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Boca Juniors

El barrio tiene evocaciones futbolísticas infinitas. Allí donde los sueños se cosechan al ritmo de las desigualdades, cada adversidad es un estímulo. En La Boca lo saben desde el día que cinco jóvenes de origen genovés, sin otro propósito que patear una pelota, fundaron el Club Atlético Boca Juniors. Del gozo por el gozo nació el mito. A 118 años de distancia, ni siquiera el glamour de los éxitos ha sido capaz de atenuar la firme identidad barrial de un club tan amado como odiado. Mito y destino, La Boca nunca reniega de sus orígenes.

Hijos de migrantes nacidos para el futbol

El 3 de abril de 1905 cinco jóvenes decidieron hacer tangible su anhelo. Sus nombres: Esteban Baglietto, Alfredo Scarpati, Santiago Sana, y los hermanos Juan Antonio Farenga y José Teodoro Farenga. Los tres primeros, influenciados por Paddy MacCarthy, profesor irlandés de educación física, se propusieron formar un equipo de futbol. La idea tuvo consenso: los hijos de migrantes italianos practicarían en La Boca el juego preferido de los obreros británicos. Si la iniciativa fue bien recibida por todos, enseguida devino un problema familiar para quien alguna vez jugó a este deporte: escoger el nombre y los colores de la vestimenta.

Quizá sin proponérselo, aquellos muchachos dotaron de identidad a generaciones enteras. Boca, porque era el nombre del barrio al que querían honrar. Juniors, porque Santiago Sana estudiaba inglés, soltó la palabra y al resto le gustó cómo sonaba. Boca Juniors, jóvenes de La Boca. El nombre relegó a otras opciones como Hijos de Italia, Defensores de La Boca y Estrellas de Italia. El bautizo llevaba impregnada la esencia del equipo, porque es en la flor de la juventud cuando se forjan las pasiones indestructibles.

Colores como identidad

La suerte, contrario a lo que creen los dogmáticos de la lógica, suele dirimir muchas cuestiones vitales, como el color de la indumentaria. Después de haber jugado los primeros años con una camiseta blanca con finas líneas negras verticales, en 1907 decidieron cambiarla. Juan Rafael Brichetto, presidente del equipo, decidió que Boca llevaría los colores del primer barco que viera en el riachuelo que desembocaba en el puerto. El buque sueco Drottning Sophia legó los colores azul y amarillo a Boca Juniors para siempre “Aunque vos seas malo jugando, te ponés la camiseta de Boca y te hace grande”, ha dicho Diego Armando Maradona.

Un barrio que no es para cualquiera

¿Cómo explicar de manera racional que el mismo barrio que ha visto encumbrarse a decenas de leyendas planetarias sea el mismo en el que la violencia y la pobreza se mantienen intactas en el tiempo? La confección del mito reside en su identidad. En ser capaz de lo mejor y lo peor sin apenas distinción. Ese barrio, en el que un grupo de niños puede asaltar y propinar una golpiza a un turista, es capaz de unir a la miseria con la aristocracia, de excitar al más timorato y apasionar al más escéptico. La Bombonera no se construyó sino hasta 1940, pero en los callejones del barrio y en todas las sedes que tuvo el club, la pasión no ha entendido de límites ni de exclusiones.

La grandeza es un valor subjetivo en el futbol. Nadie entiende muy bien cómo se forja. Pero en el caso de Boca, la grandeza es inherente a su génesis. Antes de Riquelme y de Palermo; de Latorre y Batistuta; de Maradona, Brindisi y Gatti; incluso antes de Rattín, Marzolini y Rojas. Boca ya era grande antes de los nombres propios.

Cielo azul, estrellas doradas

Entre 1918 y 1924, el club se hizo de cuatro campeonatos amateurs. Y en 1925, se internaron en Europa para una gira histórica que provocaría el estupor de los rivales y el regocijo del que se apropian quienes vencen por sorpresa. Boca disputó un total de 19 partidos, de los que ganó 15, empató uno, y perdió tres. La victoria más destacada se dio contra el Real Madrid, en presencia del rey Alfonso XIII. 65 años después, en los albores del siglo XXI, Boca reeditó esa victoria para coronarse Campeón del Mundo en Tokio. El éxito es genético.

El inexorable tiempo convirtió al equipo de barrio en un portentoso imán de masas. Imposible saber si hay en la historia más hinchas de Boca o más tapas de diarios con sus hazañas —y también con sus penurias—. Miles de litros de tinta después, la televisión hace de sus triunfos y de sus derrotas un monólogo hartante.

‘Si quieren ver fiesta, vengan a la 12…‘

Hay elementos suficientes para creer que la polarización, palabra tan de moda, también es culpa de Boca, de sus hinchas en particular. Ellos dicen que son La Mitad más uno. Amados por la mitad de Argentina y por uno más; odiados hasta la médula por el resto. En una democracia, tendrían mayoría absoluta.

En aquellas tandas de penales que tantos títulos dieron a Boca, muchos acusaron que al equipo únicamente lo acompañaba la suerte. Bien podría ser cierto, aunque en algunas ocasiones la suerte prefiera llamarse destino.

De Boca puede decirse que es un club de barrio que adquirió matices elitistas, pero que conservó incólume la esencia de su sangre. La fuerza del mito es eterna, como reza un mural de agradecimiento en el barrio: “A los fundadores y a la gente, a los artistas y a los ídolos, al tango y al fútbol, que hicieron de La Boca un destino y un mito”. La grandeza tuvo un principio. El fin habría que buscarlo en lo infinito del océano.

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Por: Omar Peralta / @OmarPeraltaH

 

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