“A mí –dijo– me parecen peligrosos todos los mesianismos, tengan el color político que tengan y provengan de la religión de donde provengan. El único mesianismo que no parece peligroso es el mesianismo de Lionel Messi, el mejor jugador de futbol del mundo.” E. Galeano
Es la vez primera que Lio Messi se pone a darle una ojeada a los numeritos de un periódico deportivo. Para él, las estadísticas son monserga pura. Y no es por iniciativa propia, es por Thiago, que quiere que su papá le explique algo. Lio se sorprende de la “radiografía” de su desempeño desde que debutó en España. A qué equipos les ha marcado dobletes, a qué otros hat tricks, cuántos goles ha metido cuando había lluvia, cuántas veces ha besado el escudo de su equipo en el festejo de gol… y así una infinita letanía de estadísticas que rayaban en lo inútil.
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¿El gol con la mano? «Sí, sí metí la mano, no alcanzaba a llegar, no había de otra«, le dice el padre a su primogénito. Los dos sueltan risas. Ahora el chico no duda en preguntarle otro detalle a su papito. Lo que Thiago quiere saber es con quién le han comparado más: Diego Armando Maradona o Cristiano Ronaldo.
«Los necios no tienen idea de la música que se escucha cuando estás jugando dentro de la cancha«, dice Lio. Según un signo zodiacal (cáncer) el cual le atañen los profesionales del esoterismo, Messi pertenece a los introvertidos. Él, por verlo cómo juega y qué tanto gesticula en el campo de juego, nos da argumentos para ubicarlo en la categoría de humanos que miran más hacia dentro suyo que fuera de sí. Y para beneplácito de muchos, Lionel no se cree Messi.
Así que le responde a su hijo poniendo en el celular una canción de un grupo llamado Opus. Agarra una pelota que tiene cerca y comienza a dominarla, no sin antes darle una orden al chico: «grábame papito«.
El balón parece una parte más de su cuerpo. Una extensión de sí mismo. Lo manipula con una inercia y con una cadencia pegajosa sincronizada con los acordes de aquella canción. Puro ingenio agazapado en un esqueleto.
Unos cinco minutos después, el ejercicio acaba. Ahora Thiago mira lo que acaba de grabar, a su padre dominando el balón, dejando que su talento fluya en medio de muchas risas. «Ahora mira esto papito«, y Lio pone un video de los ochenta donde Diego está entrenando con el Napoli. Lio se puso a imitar aquel mítico entrenamiento de Maradona. Entonces la respuesta ya es clara. Thiago ya sabe, a partir de ese momento, con quién le importa que sea comparado su papá. La única diferencia entre ambos es que Messi sí se abrochó las agujetas, Diego no.
Por: Gerardo P. @merodeadormty