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Mientras leía la historia de Héctor El divino manco Castro, me encontré con la mención del nombre de Robert Schlienz. Investigué y es el nombre del estadio del Stuttgart II. Muchos estadios importantes son nombrados como personas que cambiaron la historia del club; como Santiago Bernabéu, que fue jugador, entrenador y presidente del Real Madrid y sus decisiones le dieron al equipo mucho de la identidad y los principios que ahora lo tienen en lo más alto del futbol mundial; o Giuseppe Meazza, que fue uno de los mejores futbolistas del mundo en la década de los treinta y jugó para los odiados equipos rivales de Milán y fue amado en ambos. Hay muchos estadios más que fueron nombrados por alguien que tiene detrás una gran historia que contar, pero la de Robert Schlienz -aunque no le diera nombre a un importante estadio que ni siquiera juega en primera división- es particularmente especial.

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Y de lo que trata es la superación, ganar batallas contra sí mismo para mejorar, como lo hizo Robert Schlienz en el campo.

El protagonista de la historia comenzó a escribir su leyenda a los 16 años con un debut goleador en el Zuffenhausen y un arranque espectacular de temporada. Pero al iniciar la Segunda Guerra Mundial, el joven delantero fue llamado a filas, al frente del Este. En la Unión Soviética recibió un disparo que le destrozó la mandíbula y regresó a Alemania para rehabilitarse y recuperarse. Al terminar la desastrosa guerra, el futbol alemán y sus equipos pasaron por una difícil situación económica y desorganización en el torneo, algunos incluso perdieron a varios de sus jugadores en batalla y el Stuttgart completó su plantilla con algunos jugadores del Zuffenhausen. El portero Ernst Schnaitmann, que también estuvo en la guerra y fue el mejor de Alemania en 1937, pidió la incorporación de Schlienz, quien en sus primeros partidos tuvo una gran facilidad para hacerle goles al portero del Stuttgart. Schlienz respondió marcando 46 goles en 30 partidos y se convirtió en el máximo anotador de la Liga alemana.

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El viernes 13 de agosto de 1948 su madre falleció y Robert jugaba un importante partido dos días después. Después de haber ido ese sábado al funeral, intentó llegar al juego en la ciudad de Aalen con prisas y manejando a una alta velocidad. Desafortunadamente perdió el control y volcó el vehículo en la carretera. Su brazo izquierdo quedó destrozado y no había forma de salvarlo. Fue amputado y Schlienz dio por perdida su carrera futbolística. El delantero alemán estaba desconsolado y no veía forma de regresar a las canchas después de su accidente, pero su talento era imprescindible para el equipo y el entrenador Georg Wurzer lo convenció de seguir adelante. Los entrenamientos fueron adaptados a la discapacidad de Schlienz y los ejercicios para practicar las jugadas eran especiales. Pasó de ser delantero a extremo, y en el partido de su regreso el Stuttgart ganó dos a uno al Bayern Munich con una gran actuación suya.

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Se convirtió también en el capitán del equipo y le dio al club los mejores años de su historia. Levantó dos Ligas, dos Copas y jugó tres partidos en la Selección de Alemania Occidental. Falleció el 18 de junio de 1995 a causa de un ataque al corazón y el Stuttgart le rindió homenaje nombrando en su honor al estadio de su equipo filial. Probablemente la historia sería más sonada si se tratara del nombre de un estadio de primer nivel, de la talla del Santiago Bernabéu o que tan siquiera hubiera recibido algún buen partido internacional. Pero lo que importa no es el tamaño del homenaje ni la forma, es la historia que cuenta de un jugador que muestra de lo que trata el deporte bajo cualquier condición, capacidad o discapacidad. Y de lo que trata es la superación, ganar batallas contra sí mismo para mejorar, como lo hizo Robert Schlienz en el campo, no en la guerra.

Por: Diego García Mondragón/ @garciamdiego

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