Ya en la secundaria mi ídolo seguía dirigiendo la orquesta necaxista. Los años pasaban pero la calidad era intacta. El ímpetu para darle la vuelta al Alajuelense y ganar el boleto al Mundial de Clubes fue memorable. El Manchester tuvo suerte en Rio, y el Vasco puso al Madrid. La foto de Aguinaga besando su medalla del tercer lugar es memorable. Recuerdo que falté a clases para ver los juegos. Bondades de ser buen estudiante.
La final contra el América la salvó Ríos sacando acrobáticamente aquel tiro violento del colombiano Gutiérrez en tiempos extra. Irónico, el arquero de Cristo, otrora héroe necaxista en la final contra las Chivas, evitaría a los rayos ganar otro título. Lo que hubiera sido ver a Alex besando otra copa. El hubiera no existe.
El mundial del 2002 fue agridulce desde el sorteo. Cuando sabía que nos tocaría Ecuador solo deseaba que nos repartiéramos puntos. Torrado no quiso. Mi país le ganó a mi ídolo ecuatoriano. Sentimientos encontrados.
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La mudanza a Aguascalientes irónicamente anunciaba el fin de un equipo legendario y ya no sería lo mismo. Verlo con una camisa azul se me hizo extraño, fuera de lugar, de esas cosas que no te explicas cómo pudieron haber pasado. Y como profesional le metió un gol de crack al Necaxa, y como un caballero que es no lo celebró. Eso era él, un ejemplo en uniforme y tacos. Respeto total.
Y ahora lo veo en televisión comentando, lo sigo en las redes, y cuando me da ganas de volver al pasado hago memoria de mi niñez cuando él comandaba al equipo de la década. Desde que se retiró he visto a grandes jugadores, grandes equipos, y partidos para el recuerdo. Pero cuando alguien me pregunta de por qué me gusta el futbol entonces respondo que es por culpa de Aguinaga, el héroe del Pichincha.
Por: Rogelio Calderón / @irogeman
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