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Y 33 años después, volvieron a ser campeones. Gracias, en parte, a aquel que les devolvió la ilusión y les hizo recordar a su más grande ídolo, a su deidad, a Maradona.

En cada historia, el final es inevitable, por lo que debemos acostumbrarnos a decir “adiós”. Lo intentamos evitar, aplazar y negar, pero, sin duda, es ineludible. Queda en nosotros decidir la forma de hacerlo.

Un “adiós” puede ser triste, asociado a la idea de que lo que fue no regresará. Un “adiós” puede ser amargo, incluso con un intenso enojo provocado por la unilateralidad de la decisión. Un “adiós” puede ser melancólico, en remembranza de las alegrías vividas en conjunto. Un “adiós” puede tener tintes de alegría, no por sentir dicha al separarse, sino por reconocer lo gratificante de todo lo que lo precedió.

Este último, me parece, es el que debería darle cualquier partenopeo al georgiano que los regresó a la gloria.

Es cierto, lo excepcional pudo haber sido legendario, pero Khvicha Kvaratskhelia entregó lo que se le pidió, y el Napoli, con un Scudetto más en su palmarés, no puede más que estar agradecido con el delantero.

Llegó siendo un rompecabezas. Desde la complejidad para pronunciar su nombre hasta el desconocimiento de su pasado, así parecía serlo. Es verdad, con su selección ya había mostrado destellos de brillantez, pero más de uno estaría mintiendo si se vanagloriara de tener identificado a ese talento previo a su arribo al sur de Italia.

Ese año, él mismo se encargó de saltar a la luz. Su desparpajo al conducir el balón, su agresividad en el regate, su valentía al buscar portería y, por supuesto, su éxito al hacer todo esto lo llevaron a recibir un cariño que poco se había visto en la misma ciudad en las últimas tres décadas.

Fue tras la conquista de la Serie A en 2023 cuando la gente de Nápoles levantó la vista al cielo para agradecer y recordar a la última persona que les había dado esa alegría.

Si las comparaciones fueron exageradas, eso dependerá del juicio de cada quien. Pero algo es cierto: el corazón no dice mentiras, y en ese momento, el corazón azzurro gritó: “Kvaradona”.

Y antes de criticar al de Tiflis y su voluntad de buscar un nuevo camino, debemos recordar que el propio Diego no dejó al club en los mejores términos, incluso desatando la molestia de los mismos aficionados que hoy en día lo veneran.

Repito, decir “adiós” es inevitable. Queda en nosotros decidir la forma de hacerlo.

Por Eugenio Tamés

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