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Infancia futbol

El futbol, antes que nada, es un juego. Y como tal, remite al individuo a su infancia. Pero esta reconexión, quizá, aflora más en el hincha que en el jugador profesional, pues, como su nombre lo indica, para el jugador, es su trabajo. Sin embargo, al hincha, el futbol le permite gritar, cantar, saltar, emocionarse, llorar, si es necesario. Sobre todo, en ambientes completamente masculinos, como el estadio, el bar, el hogar y hasta algunos lugares de trabajo. Espacios en los que, si hay futbol, el macho alfa, lomo plateado, caballero de la noche, voz de espartano, puede permitirse ser ese niño que la sociedad heteronormada no concibe como posible.

Claro, hay ciertos códigos totalmente cuestionables a la luz de la ética; y, por qué no decirlo, también hay otras manifestaciones de la violencia. Pero, como menciona Johan Huizinga en su famoso Homo Ludens: “En la esfera del juego las leyes y los usos de la vida ordinaria no tienen validez alguna.”  Y sucede, en el futbol, que “al cruzar el umbral del templo, se dice que el mundo queda fuera y lo que acontece puertas adentro corresponde a un universo simbólico distinto”, tal como lo menciona Galder Reguera en Los hijos del fútbol

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Y bueno, mientras haya futbol, durante los 90 minutos reglamentarios, el hombre común puede permitirse ser un infante o, mejor, un “salvaje”, como Javier Marías decía de sí mismo en Salvajes y sentimentales: “Es más, en mi caso particular confesaré que es de las pocas cosas que me hacen reaccionar hoy en día de la misma manera –exacta- en que reaccionaba cuando tenía diez años y era un salvaje, la verdadera recuperación semanal de la infancia.” 

Salvajería feliz

En esa misma línea de la barbarie, Martín Caparrós, en Boquita, menciona: “a veces soy consciente de que llegar a ese grado de apasionamiento por la forma en que once muchachos patean un cacho de cuero es indefectiblemente idiota, pero disfruto de poder hacerlo, de poder suspender el juicio durante esos noventa minutos, de poder ser un nardo que se entusiasma por algo que la razón no justifica. Es el espacio de la salvajería feliz.”

Sin embargo, el futbol no sólo es el terreno que le permite al individuo ser un salvaje, también es un punto de encuentro con el pasado. Casi todos nos hicimos hinchas en la niñez. Y por lo general, el equipo de la infancia es para toda la vida. Porque el amor a la camiseta se aprende en casa, desde pequeños.

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Infancia futbolera

Además de que, durante la niñez, se está más cerca del futbol, ya que, a fin de cuentas, se trata de un juego, y “el juego es puro deseo de vivir”. Quizá por ello, los nenes funcionan muy bien como grandes protagonistas dentro de la literatura del futbol. Y es que, como dice José Cantero Verni en su poema “Infancia futbolera”, en la infancia “la pelota va en el alma” y “ser niño era un mundo”. 

Y a pesar de que biológicamente la niñez es breve, algo de ella se queda en nosotros para siempre. Lo bueno es que hay muchas cosas que nos pueden reconectar con ella de manera inconsciente, como el futbol, un espacio que podría parecer muy adulto debido a algunas prácticas internas como el negocio o la corrupción, pero que, en esencia, le permite al individuo, entre otras muchas cosas, conducirse como si fuera un niño sin que la mirada de la sociedad le haga pagar costos altos por ello. Y esa pequeña libertad hace del futbol uno de los deportes más hermosos del mundo. 

Por Jaina Mata / @jainamata

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