Arrigo Sacchi vendía zapatos en su natal Fusignano –un pueblito italiano de poco más de 8000 habitantes– y jugaba en la liga amateur como defensa central. Un día se percató de que como jugador no tenía las cualidades para ser un campeón, pero creía fervientemente que como director técnico trascendería. Así que decidió dejar las canchas y prepararse como estratega.
La historia comienza cuando el joven entrenador llega al Parma de la Tercera División italiana en 1985, aunque anteriormente Sacchi ya había entrenado otros equipos. En el primer año logró ascender al club a la Segunda División, y la siguiente temporada se quedó a tan solo tres puntos de alcanzar la máxima categoría. Sin embargo, lo que más llamó la atención fueron las sorpresivas victorias conseguidas ante el AC Milan en la Copa de Italia. Silvio Berlusconi, dueño de los rossoneri, quedó flechado por el equipo que los eliminó y contrató los servicios de Sacchi.
Fue ahí, donde a base de un entrenamiento disciplinado y duro, nació uno de los equipos que mejor ha jugado al futbol. Ejercían una presión muy alta sobre los rivales, ofensivos, verticales y creyentes de que para ganar partidos hay que tener la posesión del balón. A la hora de defender lo hacían en zona, y se movían en bloque, como si fueran un solo jugador; manteniendo 25 metros entre la línea de los defensas y los delanteros. Dominaron con tal precisión el fuera de lugar, que el Real Madrid llegó a caer veinticinco veces en la trampa en un solo partido. La columna vertebral formada por Baresi, Rijkaard, y Gullit, a la que se sumaban nombres como Maldini, Van Basten, y Donadoni, enamoraría a Europa. Terminaron con una sequía de 6 años sin poder ganar la Serie A, y consiguieron ganar dos veces consecutivas la Copa de Europa.
Lo conseguido con el Il Diavolo le daría la oportunidad a Arrigo Sacchi de dirigir a la Selección Italiana en 1991. La Squadra Azzurra calificó al Mundial de Estados Unidos 94 con relativa tranquilidad en primer lugar de su grupo. No obstante su participación en el certamen se complicó más de lo esperado. En la fase de grupos perdieron por la mínima ante Irlanda, obtuvieron una sufrida victoria contra Noruega y empataron con la Selección Mexicana. Sumando un total de cuatro puntos se calificaron como uno de los mejores terceros lugares. Vencieron a Nigeria, España y la Bulgaria de Hristo Stoichkov para acceder a la gran final contra el favorito Brasil.
La Italia de Sacchi decepcionó porque se esperaba que tuviera un accionar parecido al Milan que había dominado Europa. Conservaba y ejecutaba a la perfección el sistema defensivo basado en un ejercicio practicado durante los entrenamientos llamado shadow play. Este consistía en colocar a los jugadores en la cancha y hacerlos jugar sin balón; el míster gritaba la posición en la que se suponía que el rival tenía la pelota y el equipo hacía los movimientos necesarios para bloquear las posibilidades del oponente. Si el esférico se encontraba en la banda derecha, todo el conjunto se desplazaba hacia ese extremo. Pero el seleccionado italiano carecía de imaginación al ataque, se le notaba incómodo cuando controlaba el balón por mucho tiempo y sus llegadas con más peligro eran producto de rápidos contragolpes encabezados por Roberto Baggio.
En la final, Italia saltó al campo con el usual 4-4-2. Permanecía la idea de seguir estrujando al rival, solo que ahora la presión empezaba en la media cancha. Se mantenía la distancia de 25 metros entre las líneas, lo cual le cerraba todos los espacios a la canarinha en el centro del campo. Esto produjo que Romario y Bebeto siempre encararan solos frente a 5 o hasta 6 italianos. Al mismo tiempo, intentaban emular el futbol total; por ratos se podía ver a Maldini de lateral derecho o en el centro del campo; a Baresi como centro delantero, o a Massaro clavado como un contención más. Dominaban ampliamente la zona en la que se jugaba, con o sin pelota.
El partido resultó ser una verdadera partida de ajedrez entre Parreira y Sacchi, en la que ninguno logró salir vencedor en el tiempo reglamentario. La final del Mundial tuvo que decidirse en los azarosos penales. El simbólico Roberto Baggio mandó su disparo por encima del travesaño y Brasil se convirtió en el primer tetracampeón.
La carrera de Arrigo Sacchi no volvió a ser la misma después de la Copa del Mundo. Al fracaso en la Eurocopa 96 –eliminados en fase de grupos– le siguieron frustraciones en una segunda etapa con el Milan, y dos temporadas muy discretas con el Atlético de Madrid y el Parma. A pesar de esto, fue un personaje que cambió el paradigma de que no se necesita ser jugador profesional para poder ser un entrenador exitoso, y dejó un estilo de juego y una forma de trabajo que influyó en entrenadores como Fabio Capello, Jose Mourinho, Rafael Benítez, e incluso Pep Guardiola.
Por Eugenio Bustillos Aguilar/@eubustillos