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Es 1934 y Camilo José Cela (1916-2002) se pasea como un vagabundo por los pasillos de la memoria. No hace mucho que ha abandonado la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, él como muchos sabe que las letras son una pasión que se desborda. Muy parecida al amor que profesaría tiempo después por el balompié en su obra: Once cuentos de futbol. Allí en la juventud de la pelota, donde el esférico no conocía más que la alegría del juego, Camilo José Cela emerge cuestionando lo que se entiende como literatura.

De ahí la importancia de voltear a ver los años formativos del autor de La familia de Pascual Duarte, ya que a la pregunta sobre ¿qué debemos escribir?, el Nobel de Literatura de 1989 responde con bravura afirmando que no hay temas sagrados. La cotidianeidad baña palabras y las palabras forman historias. En donde cabe desde la genealogía crítica de una familia hasta el amor por el deporte y el despunte de un tiro a gol.

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De médico a escritor y en medio, una pasión

Al parecer la cancha de la medicina no le decía mucho a Camilo José Cela, pues comenzó a participar como oyente en la Facultad de Filosofía y Letras. Allí se embargó de las discusiones actuales de literatura, tanto en el ámbito intelectual como en los círculos políticos de una España que miraba con imaginación, ese mundo provinciano que enamoró a Dos Passos y a Hemingway, el cual pronto desaparecería con la guerra civil.

Es en ese período de los treintas, donde conoce a Pedro Salinas poeta español emblemático a quien le muestra sus primeros versos, junto a Zamora Vicente y Miguel Hernández, éste último figura titánica que con su presencia le propondrá sin querer un replanteamiento sobre la postura de la creación literaria. Ya que el autor de El Rayo que no cesa representaba no solo un actor comprometido en el escenario político, sino también un poeta de las cosas sencillas. Es decir, alguien que conocía y resignificaba la humildad de las provincias españolas. Este acercamiento sin duda influirá en los temas que tratará posteriormente, incluido el futbol. Tema que el mismo Miguel Hernández desarrolló en Elegía al guardameta.

La Familia de Pascual Duarte

La literatura sin duda es conjunto a la inspiración, una composición de funciones que nacen de la experiencia. Cela lo entiende gracias a lo que vive en sus años de juventud y a la manera en que compone las palabras con la vida misma. Allí donde juega de niño en el colegio de Jesuitas de Bellas Vistas, en Vigo. A un tiempo la voz y la prosa, el deporte y el arte. Todo en un momento que vuelve a nombrar el cuento. Y es que el futbol nunca abandonó al novelista español, fue un vehículo de resistencia y esperanza que se codificó en la piel del autor de La colmena, siendo sin duda parte fundamental de su leyenda. Afuera el balón rueda por la calle López de Hoyos y viaja a través de Torrijos, con el primer amor.

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La pelota podría ser catalogada de un objeto sencillo, sin embargo su curvatura es hermosa cuando se nombra desde las letras.

Cuento y futbol

El género literario del cuento es sin duda una obra artesanal, utilizando una metáfora sumamente visual podemos imaginar su creación, como un amasamiento en el cual se confecciona poco a poco una obra. Por eso cuando unimos esta trabajo discreto y bello con la composición del balompié, resulta un producto sorprendente, cuyos rasgos estéticos retratan la pasión de una historia que nunca se termina de narrar.

Camilo José Cela lo entiende a la perfección y responde en 1963, con la conclusión de su proyecto literario. Y es que los jugadores estructuran una sinfonía. Mientras que el amor por la pelota encuentra un nicho en: Once cuentos de futbol. Donde cada historia es un formato que plantea cuánto estamos dispuestos a dar en una batalla épica, como lo es la cancha del balompié. Tragicomedia contemporánea donde el amor que profesaba Cela por el Celta de Vigo encuentra resguardo. Y vive para siempre.

Por: Andrés Piña/@AndresLP2

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