Seis de marzo de 2020, Pumas contra América. Un grupo de amigos y yo nos dirigimos al estadio. Mitad águilas, mitad pumas. No puedo respirar, ojalá fuera por la ansiedad que tengo porque ya empiece el partido o la emoción de ver a mis águilas volar alto en Ciudad Universitaria. Pero no. Me cuesta trabajo respirar ya que somos alrededor de 240 personas en el autobús que transita en Avenida Insurgentes.
Tal vez sea el codo del señor con la playera de Pumas detrás de mí, que a pesar de que sé que no es su intención, parece ser que se esfuerza en incrustarlo más en mis costillas.
Quizás también sea que siento clavado en mi pie derecho, el palo de la bandera del América, que una familia se esmera en llevar al estadio. ¿Debería decirles que no podrán entrar con ella?; y por supuesto el ensordecedor llanto del bebé que una pareja felina, por más que lo intente, no puede callar. Bien, solo faltan diez estaciones.
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Por fin se abren las puertas y como un tifón, se inunda la estación de Doctor Gálvez. Corazones auriazules y azulcremas. Todos queriendo salir primero y comenzar a caminar en dirección al estadio.
De camino al Estadio Olímpico, se escuchan cantos de ambas aficiones: “¿Cómo no te voy a querer? ¿Cómo no te voy a querer? ¡Si mi corazón azul es y mi piel dorada, siempre te querré!”, cantó al cual mis amigos que le iban a Pumas se unieron.
Otros dos y yo, en conjunto con algunos compañeros águila hacemos lo propio: “¡Vamos! ¡Vamos América! ¡Que esta noche, tenemos que ganar!. El escuchar las porras le da un recuerdo nostálgico a uno de mis amigos quien dice: Que asco que no estemos en el Azteca. Otro le responde: “Ya sé wey, siempre se arma mejor ambiente allá” y el último termina por rematar con: “Además los de La Rebel están bien enfermos, ¡me revienta no jugar de local!
De entre la multitud, se nos acercó un anciano que vestía una camiseta del América y nos dijo: “¡Ustedes mocosos no saben nada! ¿No se dan cuenta que el Olímpico es la segunda casa del ave? Si hasta ganamos aquí antes que ellos.
Dudosos y con la viva creencia que el señor había consumido estupefacientes, pero al mismo tiempo intrigados, le preguntamos de qué estaba hablando. Como un maestro de historia deseoso de nutrir a sus alumnos comenzó su cátedra.
“¿Qué no sabían que este fue el nido del ave durante once años? Del 55’ al 66’. Y ganamos en el 66 (el campeonato se adelantó al 65). Fue el primer campeonato del América (oficial). Hubieran visto, el ame llegó a la última fecha con la necesidad de ganar contra el Veracruz y un golazo de Jorge Gomez nos dio la gloria”.
Como un cubetazo de agua helada, las palabras del anciano despertaron la memoria de uno de mis amigos. Emocionado dijo: “¡Ya sé de qué está hablando! Es el gol olímpico del Coco Gómez, también estaba Ataulfo Sánchez, José Alves y Arlindo Dos Santos, cuando los dirigía Roberto Scarone.”
“Ya vio como si se sabe, para que vean que somos locales a donde vayamos” después de aquellas palabras, como niños ilusionados, entramos al Olímpico. Ambas porras hacían notar su presencia: tambores, trompetas, matracas y cantos enloquecidos. Exigiendo que comenzara el partido tomamos nuestros asientos.
Después de esa clase de historia, parecía como si nos hubieran inyectado dinamita, pues ahí estábamos, en el Olímpico, pero sintiéndonos locales. Traídos a este templo, Águilas y Pumas, unidos por la misma pasión.
Ganen o pierdan aquí estamos. El señor de Pumas, la familia del América sin la bandera, la pareja felina con todo y el bebé, el anciano azulcrema (maestro de historia) y nosotros, mitad pumas, mitad águilas. Listos para disfrutar el clásico capitalino mientras el árbitro da el silbatazo inicial.
Por: Mario Badillo / @n7mariobadillo