El futbol comenzó como un juego. En su nacimiento la pelota era la diversión y la alegría. Con esta entropía inherente al principio de las cosas, las reglas no eran claras y nadie tenía señorío sobre él: las normas que lo regían aparecían cuando el juego surgía y podían cambiar con el balón aún en movimiento. Era simple, primitivo. Y el hombre vio que era bueno.
Y entonces la gente comenzó a organizarse. Las reglas empezaron a moldear un juego que era distinto en cada latitud del mundo: once jugadores, dos porterías, las manos ya no juegan. Después vinieron la FIFA y la FA y muchas “F” más, que significaron una escalada de la complejidad. Los nombres propios hicieron sus primeras apariciones. Y el futbol era mejor.
El desbordamiento
Finalmente llegó el fenómeno irrefrenable. En las últimas décadas del siglo veinte la pelota terminó por confirmar que sería uno de los referentes de su época. Los grandes templos para congregar gargantas con una descarga de “¡gol!” asfixiándolos, esperando explotar. Sujetos como Pelé, Maradona o Cruyff parecían reescribir el firmamento de manera definitiva y de la mano de los medios masivos, se colocaron al lado de las estrellas del rock o las grandes figuras del cine. Dejaron de ser sujetos para transmutar en nortes.
Y entonces llegaron las grandes empresas, y con ellas, grandes cantidades de dinero. No es que seamos ingenuos, es claro que en cuanto hubo crecimiento, la gente con vocación monetaria se hizo presente, sabemos que el deporte fue una vía para legitimar el fascismo, sin importar el ala política. Dicen que la pelota no se mancha, y sería hermoso que así fuese, pero el campo ya tenía barro desde antes de que las esferas comenzaran a rodar.
Sin embargo las últimas décadas de la centuria pasada vieron un crecimiento gigantesco del futbol y con él, la llegada de nuevos fenómenos. El ejercicio que viene es pura especulación, intuición transcrita a partir de los designios que nos presenta el presente, sin afán alguno de pronóstico absoluto. Nadie será más feliz que quien esto escribe, si nada de esto sucede.
¿Cómo podría ser el futbol del futuro?
Si algo hemos visto en los últimos años, fue el disparo en el precio de los futbolistas. Uno puede apostar que este fenómeno seguirá presentándose en el futbol del futuro y que los precios no dejarán de bajar. Los futuros Lionel Messi o Cristiano Ronaldo, tendrán precios que hoy nos parecerían ridículos. Pero esto no estará necesariamente relacionado con la calidad de los futbolistas, sino que el mercado del balompié genera sus propias burbujas.
Esto sin lugar a dudas dejará a una gran cantidad de equipos detrás. Si en España Real Madrid y Barcelona han reinado durante casi un siglo, con pequeños lapsus en los que se cuelan otros equipos como el Atlético de Madrid, esta línea no dejará de marcarse como ya comienza a verse en Francia, Italia y Alemania.
Sólo podrán destacar los clubes con el respaldo de grandes capitales detrás, los proyectos humildes que irrumpen dentro del panorama serán cada vez los menos. Y si hacen su aparición, será de la mano de una enorme inversión. De no ser así, verán un desmantelamiento pronto, sus figuras emergentes terminarán por migrar a clubes con mayor poderío económico.
El paso a internet
En cuanto a términos de afición, el futbol del futuro no dejará de moverse hacia la transmisión privada. Seguramente cada vez será más difícil ver partidos de manera gratuita. Además de esto la televisión será relegada a un segundo término, por servicios similares a Netflix o Amazon Prime Video que con el paso del tiempo comenzarán a ofrecer cada vez una mayor calidad en todos los sentidos: el mejor audio, la máxima nitidez en pantalla, análisis de jugada desde cada ángulo posible.
Conforme la pelota comience a centralizarse en estos espacios, la piratería atacará con mayor fuerza y sitios como “Roja Directa” no dejarán de aparecer. Sin embargo no es descabellado pensar que las empresas buscarán todos los medios para que las legislaciones de cada país castiguen y persigan de la manera más incisiva esta clase de delitos.
Los estadios, inaccesibles
Por su parte los estadios se convertirán cada vez más en espacios de élites. Ya que mientras el fenómeno se siga masificando, los precios seguirán aumentando, y aunque es previsible que los campos y sus alrededores seguirán teniendo un gran afuero, será imposible dar cabida a toda la demanda, lo que necesariamente elevará los precios que de por sí ya son altos.
Por ejemplo, en los Mundiales, gran parte de las marcas que suelen promocionar sus productos mediante la posibilidad de ganar un pase al más grande torneo del mundo se quedarán con un porcentaje importante de los boletos. Los restantes pasarán a manos de muy pocos. Para el grueso de los mortales, sin importar el esfuerzo que hagan, asistir a esta clase de eventos se alejará cada vez más.
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Podemos pensar que el futbol femenil no parará de crecer, pero que justamente será ese crecimiento el que comenzará a volverlo una industria cada vez más compleja, en la que los intereses podrían viciarlo, como muchas veces sucede en el balompié varonil. Seguramente, gracias a sus propio recorrido, desarrollará sus propios problemas, pero lo que es claro es que, su evolución hará que cada vez se pueda ver una mayor inversión en él, principalmente porque al ser una industria en crecimiento, será fundamental ser de los primeros en llegar, para poder estar en la cresta de la ola cuando ésta llegue.
El futbol del futuro es, como el mundo mismo, una pregunta todavía abierta. Pero se pueden intuir el fortalecimiento de los vínculos con los grandes capitales (ya sean de estado o privados), así como un papel fundamental tanto de los medios de comunicación como de los patrocinadores, que hoy ya son protagonistas, sin siquiera pisar el césped. También se puede augurar un papel cada vez más importante de la Big Data: los fichajes, las alineaciones, los parados etc. Muchas cosas dependerán de los números que arroje esta herramienta relativamente nueva en el deporte.
Por Alberto Roman / @AlbertoRomanGar