“Afortunadamente, es posible ser un futbolista profesional sin jamás entrar a un campo de la Liga y sin haber sido bendecido con el físico, el balance, la resistencia o el talento de un futbolista. Ahí están las muecas y los gestos, los ojos torcidos y hombros caídos cuando dejas ir una buena oportunidad, chocar las palmas cuando anotas, los puños cerrados y aplausos cuando tus compañeros de equipo necesitan aliento, los brazos abiertos y palmas hacia abajo indicando tu posicionamiento superior y el hambre de tu equipo, el dedo señalando a donde quieres que se te envíe un pase y, luego de que el pase fue entregado con precisión y lo erraste de cualquier modo, la mano levantada aceptando ambos hechos”.
–Nick Hornby, Fiebre en las gradas.
Ya no llueve con la fuerza de hace media hora, pero en el campo hay algunos charcos que detienen de golpe el balón. Los rivales rompen la línea de defensa y ponen en aprietos a nuestro arquero, que no es arquero, es defensa –el titular no vino–, y que tampoco es defensa, sino ingeniero civil. Adivino la jugada, robo el balón y toco para mi colega defensa en la otra banda. Dale, dale, le gritamos. Tiene el camino abierto.
Cuando pasa la línea del medio campo, nuestro centro delantero se desmarca de su guardia. Recibe. Sólo un rival queda atrás, con nuestro defensa central pegado a él, así que abandono mi zona y avanzo por detrás de nuestros atacantes. El delantero está entrando al área. Se detiene de improviso. Los defensas de chalecos verdes –los dos equipos llegamos vestidos de negro– dan todavía dos zancadas más antes de frenarse.
Pero nuestro 9 giró regresando la pelota en diagonal. El balón bota y lo encuentro cuando va subiendo, medio metro sobre el suelo. Afianzo la pierna derecha y con el empeine izquierdo conecto contra la esfera amarilla. Veo una raya pintarse en el aire desde mí, pasar junto a un defensa que tuerce la cadera y luego a unos centímetros de la mano derecha del portero. Está en el fondo. Troto de regreso a mi posición manteniendo el rostro impávido. Actúo como si esto pasara siempre.
Dynamo de San Felipe del Real
En su Fiebre en las gradas, Nick Hornby narra las historias que vivió y sufrió alrededor de partidos del Arsenal. Pero en el libro se le dan tres descansos al equipo de Londres: uno para pasarle el protagonismo a la escuadra de tercera división del pueblo donde Hornby fue a la universidad, otra para algunos juegos de la selección inglesa y una última para el equipo de aficionados donde el autor juega los miércoles.
Así de importantes son los equipos que los no aptos para el juego pero enamorados del balón formamos. Esta es la historia del Dynamo de San Felipe del Real, que es la misma historia de cientos de escuadras que una vez a la semana se juegan la nada por la nada.
Hace dos años mi contador me invitó a jugar futbol. Tenía un equipo con sus primos y les faltaba gente. Yo era un buen defensa central en el equipo de la secundaria, pero de eso habían pasado veinticinco años en los cuales no volví a pisar un campo de futbol. Compré unos tacos de color chillante y me presenté el siguiente lunes por la noche.
Los primos de mi contador parecían más bien sus sobrinos y yo con mis 40 años le doblaba la edad a la mitad del equipo. La otra mitad éramos menos diestros en la cancha (bastante menos diestros) pero con mejor condición para las Carta Blanca que destapábamos después de los juegos.
¿Qué estamos haciendo?
¿Qué estamos haciendo en estos torneos amateur? Jugamos mientras cae aguanieve y también bajo los 37 grados del sol de las siete de la tarde en verano. Desde que comencé a jugar me fijo en la cantidad de canchas que hay en la ciudad, y eso que la tradición nos ha insistido en que Chihuahua no es futbolera, que aquí mandan el béisbol y el basquet.
Pero diariamente veo todos estos campos de 7 x 7 o de futbol rápido donde cada tarde entrenan equipos infantiles y que durante las noches y los fines de semana son sede de torneos amateur. Cada cancha tiene un balón rodando en ella al menos 70 horas a la semana. Y son muchas las canchas. Ni siquiera quiero hacer las matemáticas de esto.
Sí. Es el desfogue. Es el pasatiempo. Es la rutina rota. Es todo esto. Pero el Dynamo de San Felipe del Real es también mucho más. Meterse 40 minutos a la cancha es inducirse en un trance que difícilmente se puede lograr en otros lados.
Los sutitutos
Está el café, por ejemplo, que es también un remanso en la carrera del día a día, pero en el que el teléfono sigue estando a la mano. Es complicado consultar el WhatsApp o dar likes en Instagram mientras se está defendiendo la portería o se está a un costado del campo estudiando al rival en lo que esperas tu turno para entrar. Durante 40 minutos cada semana dejamos de ser empleados, padres, empresarios, esposos y todo lo demás.
Unos meses más tarde el equipo con mi contador fue eliminado en cuartos de final. Comenzó la temporada nueva y yo jugaba cada vez menos. Además, cuando jugaba me la pasaban cada vez menos. Realmente querían llegar más allá de los cuartos de final.
Pero mi motivación para presentarme cada semana era otra: esto se trataba de mi desfogue y de las Carta Blanca. Terminaban los encuentros y la mitad del equipo de más edad nos quedábamos con una hielera mientras el resto salía disparado a terminar sus tareas y prepararse para sus exámenes.
El nacimiento del Dynamo de San Felipe del Real
Pasó entonces que una noche mi contador no pudo presentarse al partido. Cuando se pitó el final quedé señalado como el responsable de recabar la cuota de arbitraje. Saqué mi billete de cincuenta y recibí otros iguales de la mitad menos sudada del equipo. Luego los cracks vinieron y me dieron como treinta pesos de parte de todos.
A ver, a ver, a ver, pensé. Estos cabrones no me dejan entrar, no me la pasan, no se quedan a las Carta Blanca y encima les estoy pagando los juegos. Decidí crear otro equipo: el Dynamo de San Felipe del Real.
Cada balón se disputa como si de él dependiera el campeonato del mundo. Pero la verdad es que no importa quién gane o quién pierda, al otro día todos los jugadores estaremos de regreso en nuestros trabajos. Nuestra identidad de futbolistas es algo así como la de los superhéroes. O más como la de los integrantes del Club de la Pelea, que llevan estas vidas secretas y que cuando se encuentran en el supermercado o en alguna reunión se guiñan discretamente en confidencia.
Los postulados
Las prioridades de Dynamo de San Felipe del Real se fijaron desde el principio: que jueguen todos (los que asistan regularmente), vernos bien y compartir las Carta Blanca luego de cada partido. Si de pronto se mete un gol o –¿por qué no?– se gana un partido, pues qué bien. Además, en Dynamo sólo se fichan jugadores mayores de treinta años.
En la ciudad hay algunas ligas de veteranos, pero por conveniencia geográfica y de horarios jugamos en un torneo de martes por la noche contra equipos más jóvenes que el nuestro. De hecho hay un representativo de alumnos de la universidad donde doy clases, pero ellos juegan los lunes. Menos mal.
Hay estereotipos de género que nos gustaría que no existieran, pero que de pronto cuando menos debemos admitir que ahí están. La directora de la secundaria de mi hija dice que los problemas entre las chicas son complejos: duran días sin dirigirse, se generan intrigas y frecuentemente es necesario hablar con ellas para ayudarles a reconciliarse.
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En cambio, dice, a los niños nada más hay que aventarles un balón y listo: se olvidan de todo. En el campo de futbol dejamos de ser ingenieros, maestros, escritores, vendedores, arquitectos, cocineros y demás.
Hay frases que se han vuelto trilladas de tanto que se les repite, pero que no por eso dejan de ser ciertas. Frases como esta: el balón nos une. Eso es lo hermoso del futbol. Dynamo de San Felipe del Real ha seguido fichando jugadores y la escuadra se compone por personas que de no ser por el equipo difícilmente llegarían a estar en el mismo lugar al mismo tiempo, y ya no se diga hacerse amigos.
La piel
Algo que los equipos caguameros (como les dice Marion Reimers en su videoblog) tememos cada semana es llegar al campo y encontrarnos con los rivales vestidos del mismo color o de un tono parecido. Porque entonces el árbitro manda traer las casacas, esos asquerosos trapitos que llegan siempre empapados de sudor (aunque no se hayan usado en todo el día) y que uno de los equipos debe ponerse.
Con esto en mente, Dynamo comenzó vistiendo el uniforme que Inglaterra llevó a Rusia 2018, pensando en que nadie se viste de blanco en estos torneos. Para nuestra mala fortuna, el primer mes nos topamos con unos tipos que iban del Real Madrid y a las pocas semanas a otros con la camiseta blanca del PSG.
Además, luego de algunas jornadas una que otra casaca se veía más color perla o crema que blanca, así que en la siguiente temporada nos alistamos con la soberbia equipación azul petróleo que Boca Juniors portó en la campaña 2018 – 2019. Varios rivales nos dijeron que qué chingón uniforme.
Hombres de negro
El problema llegó cuando fichamos nuevos integrantes para Dynamo de San Felipe del Real y ya no fue tan sencillo conseguirles la misma indumentaria. Así que finalmente nos decidimos por el atuendo negro de la Selección Mexicana: elegante y fácil de conseguir para todos.
Sí, el negro es uno de los colores más recurridos por los equipos amateur, pero las veces en que nos hemos encontrado con otras escuadras de negro ni siquiera nos preguntan y se ponen ellos las casacas: esto se logra porque llegamos todos perfectamente uniformados de camiseta a calcetas, cuando la norma es que en los equipos siempre haya varios con playeras parecidas o con pantaloncillos o calcetas variopintos.
Mi contador juega con Dynamo y con el otro equipo, el de sus primos. Ellos disputaron la final del torneo de los lunes y la perdieron en penales. Nosotros llegamos a la última jornada en el fondo de la tabla y nos enfrentamos al equipo en penúltimo lugar, que nos llevaba un punto. Nos entregamos en la cancha y ganamos 3-2, subiendo al lugar 19 de 20 equipos. Salimos del campo con un orgullo épico y destapamos las mejores Carta Blanca de la temporada.
Por: Guso Macedo Pérez / @cronicadeguso