El equipo del barrio, los Monjas, por fin iba a participar y debutar en un torneo de futbol digamos decente, es decir en una cancha con porterías, arbitraje, tribunas con asientos. Los rivales en turno de su primer juego eran los Muñequitos de Sololoy, chicos de una colonia bien posicionada en la alcaldía.
Cuando faltaban tres días para el estreno, Los Monjas tuvieron un par de pequeños problemas que debieron resolver con rapidez antes del debut. Les faltaba un entrenador y los uniformes que iban a utilizar. Casi nada.
El Calzones propuso como director técnico del equipo al viejo Chico Che, apodo que le pusieron los chicos por su gran parecido con el músico tabasqueño. Chico Che no tenía noción de entrenamientos, tácticas, mucho menos de algo relacionado con la pedagogía para inculcar lo que fuera a cualquier persona. Pero poseía un don especial: era el único personaje del barrio que se la pasaba de ocioso todos los fines de semana frente al televisor para ver partidos, y además leía diariamente los periódicos deportivos. Ante la urgencia y dadas las circunstancias, los muchachos votaron a favor para que fuera su líder en la banca.
El Pelón tuvo la idea de pedirle a su mamá que hiciera los uniformes, ya que es costurera. La suerte no les favoreció como ellos hubieran querido; el tiempo era insuficiente para que Doña Magos tomara con calma la creación de 14 atuendos. La premura le obligó a recurrir a la solución práctica que tenía al alcance. Hizo un milagro. La madre superiora del convento de la colonia le había pagado por anticipado el trabajo de 30 vestimentas para su congregación. “Mamá, agarra 14 y nomás córtales un poco”, propuso el Pelón. Contagiada por la felicidad de su hijo y de los demás chamacos, cortó con sus tijeras los trajes de las madrecitas.
Se pusieron contentos con sus nuevos uniformes, les parecieron muy originales. ¡Sí que lo eran! Chico Che optó por vestir de overol y gafas gruesas para no perder el estilo de un entrenador con tan honroso sobrenombre. Lo primero que hicieron fue identificarse con nombres cortos relacionados a su atuendo para que en la cancha se reconocieran de inmediato a manera de claves. El Pelón pasó a ser Sor Yeya, el Tilico se llamó Sor Flaca, el Panzas fue Sor Pambazo, mientras que el Chicles fue más congruente como Sor Chicles. Por su parte, el Chino fue bautizado como Sor Melena y el Catre como Sor Flojera. Ah, y el Chilletas escogió nombrarse Sor Tristeza. Así nacieron Los Monjas.
Para preparar el partido, Chico Che reunió a sus muchachos en el taller mecánico del papá del Chilletas. Les pidió que se relajaran, que lo primero era “soltar el cuerpo y las piernas”. Formados, enfundados en sus nuevos uniformes, esperaron lo que ellos creían sería la indicación de indicaciones de su entrenador, quien les cambió la jugada y les puso canciones de su homónimo. Al compás de Quen Pompo y De Quen Chon bailaron y brincaron como nunca lo habían hecho en su corta vida. Unos se abrazaron, otros tropezaron con sus dos pies izquierdos; algunos bailaron otro ritmo pero aligeraron el alma. La inesperada estrategia de Chico Che fue la motivación. Curiosa o no, según los gustos, sin embargo, motivación.
El día del partido, Los Muñequitos de Sololoy llegaron acompañados de padres, hermanos, tíos, abuelos, compañeros de la escuela, del catecismo, del club. Bajaban de sus camionetas y autos enfundados en sus uniformes parecidos a los del Chelsea. En cambio, los Monjas llegaron en el camión de mudanza que les prestó el tío del Chicles. De la parte trasera descendieron únicamente el equipo y el técnico, Chico Che.
Nadie supo qué fue lo que Chico Che les dijo a los muchachos antes y durante el juego, pero Los Monjas ganaron 5-0. Si, ¡5-0! Les pusieron literalmente un baile a los de Sololoy, terminaron por agotarlos y arrancarles las lágrimas del suplicio. A tal grado fue el estilo y nivel de Los Monjas que la porra rival les aplaudió.
Chicos que se enfrentaron a ellos han comentado que era imposible concentrarse, que todo el control mental desaparecía porque se alteraban viendo futbolistas vestidos de monjas corriendo en una cancha. Igualmente reconocen o critican otra maña: “Se la pasaban cante y cante que de quen chon, que quen pompo, que si cascarita de banana o cascarita de melón. Te cantaban al oído, muy felices. Obvio que te desesperaban y perdías la concentración. Unos cracks”.
Hoy, años después de que Los Monjas ganaran el primer campeonato de su historia, réplicas de sus peculiares uniformes se venden como pan caliente, el atuendo de su entrenador se ha hecho muy popular y Quen Pompo es la canción infaltable en cualquier playlist futbolero.
Aquel 5-0 no se olvida…
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*Ficción que se acerca a la realidad.
Por: Elías Leonardo / @jeryfletcher