El prisma con el que se percibía el futbol en la República Democrática Alemana tenía dos rostros, uno el escenario público donde interpretaba el papel decimonónico de un deporte que contaba con el agrado de la población y otro, un espacio oculto donde se cocinaban una suerte de conspiraciones, espaldarazos, acusaciones de dopaje y partidos amañados. Una clara expresión de lo anterior, se puede encontrar en el paradigma cultural que se vivía, donde se contraponían el compromiso partidista y la disidencia política. Eran tiempos de cortinas de hierro, años de denuncias discretas que lograban en el mejor de los casos el exilio de los círculos relevantes y en el peor un interrogatorio. Sentencia amplia que agrupaba todo un sinfín de posibles conclusiones, una de ellas la desaparición.
El BFC Dynamo es un ejemplo de cómo se constituye el discurso hegemónico, en el ámbito del deporte oprimiendo al buen juego y planteando una pantomima que se representa de manera continua. Fue el equipo más laureado de Berlín Oriental. Pero en la superficie no cabía la narrativa que verdaderamente lo constituía como sujeto político.
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De 1979 a 1989 se llevó todo, era una aplanadora de acuerdo a las instituciones oficiales. Sin embargo, por debajo eran fuertemente criticados, se les acusaba de ser un vehículo más de control estatal. El Ministerio para la Seguridad del Estado (en alemán Ministerium für Staatssicherheit) y su ministro Erich Mielke, tenían una predilección por el Dynamo. Lo que ya en sí constituía un problema, situación que se agravaría cada vez más con la ayuda arbitral, a tal punto que cuando los archivos de la STASI fueron abiertos durante las políticas de unificación, se encontraron los nombres de árbitros y jugadores que habían participado en los manejos de Mielke.
El futbol en Berlín Oriental era un formato de legitimación estatal.
Muchos de los intelectuales alemanes de ambos lados del muro, fueron también sometidos a una vigilancia estricta por parte de los órganos de comunicación leales al régimen comunista. Acción que provocó en muchos de ellos, un abandono claro de los altavoces que al final se convertiría, como en el caso de Heinrich Böll, en una profunda búsqueda por democratizar diversos sectores públicos. El Dynamo también recibió los embates de la nueva ola, siendo sometido al juicio histórico que Alemania durante los noventa planteó. Ahora más que nunca, se podía afirmar que aquel empate con el Lokomotiv de Leizpig el 22 de marzo de 1986, no debía volverse a repetir.
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El futbol bajo el nuevo prisma del descongelamiento no trataría de ser más un vehículo de sujeción social. Al menos ésa era la apuesta. De ahí que sea pertinente mirar al BFC Dynamo de Berlín Oriental, pues es un testimonio de codificaciones sociales que no deben volver a ocurrir. Ahora la pregunta que se podría plantear en pleno siglo XXI es, ¿realmente hemos logrado que el futbol ya no obedezca a micromecánicas de poder?
Por: Andrés Piña/@AndresLP2