El futbol mexicano no sólo ha dejado ídolos dentro del terreno de juego, sus barcos, aquellos que se dedican a comunicar la emoción de quienes no asisten a un partido, y quienes se fascinaron con sus narraciones, recuerdan con cariño a Ángel Fernández así como también lo hacemos en Apuntes de Rabona con este cuento.
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–Tijeras Kelly. Kelly corte. Kelly…sí. Una gasa seca. Disección… sin dientes. Kelly disección. Sí. Sin dientes.
Instrumentar una cirugía es lo más parecido a escuchar un partido de futbol. Y el momento más cercano en el que me obligué a escuchar juegos, y no verlos como la actualidad dicta, fue cuando caprichosamente se conjugó una rotación intensiva por los quirófanos y la Copa América.
Si bien es cierto que al instrumentar una cirugía se posee una vista privilegiada, uno se encuentra en una posición ambivalente donde se debe seguir acuciosamente el ritmo y los pasos del momento al mismo tiempo que el material a utilizarse debe estar listo en segundos –o incluso antes–. La realidad es que no terminas de disfrutar en su totalidad la operación y hay que enfocarse con mayor precisión a lo último.
De manera que, igualmente, la apreciación de la experiencia auditiva de futbol que se vivió en dicho periodo no sea del todo justa, dado que la atención naturalmente estuvo enfocada en los tejidos y la sangre, y en ocasiones la calidad del partido se basaba en la cantidad de alaridos con las aproximaciones cercanas al gol, las anotaciones y el equipo vencedor.
Sin embargo, en momentos quiescentes de los procedimientos se podía apreciar un poco más a detalle la narrativa que, para decepción de cirujanos, anestesiólogos, circulantes y demás pamboleros encerrados en un quirófano, vestidos y muy alborotados, siempre quedaba a deber.
–“Centro…cabezazo, lindo…¡Goooooool!”.
La pasión por el futbol no solo está en la gradería, sino también en los micrófonos.
Resulta inverosímil que una oración de cuatro palabras cambie tanto de significado por voces y prosodias diferentes. Hace ya varias décadas atrás, un ángel descendió de un mundo suprasensible donde las palabras tienen matices y el amor nace del oído para dictar el camino de la crónica deportiva en México. Años atrás, cuando la mejor compañía del hombre en el estadio era una radio portátil, porque la vista se veía rebasada por prosa hecha sonidos en una grama de futbol, Ángel Fernández cautivaba al público amante de los deportes.
Juguemos con la imaginación un momento e imaginemos que el maestro Fernández es un mediocampista todo-terreno, con una creatividad para hilvanar pases de frases, sorprendernos con chispazos de tonos, un líder con ese temple y voz de metal que al mismo tiempo trasmite y contagia a compañeros de equipo y audiencia, con entendimiento y asociación, porque al final, el futbol es asociación en su esencia.
El cronismo deportivo, pero en particular el del futbol, se ha transformado en un desfile vulgar de apodos, chistes, mofas, acompañamiento sordo lleno de crítica para regodear la desaprobación de propios y extraños. Es innegable que en ocasiones resulta lúdico y divertido escuchar comentarios cargados de carisma y picardía, sin embargo, es tiempo de recuperar esos talentosos mediocampistas del micrófono, esos caballeros de la palabra que pueden acompañar el vals de una dama llamada futbol, que entienden que resulta imposible y cansado bailar toda una noche de 90 minutos. El futbol ha volteado al pizarrón, a la estrategia y a la disciplina, abandonando conceptos románticos y encantadores. El mismo camino sigue todo lo que le rodea de manera extracancha.
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Hace mucho tiempo que no me había enfocado tanto en la narración de un partido de futbol como en aquellos momentos de aislamiento obligado de una pantalla. Y recordé con nostalgia anécdotas del maestro Ángel, de personas que doblan o triplican mi edad y que cuentan con tanto entusiasmo sus lances narrativos. Fue un tanto decepcionante, pero es la realidad y actualidad que nos corresponde.
–¿Cómo estuvo el partido, doctor? Me preguntó Lázaro, un preescolar de 9 años en las salas de recuperación, cuya ficha de identificación pambolera se resume en su pasión por El Independiente de Medellín, su adoración por James Rodríguez y Lionel Messi, y que estaba al pendiente de los pormenores del certamen continental, pese a que jamás ha visto jugar a ninguno de los jugadores ni al equipo de sus amores, no se diga un partido de futbol.
Sin embargo, su padre se ha encargado de contarle y contagiarle la pasión y el ingenio desde que perdió la vista a los 5 años. Antes de contestar me limité a acariciar su cabeza, sonreí y le contesté que ya vendría su padre en unos minutos a narrarle el partido. Es un pecado capital limitar la imaginación de un ángel.
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Por: Víctor A. Juárez / @VctJu