“Cuando empecé en Rosario Central
teníamos prohibido gritar un gol de penal,
porque un gol de penal lo hace cualquiera”.
César Luis Menotti
No cabe duda que el futbol despierta emociones indescriptibles en todos aquellos fieles masoquistas. Desde esos goles que se mitifican por técnica o porque entran agónicamente en el último segundo, hasta grandes atajadas salvadoras de partidos.
Pero hay un momento en el que las manecillas del reloj parecieran detenerse, ése en que todo el estadio clama, implora y reza por el tino o falla del jugador que se prepara para intentar vencer desde los 11 pasos al cancerbero, que por su parte hará todo para terminar con las ilusiones del tan ansiado grito de gol, hasta ahogarlo por completo.
Entonces el jugador se prepara, de pronto, cuando coloca el balón en lunar blanco del área del portero, éste camina al mismo tiempo que el cobrador para después devolver sus pasos, de tal manera que pareciera que los 7.32 metros de ancho por 2.44 de alto que mide su arco, comienzan a encogerse. Este efecto óptico que podría bloquear la mente de quien pretende perpetuar el fusilamiento.
El penal como suplicio
Los penales pueden ser la acción que consagre a un jugador hasta el punto de convertirlo en leyenda, o en el fallo que lo siga como una sombra a pesar de todo lo conseguido en su carrera.
“En una situación de mucha presión, uno empieza a pensar dónde poner el pie con el que se patea, con qué parte patear, piensa con demasiado detalle. Una vez que se llega a eso es posible que el rendimiento se vea deteriorado. Conlleva a una parálisis por análisis“, explicó Mark William, PhD –doctor especializado en investigación– de Ciencias del Deporte de la Universidad John Moores de Inglaterra, en una entrevista concedida a la BBC News de Londres en el año 2012.
“Debido a la ansiedad, el cerebro de los pateadores olvida todo lo memorizado en años de entrenamiento. El futbolista no patea el penal con su memoria implícita, encargada de los movimientos involuntarios, sino con la memoria de procedimiento, la que ejecuta los movimientos voluntarios, es como si lo pateara por primera vez. Quien patea le teme al resultado, al fracaso en caso de no anotar el gol. La presión es más severa en el pateador que en el arquero, porque nadie espera que el arquero ataje”.
El penal perfecto según Stephen Hawking
El fallecido Stephen Hawking, quien fuera: físico teórico, astrofísico y divulgador científico británico; realizó estudios relacionados a los cobros desde el manchón penal, ¿el propósito? Encontrar la teoría del penal perfecto.
El científico recomendó lanzar el balón a las esquinas superiores del arco, pues así aumentaba la probabilidad (84%) de anotar. Para Hawking los delanteros tienen mayor probabilidad de marcar (81%), a diferencia de los centrocampistas y defensas.
En cuanto a la velocidad, añadió que el cobrador necesita al menos 3 pasos de distancia hasta el balón para alcanzar la posición ideal. Quienes lo hagan con menos distancia disminuyen su efectividad (57%).
También estableció que para cobrar el penal perfecto no importa si el cobrador es zurdo o diestro, sin embargo, sí hace la diferencia entre quien patera con la parte interna que con el empeine, pues así se puede dar mayor dirección a la esférica.
Pararse a unos pasos de la redonda y estar frente a frente del arquero no es cosa sencilla. Puede ser el jugador con mejor toque, sin embargo, si carece de decisión y seguridad, el resultado podría ser una catástrofe.
Muchos son los cobros penales que han sido errados, atajados o que han pegado en los postes, pero son puntuales aquellos que han sido decisivos y forman ya parte de la historia del balón.
Por: Ricardo Olín / @ricardo_olin