El futbol es una “representación moderna” de la guerra cuya manifestación alardea en la ingeniería del lenguaje con el que se ha configurado (disparos, tiros, bombardeos, penales…). Esta “guerra controlada” fue —en 1942— exhibición de una “guerra de verdad”: el encuentro final del FC Start contra el Flakelf (el equipo más poderoso de la fuerza aérea nazi afincada en la zona de Ucrania) es recordado hoy día como el “partido de la muerte”, pues varios jugadores fueron fusilados después de derrotar a la escuadra alemana.
Reconstruir un equipo desde las cenizas
Corría el año de 1942, donde Ucrania, que estaba sitiada por la Alemania Nazi desde el año anterior, había suspendido su liga de futbol para que los jugadores pudieran enrolarse al Ejército Rojo, que en su mayoría terminaron en campos de concentración y en la muerte. Sin embargo, un pequeño grupo de exjugadores quedaron libres y pudieron combatir desde una trinchera poco convencional a la ideología imperante del tercer Reich.
Que la historia del futbol en el siglo XX no es poca cosa lo saben mejor que nadie los ucranianos; un partido de este deporte puede volcar a un país entero de la depresión absoluta a la esperanza renovadora. Todo comenzó cuando el dueño local de una panadería observó a su ídolo Mykola Truvosevych (arquero del Dínamo de Kiev) pasando hambre y vestido de mendigo, y lo invitó a trabajar de barrendero en su local. Por iniciativa de los dos, a los pocos días habían alcanzado a reunir a siete de sus excompañeros del Dínamo y tres más del Lokomotiv, dando forma a una potente escuadra que, desde su formación, nunca conocería la derrota. Jugando con el color de su bandera (rojo) se animaron a participar en la nueva liga arrasando prácticamente a todo rival.
El Partido de la Muerte: el FC Start vence a los alemanes
Frente a la fama del Start, los alemanes se interesaron en “jugar” contra ellos para demostrar, en pleno Kiev, la superioridad aria. El 6 de agosto de 1942, se disputó un partido entre el FC Start y un equipo de pilotos de la Luftwaffe (fuerza aérea) alemana; la antedicha demostración se transformó en humillación de un 5-1 a favor de los ucranianos. El asunto no se quedaría así, y tres días más tarde se organizó a conciencia la revancha: los mejores jugadores alemanes, árbitro de la SS, estadio controlado y una visita previa a los vestidores para «orientar» a los jugadores ucranianos cuál debía ser su papel en este espectáculo.
Decidieron que aquello que no podían realizar con las armas lo harían con los pies, tratando de devolverle alguna esperanza a sus ya lastimados compatriotas. El júbilo inundó las gradas mientras el Start vencía 5-3 al equipo Nazi. Aunque no atacados inmediatamente, los jugadores fueron detenidos días después por la Gestapo donde interrogados y torturados fueron llevados al campo de exterminio. Hay versiones encontradas respecto de cuántos murieron y el momento de su muerte, todas coinciden en que por lo menos tres jugadores fueron ejecutados: Nikolai Trusevich (portero y capitán del equipo), Alexei Klimenko e Ivan Kuzmenko.*
Leer el futbol desde la filosofía: la lucha por el reconocimiento
Pero, ¿por qué a pesar de la constante amenaza no dejaron que los alemanes ganaran? ¿Por qué no “se dejaron perder”? Porque los seres humanos son libres: en ellos reside la posibilidad de elevarse por encima del deseo natural de conservar la vida, al grado que pueda arriesgarla hasta la muerte, resignificando la existencia plenamente. Los ucranianos se elevaron al reino de lo espiritual y decidieron respetar la libertad, jugando como se debe, ellos prefirieron ser señores y ya no más siervos.
La dialéctica del amo y el esclavo expuesta por el filósofo Hegel muestra cómo en el encuentro entre dos libertades está en juego siempre una lucha a muerte por el reconocimiento de sí como autoconciencia libre e independiente. Mi relación con el otro ser humano no se basa en el deseo (como con los objetos), sino en el deseo de su deseo; deseo que el otro me reconozca y, en ocasiones, en la búsqueda de ese reconocimiento se me puede ir la vida.
En el futbol, la lucha por el reconocimiento ya no descansa en estas dos figuras históricas sino lo que está en juego: es el orgullo de saber quién es superior y quién inferior. ¿Por qué en partidos clásicos los aficionados pueden llorar horas y estar desconsolados durante días, semanas o años? Parece ser que —para ellos— se juega algo más profundo que un “simple partido de futbol”, en su mente se juega el orgullo de ser los señores de la cancha.
La lucha por el reconocimiento está en todos lados, no sólo contra los que jugamos, sino con los que jugamos. Por ejemplo, la noción de equipo en el futbol es incomprensible si no hay un reconocimiento a mi compañero como libre. ¿Qué es la pared sino la expresión fehaciente de este principio dialéctico? No acaso en ese pequeño “toco y me muevo” se encuentra la comprensión de que dependo siempre del otro, de que vivimos en un universo simbólico donde el otro me constituye: si se aniquila la confianza se evapora la noción de equipo.
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Lo mismo sucede con la noción de partido, es imposible pensarla si no hay un adversario; para jugarlo también tengo que reconocer a mi rival como libre. La diferencia entre el conflicto dentro de un equipo y el jugar contra otro equipo, es que en esta segunda no hay búsqueda de reconciliación: cuando uno juega, si respeta la libertad, tira a matar. Sólo cuando respeto al otro le juego “con todo”, por ello la mayor humillación para los alemanes fue, no el perder contra esta potente escuadra, sino la burla de Alexei Klimenko al patear el balón en la línea de gol al centro del campo, en vez de anotar.
Éste es el ejemplo más acabado de cómo los ucranianos dejaron de ser esclavos de la vida trascendiendo a las calles, creando un mito que ensanchó la esperanza que ya habían generado con sus victorias. La muerte que luchó por la libertad puede ser llamada “muerte espiritual” que es expresión de “verdadera vida”.
- Distintas fuentes señalan que el Dynamo de Kiev tenía «fuertes vínculos con la policía secreta soviética», y que esta fue una de las razones por las cuales los fusilaron.
Por: Julián Náder