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Primera parte

VI

Ya sea por indisciplina, confianza, cruda, miedo o vudú, la selección Mexicana no pasó al mundial de 1974 en Alemania. Caímos 4-0 contra Trinidad y Tobago, quedándonos a 4 puntos del clasificado Concacafiano, Haiti. Campos tenía apenas 10 años. Quién sabe si aquel 27 de junio se fue  a dar una vuelta a caballo por la playa, o si vio uno de los partido más cargados en la historia del fútbol: el Alemania del Este contra Alemania Occidental.

Tras la derrota de Hitler, por el lado de los capitalistas se formó el OTAN y por el de los comunistas el Pacto de Varsovia. Los primeros, liderados por Estados Unidos, Francia e Inglaterra, se oponían a la misión expansionista de los lideres del segundo: la Unión Soviética. En medio de ambos una Alemania dividía. A medida que las tensiones entre ambos grupos de poder crecieron, los Soviéticos construirían el Muro de Protección Antifascista; El Muro de la Vergüenza para los occidentales, y El Muro de Berlín para la memoria colectiva. Por el occidente una Alemania capitalista, por el este la comunista. 

La guerra se llamó fría porque sus dos protagonistas limitaron el conflicto directo a la propaganda, las amenazas y la expansión de sus ideales. Para la sangre, la muerte y la violencia usaron a terceros. En los partidos de clasificación la Unión Soviética se rehusó a jugar en el Estadio Nacional Chile. Pues, dos meses antes, tras el golpe de estado de Augusto Pinochet (financiado por Estados Unidos) al proyecto socialista de Salvador Allende, el estadio se había usado como campo de concentración. La FIFA negó la petición de jugar en un campo neutral. Jugando contra nadie, los chilenos celebraron con tribuna llena, un gol a portería vacía que los mando al mundial del 74. Estados Unidos no clasificó ni al clasificatorio de la CONCACAF.

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Aquel enfrentamiento en la fase de grupos del mundial del 74 fue la única vez que ambas Alemanias se verían la cara en una competición oficial. Para los alemanes, una lucha entre hermanos divididos. Para los soviéticos y gringos, una guerra indirecta más. Para el mundo, más allá de la dualidad entre capitalismo y comunismo, dentro del campo se proyectaron las tensiones de la revolución cubana y la bahía de los cochinos, las masacres en Indonesia y Bangladesh, la guerra de Vietnam, y la de Yom Kippur, los golpes de estado en Argentina y Chile, las revoluciones en Grecia y Portugal, y muchos otros conflictos armados apoyados o inspirados por ambas potencias. Al final, en uno de los conflictos más fríos de aquella guerra que dejó millones de muertos, Alemania del Este se llevó los tres puntos con un solo gol de Jürgen Sparwasser. 

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Jürgen Sparwasser

Para la final, el triunfo de Alemania Occidental sobre la Holanda de Cruyff, sería visto por más de 800 millones de personas. A pesar de que los del Este se habían despedido en la segunda fase, la invisible presencia del conflicto giraría frente a cada uno de esos espectadores: sobre el césped y el cielo.  

El 4 de octubre de 1957 la Unión Soviética enviaría el primer satélite artificial a orbita: el Sputnik I. Aquella pelotita metálica envió a la tierra las primeras cósmicas ondas de radio y dio comienzo a la carrera espacial entre Estados Unidos y los soviéticos. En 1962, basado en la tecnología de los misiles Nazis, el cohete Thor-Delta llevaría desde Florida hasta la órbita el abalonado satélite Telestar 1: mismo que daría la primera transmisión transatlántica de televisión y su nombre a los balones usados en México 70, Alemania 74, e, irónicamente, Rusia 2018. 

Para el mundial de Inglaterra 66 (el primero globalmente televisado), fue el satélite Pájaro Madrugador quien conectó con la Estación Terrena de Tulancingo para dejarnos ver por primera vez a nuestra selección en un mundial. Después de ver dos robos, un gol en contra y uno a favor en el primer partido ante Francia, contra los anfitriones vimos un inútil intento de catenaccio por parte de Nacho Trelles y dos goles de los ingleses. Dicha visión no se nos quitó hasta que por primera y última vez, pudimos ver a La Tata ‘el Cincocopas’ Carbajal atajando contra Uruguay. No pasamos. Los soviéticos quedaron cuartos, y por primera vez en la historia, la copa se la llevaron aquellos que inventaron el juego. 

VII

En pleno auge imperialista y colonialista nacía la acumulación de recursos y con ella el capitalismo. La corona que nos dominaba, endeudada y más preocupada por decorar sus iglesias que construir fábricas, se dedicó a nutrir con nuestras riquezas la industria inglesa. En 1821, poco después de consumar nuestra independencia, aquel imperio donde el sol no se metía nos reconoció primero que nadie. Dándole tan solo tres años de apariencia a su bondad, en 1824 llegarían los  mineros ingleses para acabar de explotar lo que los españoles habían dejado. Como románticos de José Alfredo, con el permiso de Lucas Alamán, ministro de exterior, los ingleses de la Compañía de Aventureros se fueron a «buscar un rincón cerca del cielo» y lo encontraron en Real del Monte, Hidalgo. 

Desde antes de que a los pueblos mesoamericanos les tocara descubrir a los europeos, nuestras tierras contaban con miles de canchas y el balón ya era Dios. Aquella pelota de caucho que usaban los mayas, mexicas, olmecas, teotihuacanos, zapotecas y olmecas en sus rituales simbolizaba los movimientos del sol y la luna. Aunque no se permitía usar los pies, para muchos este es uno de los precursores de aquel juego que a las 7 p.m, en una taberna masona de Londres, en 1863 se estandarizaría con el nombre de football. 

Los pastys ingleses, empanadas rellenas con una trencita que sirve para comerlos con las manos sucias, se latinizaron a pastes y se expandieron por todo el estado. Aquel juego que los trabajadores ingleses jugaban entre bocados, se latinizó a futbol y se fue por todo el país. El 3 de noviembre de 1891, en San Cristóbal, Ecatepec, se jugó el primer partido del que se tiene registro. Contratada por Porfirio Diaz, la compañía del Weetman Pearson se encargó de construir el gran canal de desagüe de la Ciudad de México. Aquella tarde de otoño por el puro gusto de jugar, los trabajadores de Pearsons & Sons se dividieron entre los Pearson’s Wanderers y los San Cristobal Swifts. Los Wanderes ganaron el primer partido de nuestra historia por la mínima.

Un año después el club Pachuca sería fundado. En 1898 surgiría el Orizaba Athletic Club. Para 1902 junto con el Reforma Athletic Club, el British Club y el México Cricket Club, el Pachuca y el Orizaba protagonizarían la primera liga mexicana de fútbol. Más tarde llegarían las Chivas, y el Real Club España. Ese mismo año Weetman Pearson descubriría petróleo en el Istmo de Tehuantepec, sentando las bases para fundar la Compañía Mexicana de Petróleo el Águila, subsidiara de la Royal Dutch Shell: una de las principales empresas que en 1936, tras una serie de huelgas por el sindicato de trabajadores, Lázaro Cárdenas del Rio, nacionalizaría. 

VIII  

No se sabe a qué equipo de fútbol le iba el general Cárdenas, o si le gustaba el deporte. Pero su presidencia y filosofía marcarían un antes y después en aquel naciente fútbol mexicano. Su apoyo a la causa republicana, tanto en la exportación de armas como la importación de migrantes ayudó a nutrir de jugadores a dos de los equipos más exitosos de la época: el Asturias y el España. Durante su sexenio los militares formarían el Marte y las clases altas el América. El Atlante, equipo de obreros, pasaría a manos de uno de sus hombres de confianza, el Coronel José Manuel Nuñez. Durante esta época el fútbol se comenzó a profesionalizar y dejo de ser un deporte exclusivo para extranjeros. 

Tras el escándalo que provocó a gringos y conservadores mexicanos la expropiación petrolera, la nacionalización de la red ferroviaria, la reforma agraria, la masificación de la educación pública y la creciente relación con los soviéticos, Cárdenas se vio obligado a escoger a un sucesor más moderado. Muchos acusan a Manuel Ávila Camacho de frenar el cumplimiento de los ideales de la revolución. Sin embargo, bajo su mandato se dio una quasi-nacionalización del fútbol, cuando, impulsado por el Coronel Nuñez, firmó un decreto que prohibía que más de cuatro jugadores extranjeros jugaran en un equipo. Lo que por seguro no frenó fue el crecimiento de Acapulco como paraíso turístico. 

 Antes de que Campos pisara las playas de su tierra, el mar guerrerense ya había borrado las huellas de Elvis Presley, Orson Welles, Luis Buñuel y León Trotsky. El asilo a este último, quien apuntaba al fútbol como uno de los culpables de que las clases obreras en Inglaterra no hubieran comenzado una revolución (7), terminó de complicar la relación entre ambos países. En 1924 México se convirtió en el primer país de América en reconocer a la Unión Soviética. Sin embargo, seis años después, de la mano de Portes Gil, México rompería sus relaciones diplomáticas a causa de diferencias ideológicas. Cuando Cárdenas llegó al poder, se encargó de reestablecerlas. Sin embargo, en 1937, con la llegada de Trotsky las cosas se complicaron. No sería hasta 1942, año en el que México se une a la guerra en contra del fascismo, que nuestros gobiernos se volverían a querer. Un año después se fundaría la liga profesional de fútbol. 

En 1969, con 37,000 armas nucleares de por medio, las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética comenzaron a mejorar. Un año antes México había sido anfitrión de las Olimpiadas. Para dicha ocasión, Pedro Ramírez Vázquez, presidente del comité organizador y arquitecto del Museo Nacional de Antropología y la Basílica de Guadalupe, había creado aquel implacable coloso de concreto llamado el Estadio Azteca. A su sombra y entre el ruido de 100,000 espectadores, se buscaría esconder y callar los reclamos por la masacre contra los estudiantes en Tlatelolco; misma que había sucedido once días antes de que México jugara el primer partido de fútbol olímpico contra Colombia.

En 1970 el coloso de Santa Úrsula albergó su primer partido mundialista. En aquella inauguración, sonó, después que el nuestro, el himno Soviético. Ese día, como durante toda la guerra, se vio un México neutral. La Unión Soviética no quiso ofender a su anfitrión y uno de sus más importantes aliados. Ambos se conformaron con un 0-0. Ambos pasamos del grupo. Ellos llegaron a cuartos y nosotros nos quedamos a la espera del quinto partido. 

LA INAUGURACIÓN
Estadio Azteca, 1966

IX

En el 86, Gorvachev llevaba un año en el poder y la transición Soviética a una economía de mercado, bajo el nombre de Perestroika, había comenzado. Para ese entonces Campos ya vivía en la Ciudad de México. Le tocó ver aquella mítica selección de Larios, Boy, Negrete, Aguirre, Hermosillo y Hugo Sánchez, y quizá se fue al Ángel a celebrar el triunfo ante Bulgaria que nos dio ese primer pase a los cuartos de final.

Dos años más tarde, un 11 de diciembre, tan desesperado por jugar que estaba dispuesto a cambiar de posición, debutó como delantero. Esa temporada metió 24 goles. En el próximo torneo llegó a la meta de la mano de Mejía Barón. Las siguientes temporadas se campechanería. 

Las pocas imágenes que nos llegaban de Europa tenían como protagonista a Hugo Sánchez vestido de blanco. El 8 de noviembre de 1989 el derbi madrileño quedo en ceros. Dada la diferencia horaria es probable que muchos de los que se quedaron esperando a que cayera alguno de los 38 goles que marcaría esa temporada vieron en vivo la caída del muro de Berlín. Quizá, para los que podían ver tele gringa, la primera señal del inminente colapso de la Unión Soviética llegó meses antes, en la forma de un anunció de Pizza Hut que tenía como protagonista a Gorvachev (8). Unos meses más tarde, a un año de su disolución, la Unión Soviética ganaría una última batalla ante Estados Unidos: el 24 de febrero del 90, en un amistoso intrascendente, golearían 3 a 1. En el mundial de ese año, al que México no fue por culpa del escándalo de los cachirules, ninguno de los dos pasaría de grupos. Mientras que para los soviéticos esta sería una trágica despedida, para Estados Unidos, aquellas tres derrotas fueron causa de celebración: después de 40 años sin clasificar, la eliminación se sentía como el comienzo de algo. 

X

El 94 fue un año de imágenes: guerrilleros chiapanecos con cuernos de chivo y pipas, cadáveres de ganado con dos orificios yugulares y sin sangre, un asesinato político al son de ‘La Culebra’, Diana Ross fallando el penal inaugural, la ráfaga fosforescente de Jorge Campos lanzándose para atajar un balón. Todas ellas entrecortadas por la historia de Marimar y marcadas en la memoria junto con aquel solecito, símbolo por excelencia del monopolio televisivo. Aquel primer mundial sin los soviéticos, pero con Rusia y la Alemania unificada, se jugó en un país en el que el 80 por ciento de su población no tenía idea de qué sucedería. Es evidente que la alegría nacional nunca fue el punto. Corrupción, dinero, crecimiento, apertura, diversificación, supremacía, poder suave son palabras que sirven de razón. Todas se pueden unificar bajo el manto de una: espectáculo. Y en aquel mundial, pocos jugadores dieron más espectáculo que nuestro guardameta. Quizá, por todo esto, dos años después, el Brody se convertiría en uno de los fichajes estrella de aquella MLS que buscaba legitimarse ante los ojos del mundo.

No hay prohibición de "cascaritas", pero habrá multas a quien moleste a vecinos: Frangie - Puntual Jalisco

XI

Decía Galeano que «la historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber». En nuestra época de petro-equipos, estadios corporativos, calendarios atrofia músculos, transferencias rompe corazones, Superligas, y mundiales de sangre y corrupción, es difícil recordar el juego por el juego. Incluso, al voltear atrás y ver una instrumentalización más noble (el fútbol como orgullo nacional, ideológico, religioso, o personal) la libertad del ocio se difumina entre una razón. Entre la pasión del espectador se olvida todo. Por el puro hecho de hacerlo encontramos la emoción de un niño y nos dejamos enamorar de una belleza imposible de describir. Sin embargo, la alegría también es útil. Nuestras miradas de ilusión se transforman en lucrativos blancos para afinados anuncios, la afinidad a los símbolos que nos inspiran no vale si no se demuestra con caras camisetas estampadas de logotipos corporativos, nuestro aliento colectivo se condiciona a pagar un boleto. El fútbol le tiende a ser fiel a nuestro sistema económico, para ambos, nada existe si no se puede mercantilizar.

Sin embargo, en el mundo aún existe lo inútil. Se puede observar en muchas calles y canchas del mundo después de que los relojes dejan a los niños salir de la escuela. En México se llaman cascaritas en honor a la imaginación y la física que permiten convertir a casi todo en balón. En estos espacios variados con tiempos ajenos al reloj (medidos por goles o el grito de una madre que convoca la cena) a la pasión se la lleva el viento, volviéndola infinita antes de que pueda ser utilizada. 

Es curioso que en un país con tanto amor al fútbol y tan pocos logros en él, a Jorge Campos Navarrete no se le recuerde por lo que logró sino con un cariño inexplicable. Cuando Hugo o Rafa entran a la conversación vienen acompañados de sus pichichis, ligas, y Champions. En cambio, con el Brody, casi nunca se habla de sus cifras insólitamente hermosas para un portero: 543 partidos jugados, y 42 goles. O del hecho de que Menotti y  Schmeichel lo llamarían adelantado a su tiempo y el presente les daría la razón: Ederson, Ter-Stegen, Alisson, Valdés, Neuer, el arquetipo del portero moderno juega fuera de su área, sabe usar los pies, y tanto para Cruyff como para Guardiola, es el principio de toda jugada. Cuando se habla de Campos llegan las risas que le provocaban los goles que le metían, sus inexplicables travesías al área rival, sus uniformes, sus mañas, saltos, y recorridos: el hecho de que jugaba como si fuera un niño. 

Sería imposible argumentar que uno de los futbolistas que más mercancía han inspirado, puede simbolizar algún tipo de rebeldía ante el sistema. Sin embargo, al recodar al Inmortal y la historia global que se tiene que entender para entenderlo, no puedo no querer hacerlo. 

Por: Hector Maccise

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