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Dentro del mundo del futbol, existe gente que aprecia los jugadores por sus parados tácticos, esos movimientos quirúrgicos que realiza cada pieza de un engranaje para lograr un esquema singular, donde prevalece el orden y el respeto a sus posiciones en torno a la esférica. Pero hay más, hay otros románticos que admiramos la rebeldía de los otros jugadores, esos que se inventan quién sabe qué movimientos con los pies y eluden a un rival y a otro, y al final cuando están a solas frente al arco, terminan la jugada de una forma tan sencilla que apenas y se despeinan. De esos ya quedan pocos, pero cuando miro el futbol de antaño, quisiera estar ahí, como un espectador más, apreciando los partidos de cada Mundial. Donde había algunos equipos plagados de genios. Quisiera ver a un jugador en especial, Roberto Rivelino.

México 70 fue su Mundial, mientras todos los reflectores estaban con Pelé, pocos miraban a este genio. Golpeo de balón excelso -en Brasil se habla de pegarle a la esférica con el efecto de la folha seca, Roberto Rivelino era el mensajero de esta técnica-, no por nada le llamaron Patada Atómica. Habilidad, genialidad y coraje acompañaron a este legendario 10 durante toda su brillante carrera.

Hijo de una familia de italianos, nació el primero de enero de 1946 en São Paulo. Más que un jugador, era un poeta, este bigotón hacía versos con el balón. Incluso es idolatrado por el mismísimo Diego Armando Maradona, que en su juventud (cuando se le notaba un poco de cordura) dijo:

Crecí como argentino, idolatrando a un brasileiro [sic], que se llamó Rivelino, se llama Rivelino… Por zurdo, por izquierdo, por la elegancia, porque lo veía rebelde, Rivelino para mí encerraba todo lo que yo quería ser como jugador de futbol.

¿Qué hacía tan especial a Rivelino? Basta con seguirlo durante un partido, era la representación de locura en el campo, el ejemplo de cómo encarar al rival con un regate de cintura y dejarlo varado en el piso. Conducción siempre con la vista al frente, pases con la parte externa del pie, goles con esa comba mortal que luego haría famoso a Roberto Carlos. Trazos impecables de lado a lado y en los últimos metros, una claridad y una frialdad para definir, que balón se moría en la red.

Debutó con el Corinthians en los años 60, donde ya daba cátedra en cada partido y aunque no logró obtener grandes campeonatos que respaldaran su talento, fue convocado por la Selección para disputar el Mundial de México 70. Plataforma que lo llevó al éxito, se coronó campeón junto con Jairzinho, Tostão y por supuesto Edson Arantes do Nascimento, Pelé. En la Copa de Alemania 74, Brasil no tuvo un final feliz, pero las tribunas de los estadios estaban abarrotadas para poder ver al scratch.

De regreso en el continente americano, Rivelino emigró al Fluminense, donde por fin su talento lo llevó a obtener el campeonato brasileño, en tres ocasiones consecutivas. Cuando llegó Argentina 1978, se acercaba la despedida de Rivelino. El adiós de un genio, mientras otro -Maradona- lo miraba desde las tribunas.

Por Jorge Emilio Mendoza Piña @georgehatetweet

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