramo y El Llano en Llamas son dos obras que le bastaron para conformar un universo que hasta la fecha se sigue estudiando. Nunca fue apasionado al futbol, pero sus frases llenas de melancolía y añoranza sirven para cuando llega el final del partido.

Por: Bernardo OV

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