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Purgatorio

Me siento igualito que hace unos años, en los viajes familiares. Me tocó, casi todos los veranos, recorrer algunas partes del país con mi tío, su hija, y mis dos primas gemelas. La hija de mi tío, con el narcisismo que después le descubrieron en terapia, tomaba el liderazgo del auto. Recuerdo especialmente cuando jugábamos a la banda de rock, ella era la vocalista y guitarra principal; yo tocaba la batería, una de las mellizas el bajo y la otra el huiro. Sigo sin saber qué haría un huiro en una banda de rock tan elemental, pero ésas eran nuestras funciones ficticias, así ella podía jugar sola, pero integrándonos para que no la regañara mi tío.

Así me siento al ver la pelota brincar de allá para acá, los tenis y las piernas de mis amigos haciendo sonar el cuero de la redonda. Tania y Yuyito me mandaron castigado a la banca, sin jugar cinco retas, porque pensaron que yo fui quien le chifló a la mamá de Adriancho, hace rato que vino a traerle las llaves de su casa.

No fui yo, les dije. Se montaron en su macho y de ahí no los bajé. Los demás hicieron segunda y acepté el castigo sólo porque el único que me apoyaba era el Chacaltianguis, y cuando ese güey defiende algo, es mejor ir en otra dirección. Además ni siquiera me estaba “defendiendo”, sino que ay pinches viejas no aguantan nada, dijo, y le paramos antes de que siguiera de faltoso.

Hoy no han venido a la cancha algunos de la pandilla, me faltan los que hubiesen abogado por mí, igual que mi tía cuando mi prima hacía berrinche y su papá nos regañaba a las gemelas y a mí. Mi tía es por mucho a quien menos estimo, la que peor me cae, pero en esos momentos de vacío, me gustaba tenerla cerca. Igual que a algunos de la bandita, los que hoy no están, los que me chingan, pero cuando se necesita sacan el pecho.

Jugueteo con la tierra y los pedacitos de pasto seco. La banca es el verdadero purgatorio, sin chismes metafísicos, estar en ella puede forjarte el carácter que todo ser humano necesita para aguantar los madrazos de la vida, pero también se convierte en el castigo donde no hay vuelta atrás, donde la mente vuela y en menos de un partido enterrar cualquier sueño posible.

Yo quisiera tener esa fuerza, pero no la tenía cuando mi prima me gritaba, ni menos ahora que Tania y Yuyito me mandan a sentar. Pienso seriamente en no volver a la canchita, que se queden con su pinche jueguito y sus pinches castigos. Me largo a intentar suerte en el beis, en el básquet, en lo que sea; ir a otra cancha en otro pinche barrio que quede tan lejos y nadie me mande a sentar por sus tanates. Sí, así es, vámonos a la chingada.

-Ya ándale, carnal, éntrale, ya estuviste mucho rato en la banca.

Me dice Tania, dócil, y a mi cara se le quita el pedo atravesado. Me levanto, me
sacudo la tierra y le doy las gracias antes de volver a la canchita.

Lee más del autor: Me la encontré en la micro 

Por: Arturo Molina

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