Dentro de la larga tradición del futbol brasileño, el Sport Club Corinthians de São Paulo ha jugado un papel importante, vanguardista y divergente más allá de las canchas. Fundado por obreros y trabajadores en 1910, es de los equipos con mayor número de seguidores. Ya sea por sus orígenes o por algo más, en el seno del Corinthians se han gestado dos momentos en los que el equipo tomó la bandera para llevar su influencia más allá de la cancha.
El primero fue la Democracia Corinthiana. En 1982 el equipo resolvió que a partir de ese momento las decisiones -desde lo que se iba a comer en la cafetería hasta los refuerzos y las alineaciones- se iban a tomar en asambleas. Liderados por Sócrates y el presidente del club Adílson Monteiro Alves -un sociólogo-, el equipo hizo una protesta contra una dictadura larga y en decadencia.
El segundo fue cuando el presidente Lula Da Silva lanzó, como su primera ley, el Estatuto del Aficionado. Lula Da Silva llegó a ser presidente de Brasil en 2003, después de tres elecciones perdidas. De orígenes obreros y sindicales, Lula encarnaba la lucha de las clases bajas contra la oligarquía que por muchos años dominó el país.
Una de esas oligarquías era la de los dueños del futbol, deporte al que Lula es fanático. Además, es un hincha declarado del Corinthians. En una nación donde el futbol es parte del alma, que la primera batalla fuera sobre los derechos de los aficionados tenía una carga simbólica.
El Estatuto del Aficionado hacía obligatorio que los equipos dieran las cifras de boletos vendidos y número de asistentes, presentar balances financieros de manera regular, un médico, dos enfermeros y una ambulancia por cada 10.000 espectadores y cámaras de video.
La Confederación Brasileña de Futbol, y varios equipos grandes -Flamengo, Fluminense, Vasco da Gama, Gremio, Cruzeiro, Santos y Atlético Paranaense- se rebelaron y dijeron que no podían cumplir con la ley en el plazo impuesto. Además, amenazaron con suspender el campeonato si no se daba marcha atrás. Sin embargo, el Gobierno decidió que esa no era una batalla que podían perder y subió la apuesta.
Se tomarán todas las medidas judiciales para garantizar los derechos del torcedor (aficionado), el gobierno no puede doblarse a la amenaza de chantaje de quien no tiene autoridad moral y política.
Al final, el punto de quiebre fue la postura del Corinthians. Entre honrar su historia o mantenerse en un sistema de corrupción, la entidad paulista decidió que debía apoyar a su hinchada -presidente incluido-. Dos días después de que empezaran las tensiones, los rebeldes tiraron la toalla.
A más de diez años de esto, la imagen de Lula y todas sus acciones han quedado salpicadas tras entregarse a la policía y para cumplir una condena de 12 años por corrupción. Sin embargo, al menos al inicio Lula Da Silva y el Corinthians se mantuvieron fieles a sus principios y sus ideas. Si en el camino se fueron desvirtuando, eso ya es otra historia.
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Por Bernardo OV