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Autógrafo de último minuto

El ídolo había muerto. Viejos compañeros de equipo, antiguos directivos, aficionados y amigos, acudieron al panteón para despedirlo; Humberto prefirió quedarse en casa. Desconsolado por la partida del hombre que tantas emociones le causó, alegrías y sufrimientos por igual, quiso vivir a solas el luto. Recordó los goles, las jugadas y los títulos que el fallecido Turbina Martínez brindó en sus épocas de gloria. Además de darle cabida a la grata memoria, muy presente tenía la deuda que su ídolo mantenía con él.

Esperó hasta que cayera la noche para acudir al cementerio en compañía de su compadre Hernán. Para poder ingresar a esas horas tuvo que darle un buen fajo de billetes al velador, quien los guió hasta la tumba para después marcharse oliendo sus pesos en papel.

-En serio que estás loco, Humberto. Y más loco estoy yo por ayudarte en esto.

-Nadie te obligó, tú quisiste venir. Mejor apurémonos. Hace frío y el lugar no es muy agradable que digamos.

Exhumaron el cuerpo. Soportando el fétido olor del cadáver, Humberto colocó a Turbina Martínez sobre una lápida. Acto seguido sacó una hoja blanca y una pluma de su chamarra. “Ándale, sujétale bien el brazo”, ordenó a Hernán. “En vida me lo negaste varias veces y eso no se vale. Ahora no hay forma de que me lo niegues”, le decía Humberto al helado rostro del ídolo mientras movía la mano muerta para firmar un autógrafo sobre la hoja. O mejor dicho, un rayón que simulaba ser un autógrafo.

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Conseguido el objetivo, Humberto miró detenidamente al muerto y viajó rápidamente al pasado. Allí estaba él de niño y de joven suplicándole a la estrella del equipo que le firmara el póster, el balón, la playera. Allí estaba él entristecido e ignorado por el jugador.

-¿Por qué hasta ahora, Turbina? ¿Por qué?

Lo enterraron y se marcharon. Al día siguiente Humberto fue a enmarcar el autógrafo y lo colgó en la pared de la sala. Desde entonces no deja de contemplar lo que considera su trofeo, un rayón que simula ser un autógrafo.

-¿Por qué tenía que ser así, Turbina? ¿Por qué?

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Por: Elías Leonardo / @jeryfletcher

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