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Claudio Suárez
Desde la década de los setenta el mito comenzó a gestarse en los suburbios del casi rural municipio de Texcoco en el Estado de México. En su natal Unidad Habitacional Emiliano Zapata, mejor conocida en el barrio como la UNIDAD ISSSTE, un niño de nombre Claudio Suárez (nació el 17 de diciembre de 1968) comenzó a dar sus primeras patadas al balón teniendo como cancha el garaje de su casa, como compañeros de equipo a sus ocho hermanos y como directores técnicos a Doña Francisca y a Don Zené, sus padres Q.E.P.D.
En un entorno donde las carencias estaban a la orden del día hasta el punto de asistir a la escuela con los tacos de futbol a falta de zapatos, la superación, tenacidad y constancia siempre fueron las premisas con las que El Pájaro (como le apodaban en aquel entonces) se fue abriendo camino tanto en la vida como en el balompié.

De la mano de sus hermanos Sergio (el cual tenia mejores condiciones en aquel entonces según las personas que los vieron jugar) y José Luis, Claudio se fue haciendo un nombre propio en los equipos de tradición texcocanos como: El 13 Negro o el Irapuato de San Bernardino. Todo esto para que a la postre pudiera probar suerte en el Club Universidad Nacional.

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Sin embargo, el camino no fue fácil, las carencias que había en casa, el sacrificar la preparatoria a mitad de camino por el sueño de jugar en Primera, y la necesidad de trabajar y talachear, incluso ya estando en reserva profesional, fueron parte de los avatares que tuvo que sufrir para conseguir el ansiado objetivo, debutar en Primera División.

Gracias a los apoyos de Juan Armenta en reserva profesional, Miguel Mejía Barón y Antonio Torres Servín en el primer equipo, se fue ganando un lugar y el respeto de sus compañeros como Alberto García Aspe o Guillermo Vázquez por quienes al principio no era del todo aceptado. A pesar de esas complicaciones logró asentarse como unos referentes del equipo y logró el campeonato en la temporada 90-91.

A partir de ahí tuvo un excelente mentor y cómplice en Ricardo Tuca Ferretti, quien lo acompañó en su travesía en Pumas, Guadalajara (donde conseguirían otro título) y en Tigres. En todos los equipos para los que jugó fue capitán y un líder indiscutible dentro y fuera de la cancha, ejemplo de esfuerzo y perseverancia, respetado por los rivales, con visión de juego privilegiada y siempre una candidato natural a la hora de cobrar penales.

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En la Selección Mexicana la oportunidad se la dio Cesar Luis Menotti, pero su explosión fue con el Dr. Miguel Mejía Barón. Ahí, gracias a las pintorescas narraciones de Enrique Bermúdez de la Serna, El Perro, se ganó de mote de EL EMPERADOR, el cual le quedó como anillo al dedo porque siempre dio la cara por la selección, nunca se achicó en momentos importantes. A pesar de que tuvo pasajes sombríos como el doping positivo en 1997 en la Copa del Rey Fhad, salió victorioso y manifestando su inmaculado profesionalismo.

Sin duda, El Emperador es el máximo símbolo de la selección nacional de toda la historia y el mejor ejemplo de lograr la meta del profesionalismo viniendo del llano con base en esfuerzo, constancia, perseverancia y empeño.

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Por: Rafael Quintana Reynoso / @Rafa_Elduque

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