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Oliver Kahn

De entre la cantidad innumerable de jugadores que pertenecen a las páginas del futbol, hay nombres que, por supuesto, sobresalen entre otros. Es ahí donde encontramos a un arquero que por la redonda lo hizo todo: protegerla; resguardarla; luchar por ella; inclusive estallar en cólera para  cuidarla de ser necesario. Oliver Kahn, el arquero que siempre quiso el balón entre sus manos.

Su padre es Rolf Kahn, quien fue jugador de diversos equipos en Alemania, aunque con quien brilló fue el Karlsruher SC. Oliver nació el 15 de junio de 1969, precisamente en esa ciudad que da nombre al equipo: Karlsruhe. Su abuelo paterno nació en Letonia y trabajó para la Armada Alemana durante la Segunda Guerra Mundial, y tras finalizar ésta se mudó a Alemania.

La disciplina militar pasó a formar parte sustancial de su vida, así como la pasión por el futbol: herencia. Sin embargo y, a diferencia de su papá, Oliver no se interesó en ser mediocampista, sino en el arco, tal y como lo hacía su héroe Sepp Maier.

Tras retirarse del futbol profesional, Rolf se convirtió en entrenador de las fuerzas básicas del Karlsruher SC, club al que, por supuesto se integró Oliver. Ahí, con ayuda de su padre, pulió cada detalle para vivir sin errores, fortaleció debilidades y maximizó su eficacia bajo el arco. 

Fue en 1987 cuando dio el paso al primer equipo, sin embargo, debido a su edad (18 años), pocas oportunidades le fueron concedidas. Sin embargo, esto cambió durante la temporada 1989/90, cuando realmente tuvo la posibilidad de estar bajo los tres palos, no volvió a moverse.

Se convirtió en pieza fundamental del club, tanto que sus atajadas ayudaron a que el equipo se clasificara a la Copa UEFA para la campaña 1993/94. Fue precisamente en ese torneo donde se dio un resultado que conmocionó a muchos, pues el Karlsruher SC venció en la segunda ronda 7-0 al Valencia, dejando un marcador global de 8-3.

Los alemanes cayeron en semifinales ante el cuadro austriaco Casino Salz hoy Red Bull Salzburgo. Pero a pesar de esto, las actuaciones del equipo, así como las individuales, sobre todo la de Oliver Kahn, llamaron la atención de diversos nombres importantes del futbol, entre ellos del Bayern Múnich.

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Y fue ahí, en esa maquinaria bávara con sed inagotable de títulos que se reencontró y reinventó como arquero. En este nuevo hogar trabajó mucho más por transformarse en aquél que no deja escapar balón alguno aunque parezca imposible, o bien, alejarlo lo más posible de ser necesario. Atajada tras atajada se fue consolidando como el arquetipo del cancerbero ideal, no solo de Alemania, sino a nivel mundial.

Una fuerza en piernas y brazos digna de un tanque, que sin duda se mezclaban de una manera extrañamente ideal con su agilidad para cambiar de dirección cualquiera de sus extremidades cuando se encontraba en el aire, sin dejar de lado claro, su rapidez para anticiparse ante algún tiro, de tal manera que en muchas ocasiones dejaba sin ángulo a quien osaba a bombardear su guarida.

A todo esto se sumaba su liderazgo nato. Oliver Kahn no solo hablaba con las manos o pies, valga la expresión, también lo hacía con la boca. Más que hablar gritaba, de hecho su carácter rápidamente, así como sus lances y salvadas, hicieron eco en el orbe futbolístico.

Así como a sus manos llegaba la redonda, pronto también lo hicieron los títulos. Aunque claro, como en toda historia, para saber ganar hay que aprender a perder. Y esa lección la tuvo que aprender lejos de Múnich, exactamente en Barcelona. 

En la final de la temporada de 1998/99 de la UEFA Champions League, se encontraron el Manchester United y Bayern Múnich. El cuadro muniqués lideró durante prácticamente todo el juego el marcador, pues el mediocampista Mario Basler anotó desde el 6´. La consumación de la victoria estaba cerca. Sin embargo, dos tiros de esquina cambiaron el guion en el Camp Nou.

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El silbante Pierluigi Collina agregó tres minutos de compensación. En el primero, Teddy Sheringham consiguió lo que no habían podido hacer durante 90 minutos, batir a Kahn. En el tercero de agregado, fue Ole Gunner Solskjær quien terminó las cosas. Oliver vió pasar el balón hasta sus redes sin siquiera poder intentar detenerlo.

Tras aquella pesadilla, el Bayern se repuso, y en la campaña 2000/01 volvió a la final. Ahora el rival vino desde España, el Valencia. Gaizka Mendieta adelantó al equipo ibérico (2´), sin embargo Stefan Effenberg igualó las cosas (50´). El juego no pudo definirse durante los 90 minutos, mucho menos en el alargue, no hubo otro camino que los penales.

Pellegrino, el defensa central argentino tuvo la encomienda de mantener al Valencia en la pelea por el título, antes el arquero alemán había detenido un tiro de Carboni. En este tiro de fe, ell balón que salió disparado por la zurda  de Pellegrino no encontró la redes, pues las manos de Kahn así lo impidieron. El Bayern ganó en el suplicio llamado penales 5-4.

“Todos estábamos bajo mucha presión. Creo que fue el momento culmen del equipo y si no hubiéramos ganado al Valencia en Milán en 2001 creo que hubiera sido todo más difícil, porque jugadores de máximo nivel como Stefan Effenberg, Giovane Elber y Bixente Lizarazu estaban en su mejor momento”, comentó en una entrevista del 2013 el cancerbero alemán.

“La fuerza para hacer este camino lo conseguimos en aquellos momentos” (Oliver Kahn)

Sin embargo y por increíble que parezca, Oliver Kahn no fue tema de conversación por su actuación durante toda esa campaña o el punto culminante durante los tiros de penal, sino por otra cosa. Al concluir el partido, prácticamente todo el plantel del cuadro muniqués se encontraba festejando, salvo él.

El arquero Santiago Cañizares se encontraba detrás de la línea de cal al fondo del estadio, por supuesto llorando; desconsolado y abatido por aquellos cobros desde los once pasos en los que resultó herido; arrodillado, con manos y rostro sobre el césped. De entre la multitud se abrió paso Kahn, pidiendo calma a sus compañeros extasiados que se acercaron a él y caminó directo hacia Cañizares. 

Se arrodilló frente a él, acarició su cabello, algunas palabras de aliento, lo tomó por sus hombros para incorporarlo y con sus guantes tomó su rostro. Cañizares, a pesar de la derrota se levantó. Oliver Kahn, el arquero de semblante adusto, de carácter explosivo y en ocasiones autoritario, dejó de lado la victoria. 

KaOliver Kahn y Santiago Cañizares vía: Pinterest
KaOliver Kahn y Santiago Cañizares vía: Pinterest

«Recuerdo cuando ganamos la tanda de penaltis y Santiago Cañizares, el portero del Valencia, se quedó llorando en la línea de gol. Sabía lo que sentía, ya que experimenté algo parecido en 1999», comentaría tiempo después Kahn.

En el campeonato Mundial del 2002, die Mannschaft (el equipo) tuvo un paso avasallador. Su practicidad y eficacia se vio reflejada en números que fueron sus principales argumentos para conducir su destino hasta la final. Jugadores como: Thomas Linke, Carsten Ramelow, Dietmar Hamann, Torsten Frings, Bernd Schneider, Miroslav Klose, Oliver Neuville, entre otros y claro, capitaneados por Oliver Kahn, se encontraron frente a Brasil en la afrenta por el título.

Los ojos de orbe no hicieron más que mirar una batalla directa entre las máximas figuras de cada selección, por un lado der Titan y en el otro o Fenômeno. La antítesis por naturaleza: uno intentando profanar el arco, mientras que el otro lucharía hasta el límite por evitarlo.

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La gesta se decantó a favor del artillero brasileño, quien logró su cometido no solo en una ocasión, sino en dos. Kahn jugó lesionado aquella final: “Se hizo daño en los dedos meñique y anular. Posteriormente se supo que se había roto un ligamento de la mano”. Su orgullo no le permitió dejar la cancha. Si fue o no la decisión correcta no se sabrá, pues es claro que durante ese momento ningún portero podía haberle hecho frente a Ronaldo más que él.

Tras acabado el juego, Oliver Kahn permaneció sentado sobre el campo y con su espalda recargada sobre uno de los postes de su arco, mientras miraba a los lejos cómo los brasileños se inundaban de fiesta por el título Mundial. Su soledad lo ahogó, pero no lo mató.

Oliver Kahn al final del juego contra Brasil vía: FAZ
Oliver Kahn al final del juego contra Brasil vía: FAZ

El legado del arquero alemán se mide en: ocho títulos de Bundesliga (1996/97, 1998/99, 1999/00, 2000/01, 2002/03, 2004/05, 2005/06, 2007/08), seis Copas Alemanas (1997/98, 1999/00, 2002/03, 2004/05, 2005/06, 2007/08), una Copa de la UEFA, una Eurocopa (1995/96), una UEFA Champions League (2000/01) y una Copa Intercontinental (2001). Mientras que con su selección obtuvo una Eurocopa (1996).

Esto se extiende en lo individual con: Mejor portero de Europa (1999, 2000, 2001, 2002), Portero del año de la UEFA (1999, 2000, 20001, 20002), Futbolista alemá del año (2000, 20001), Arquero del año IFFHS (1999, 2001, 2002), Premio Lev Yashin (2002), Balón de oro/Mejor jugador de la Copa Mundial (2002). Es el jugador que más partidos ha jugado con el Bayern (632) y el segundo que más encuentros de Bundesliga ha disputado con la camiseta bávara (429), solo por detrás de su ídolo: Sepp Maier. Se retiró el 17 de mayo del 2008.

Oliver Kahn encontró una pasión que le permitió erigirse como un jugador que llevó al límite sus capacidades. En la búsqueda por la perfección se constituyó como un arquero que a toda costa defendió su arco, y comprendió que no había mejor manera de hacerlo que teniendo el balón en su manos, sin importar lo que esto costara.

 

Por: Ricardo Olín /@ricardo_olin

 

 

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