Desde hace varios años, el ya célebre eh, ¡puto! se ha convertido en motivo de conflicto cada vez que juega la Selección Nacional. La Copa Confederaciones disputada en Rusia no fue la excepción y ahora en el Mundial de Rusia 2018 tampoco lo es. En aquella ocasión, mediante advertencias y sanciones, la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) finalmente logró que, por primera vez en mucho tiempo, hubiera silencio durante el despeje del portero rival. Los directivos de la FIFA seguramente están muy satisfechos por haber dado un golpe contra la homofobia, pero ¿realmente hay razón para celebrar?
La autoridad y la libre expresión en el estadio
El grito existe porque, a diferencia de otros lugares, en el estadio los aficionados tienen la libertad de gritar lo que les plazca. En este espacio desaparecen hasta cierto punto las jerarquías que caracterizan las relaciones sociales en la normalidad. Cuando esto sucede, dice el antropólogo Victor Turner, puede haber una inversión de estatus. Mientras que las autoridades —la FIFA, la Federación Mexicana de Futbol (Femexfut) y hasta la policía— pierden el poder que normalmente ostentan, los aficionados adquieren una voz que en otro contexto permanecería en silencio. Nos guste o no, ésa es la naturaleza del espectáculo futbolístico, en el cual reina lo mejor y lo peor de la libre expresión.
En estas circunstancias la Femexfut, bajo presión de la FIFA, se ha empeñado en hacer que los aficionados dejen de gritar el insulto. Dada la inversión de estatus que sucede en el estadio, me parece que la resistencia por parte del público es, sobre todo, un desafío a la autoridad. En un país como México, en donde prevalecen la corrupción, la impunidad, la desigualdad y la inseguridad, ésta es una oportunidad perfecta, sin repercusión alguna, para mostrar desprecio a quienes concentran el poder. De ahí que mientras más se esfuercen las autoridades en suprimir el grito, más fuerte griten los aficionados.
Doble moral
La renuencia de algunos sectores de la afición a dejar de gritar ¡puto! no sólo se debe a que la solicitud viene de las autoridades, sino también a que muchos consideran, con razón, que esas autoridades se rigen por una doble moral.
La FIFA
La posición de la FIFA es contradictoria, por no decir hipócrita. Mientras multa a la Femexfut por un grito que considera homofóbico, el organismo internacional otorga los derechos de organización de los Mundiales de 2018 y 2022 a Rusia y Catar respectivamente, países que no se caracterizan por su apoyo a la diversidad sexual (véase aquí y acá). Poco ayudó el expresidente de la FIFA, Joseph Blatter, quien en 2010 propuso como solución que las personas homosexuales se abstuvieran de tener relaciones sexuales durante el Mundial. La situación es tan ridícula como si, tras castigar a una federación por insultos racistas, se llevara a cabo el Mundial en la Sudáfrica del apartheid.
Ésta no es la primera vez que la lucha por la inclusión, o a favor de otras causas, pasa a segundo plano cuando los intereses económicos de la FIFA están en juego. Por ejemplo, antes del Mundial de Brasil, las autoridades expulsaron de sus hogares a miles de personas en barrios marginados, sin compensarlas, para construir infraestructura. Los abusos laborales en la construcción de estadios tanto en Rusia como Catar tampoco son un secreto. Nada de esto debe sorprendernos. Después de todo, Jérôme Valcke, exsecretario general de la FIFA, ya dejó claro que menos democracia a veces es mejor para organizar un Mundial. Con estos antecedentes, uno no puede más que poner en tela de juicio las intenciones de la FIFA y preguntarse si sus esfuerzos de responsabilidad social no deberían concentrarse en otro lado.
La Femexfut
La Femexfut tampoco está libre de faltas, pues su estrategia para afrontar el problema ha sido inadecuada. Siguiendo la lógica de la FIFA que da prioridad al dinero, la Federación ha demostrado con sus campañas —como Ya párale— que su preocupación principal es erradicar el grito para evitar multas y sanciones, y no combatir la homofobia y la misoginia que tan enraizadas están en la sociedad mexicana. En el video de la campaña, los jugadores se limitan a decir que no se quieren imaginar un estadio vacío y que no quieren jugar sin el apoyo de la afición. De la homofobia y la misoginia no se dice nada.
Así, la Femexfut ha adoptado la actitud de un maestro que pide a sus alumnos que no digan groserías cuando la directora —la FIFA— visita el salón de clases, aunque sabe que algunos niños golpean a sus compañeros todos los días en el recreo. En este sentido, la erradicación del grito no sólo es superficial, sino que, al ocultar el problema real bajo el manto de las apariencias, incluso puede resultar contraproducente.
La propuesta
Entonces, ¿qué hacer? Desde mi punto de vista, los esfuerzos deben concentrarse en combatir el problema desde sus raíces. Más allá de si el eh, ¡puto! es discriminatorio o no —lo cual discutiré más adelante—, es innegable que el futbol, en México y otros países, está impregnado de machismo y homofobia. No me refiero únicamente al ambiente en los estadios, sino también a las canchas y los vestidores que cada semana utilizan miles de jugadores de todas las edades. No es casualidad que prácticamente ningún futbolista haya salido del clóset. Como la máxima autoridad futbolística en México, la Femexfut tiene la responsabilidad de hacer algo al respecto.
Para empezar, la Federación podría lanzar una campaña no contra el eh, ¡puto!, como lo ha hecho hasta ahora, sino explícitamente contra la homofobia. Por ejemplo, podría hacer algo similar a la federación de Estados Unidos, que durante junio, mes del orgullo gay, tuvo varias iniciativas para promover la igualdad y el respeto para jugadores, entrenadores y aficionados sin importar su género u orientación sexual. En sus partidos amistosos, los equipos estadounidenses de hombres y mujeres portaron la bandera del orgullo gay en los números de sus uniformes. Playeras con el diseño especial se pusieron a la venta y las que usaron los jugadores se subastaron. Las ganancias se donarán a You Can Play, organización que busca hacer del deporte un espacio más inclusivo para todos. Además, se elaboró un video en el cual los atletas —hombres y mujeres— refuerzan el mensaje.
Más importante aún, la Femexfut podría recurrir a organizaciones como el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) para diseñar talleres de capacitación para entrenadores y jugadores, de manera que estén conscientes del problema, lo discutan y adquieran herramientas para contrarrestarlo. Aunado a esto, habría que incrementar significativamente los recursos que se asignan al desarrollo del futbol femenil. Si bien la creación de la Liga MX Femenil es un paso en la dirección correcta, todavía estamos muy lejos de terminar con la idea de que el futbol es un juego de hombres (heterosexuales).
El problema
Siempre y cuando haya acciones que ataquen el problema de fondo —eso es lo más importante—, me parece que la desaparición del grito es deseable. A pesar de que puto en el contexto del estadio no quiere decir literalmente homosexual, sino algo así como cobarde, su connotación misógina y homofóbica es innegable (véase este relato devastador de José Ignacio Lanzagorta). No se trata de un insulto cualquiera, sino de uno que ataca la masculinidad del portero. Cuestiona su virilidad, fuerza y valentía, características que se atribuyen a los varones heterosexuales, mientras que se subraya su debilidad, inseguridad y temor, supuestamente propios de la mujer o el homosexual. Según esta lógica, la feminidad del portero rival lo hace inferior.
Dada su carga heteronormativa, es buena noticia que el grito haya empezado a desaparecer. Sin embargo, la manera en que esto está sucediendo es algo preocupante. La estrategia de centrarse en la prohibición del eh, ¡puto! conlleva el riesgo de que, al final, no cambie nada. Aunque la gente deje de gritarlo, la misoginia y la homofobia seguirán intactas, con el problema adicional de que aparentemente ya se hizo algo al respecto. De ahí la importancia de que haya una estrategia integral de largo plazo que ayude a erradicar la misoginia y la homofobia en el futbol desde la raíz.
No estoy de acuerdo con quienes justifican el grito y sus variantes bajo la excusa de que es parte inseparable de la tradición futbolística mexicana. Tampoco creo, como Mauricio Cabrera, que si le hacemos caso a la FIFA, el futbol tendría que estar prohibido porque segrega. Es cierto que el balompié no busca, como el Olimpismo, el establecimiento de una sociedad pacífica. También es verdad que el futbol se caracteriza por el antagonismo y que, si se dejara de atacar al equipo rival, se perdería parte de la esencia del juego. Sin embargo, no es imposible denostar sin misoginia e injuriar sin discriminación. El eh, ¡puto! no define a la afición mexicana, pero el ingenio sí. Algo se nos ocurrirá.
Por Franco Bavoni
Licenciado en Relaciones Internacionales por El Colegio de México y Maestro en Ciencias Sociales por la Universidad de Chicago. Es autor de Los juegos del hombre: identidad y poder en la cancha.