Cuando Cuauhtémoc Blanco (Ciudad de México, 17 de enero de 1973), llegó al Necaxa, muchos de ahí lo miraron con recelo. El “Jorobado” -como lo llaman sus amigos-, era un jugador que daba mucho de qué hablar, tanto por su forma de juego, sus actitudes provocadoras hacia los rivales y parte de su vida privada que ya se exponía en cadena nacional.
Por azares del destino, el joven futbolista había recalado en el club de Cuautitlán Izcalli. Se habló de un castigo, de que se había peleado con algún dirigente de alto peso. También se mencionó que aquel cambio fue parte de su crecimiento profesional. Por alguna razón, el 10 aterrizó en Necaxa.
Cuando se presentó, lo hizo con cierto temor porque no sabía cómo lo iban a recibir. Llegó a la defensiva. En aquel equipo había jugadores de gran jerarquía y peso, que imponían respeto en la cancha. El día que Cuauhtémoc recaló en sus filas, los capitanes de aquel grupo le sentenciaron enseguida: “Si vienes a trabajar como trabajamos nosotros, bienvenido. Pero si vienes a querer hacer las cosas a tu manera, entonces, en este momento te vas”, le dijeron los pilares de aquel cuadro que ya se conocía como “el de la década”.
En Necaxa había muchos capitanes que sabían trabajar como soldados. Uno tras otro. Espalda con espalda y sin dejar caer a ningún compañero. Por ello el éxito de aquel plantel en los años 90. Al escuchar aquellas palabras, Cuauhtémoc entendió el objetivo, se cuadró por completo y comenzó a trabajar como un soldado más.
Salvador Mariscal @ClubSantos y Cuauhtémoc Blanco @ClubNecaxa en el torneo Verano 1998. pic.twitter.com/OLEhbTtCcx
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Hubo un jugador en específico que siempre lo hizo vivir una hostilidad terrible. Octavio “Picas” Becerril tuvo mucho conflicto con él. En cada entrenamiento era un enfrentamiento constante. “Siempre tuve problemas con él. Siempre le pegaba hasta por debajo de la lengua y nunca rajó. Siempre iba al frente y me encaraba. Siempre me hablaba con su voz afrancesada: ‘Chingas a tu pinche madre, pinche drogadicto’, me decía”, explica Don Octavio que, a pesar de todo, le guardó mucha estima. “Yo siempre lo he adorado”, aclara el exdefensa central.
Con el tiempo, Cuauhtémoc se fue aclimatando y aquel temor desapareció. A Necaxa no había equipo que lo detuviera en ese entonces. La unión del grupo era una de sus más grandes características. Los de arriba siempre apoyaban a los de abajo y estos, a su vez, se llenaban de confianza para hacer mejor las cosas. Para mantener esa armonía, algunos de los jugadores más respetados organizaban dinámicas o iniciativas para reforzar al cuadro y cerrar las filas.
Uno de ellos era Octavio Becerril. El apodado “Picas”, desde pequeño, había aprendido de la cultura del esfuerzo en su barrio. La perfeccionó en las básicas de Toluca y la llevaba como bandera en Veracruz y después en Necaxa. “Picas” hacía labor social para con los jóvenes de la Tercera y Segunda División del club.
Don Octavio tenía un costal, el cual, sacaba una vez por mes y se paseaba con él por todo el vestidor. Cada que Don Octavio pasaba con su costal, todos lo tenían que atender. A cada uno de los jugadores de aquel grupo les pedía que le regalara un par de zapatos de futbol o algo. “Yo juntaba todo ese material porque teníamos a la 3ra y la 2da y yo les entregaba todos esos regalos a ellos”, menciona.
Los jóvenes aprendices recibían un par de zapatos de sus ídolos del primer equipo: de Ricardo Peláez, de Nacho Ambriz, de Alberto García Aspe, del “Flaco” Esquivel, guantes de Nico Navarro. “A los chavos les hacía mucha ilusión tener ese tipo de obsequios. Un regalo extraordinario para ellos”, detalla Don Octavio. “Cuando les das el regalo, eso es muy importante porque nunca se les va a olvidar. Siempre van a decir: ‘“Flaco” Esquivel me regaló sus zapatos. Nico Navarro me dio sus guantes’, entonces eso es sumamente importante. Lo hice en Toluca, en Veracruz y en Necaxa”. Se emociona al recordar.
Cuauhtemoc Blanco, en su paso por Necaxa pic.twitter.com/wuJ0fOskub
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Cierto día, un día cualquiera, no importa cuando, Don Octavio se paseaba con su costal por el vestidor. Todos lo atendían. En esas estaba cuando se acercó al lugar de Cuauhtémoc Blanco. Al llegar, se paró frente a él y le soltó enseguida:
— Regálame unos zapatos.
Blanco dejó de lado lo que estaba haciendo, levantó la mirada y respondió:
— No tengo, cabrón. ¿Después qué? ¿Los vas a ir a vender o qué chingaos?, contestó el 10.
Don Octavio le explicó lo que hacía con los obsequios. “Cuauhtémoc me veía con ese gesto tan característico y me contesta: ‘No tengo ninguno’”. Don Octavio hizo una queja y le respondió:
— No seas así de sinvergüenza, cabrón. ¿Cómo que no vas a tener ninguno?
— No, güey. La verdad no tengo ningunos, pero mañana te doy unos, dijo “Temo”.
Don Octavio, con esa irritación en el gesto, le contestó:
— Qué agarrado eres, jorobado. Órale pues, cabrón.
Don Octavio se retiró del lugar con una gran pregunta: “¡Cómo era posible que no me haya regalado un par de zapatos!”.
Al día siguiente, poco antes de iniciar con el entrenamiento, don Octavio se encontraba en vestidor alistándose para la práctica. En eso, Cuauhtémoc llegó y le dijo: “Drogadicto, sal al estacionamiento. Te traje unos zapatos para los chavos”. Don Octavio asintió con la cabeza. Lo que estaba por ocurrir sigue llenando de gran orgullo y satisfacción al “Picas”. “Salí al estacionamiento y en ese momento veo a uno de sus ayudantes. Él me dice: ‘“Picas”, acá están los zapatos. Ven por ellos’”. Don Octavio vio una camioneta.
“Es increíble lo que pasó a continuación porque todo el mundo habla de lo malo de un jugador o de una persona. Yo, cada vez que veo a Cuauhtémoc Blanco, quiero que sepan que tiene un gran corazón”, menciona. Cuando llegó a la camioneta, Don Octavio no daba crédito a lo que veían sus ojos. “Estaba repleta de zapatos de futbol. De todos los números para los chavos. Fue increíble”, explica. “Nunca se me va a olvidar ese gesto. A los muchachos les tocaron hasta de a cuatro pares ¡Imagínate nada más!”.
Don Octavio fue a llevar los regalos a los jóvenes de las inferiores. Todos estaban sumamente contentos. “Yo lo único que les dije a los chavos fue: ‘Vayan y denle las gracias a Cuauhtémoc Blanco’”. Ellos, felices y emocionados, dijeron que sí. Cuauhtémoc no quería. “A él no le gusta que de repente se hablen cosas de él. Él siempre se ha refugiado en una burbuja en donde siempre vive a la defensiva por muchas cosas que han pasado. De ser ídolo, de ser uno de los mejores jugadores de la época, la verdad que siempre cuesta mucho trabajo”, dice Don Octavio.
Aquel gran gesto hizo cambiar para siempre la imagen que Don Octavio tenía de Cuauhtémoc Blanco. “Cada vez que lo vea, le voy a dar un abrazo. Voy a contar esta anécdota porque es un gran jugador y habla de un gran corazón. Cuauhtémoc Blanco fue uno de los rivales más peligrosos que me tocó enfrentar”. De Cuauhtémoc se ha escrito mucho. De todos es bien conocida su trayectoria, pero qué poco se sabe del lado humano. Ese que sabe esconder muy bien, como siempre lo hizo con la pelota hacia el rival.
*Texto publicado antes en El Medio
Por Cruz Soto / @cruzinhosoto