Cierto día, un día cualquiera, no importa cuando, la nutrióloga del club –a quien llamaremos Fanny–, impuso una nueva dieta para todos los miembros de la plantilla. En su afán de sacar un mejor provecho y rendimiento de los jugadores, aunado a tenerlos en una mejor forma física con una nutrición a detalle, diseñó un nuevo plan de consumo de alimentos.
Este régimen mostraba algunas novedades, entre las que destacaba, la restricción del jugo de naranja en el desayuno de los jugadores. La razón de la nutrióloga de erradicar el jugo era eliminar los azúcares de la comida y bebidas del grupo. El nuevo menú nutricional fue aprobado y el tratamiento fue puesto en marcha a la brevedad posible. Ese mismo día que se estrenó, explotó la bomba en la Casa Club. Debut y despedida.
Por aquel entonces, una panda de chilenos lideraba el grupo. Este selectivo lo mantenía unido y cualquier rencilla que se pudiera generar, era tratada por ellos. El técnico en aquel proceso, Alfonso Sosa, sabía de antemano que era mejor tener de aliados a los andinos que de enemigos. Hacerles sentir un rigor innecesario era ponerlos en su contra.
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Por esta razón, el entrenador optó por hacer caso omiso. Escuchaba, asentía y dejaba las cosas como estaban. No movía ninguna pieza en aquel vestuario convertido en un tablero de ajedrez. Una mala jugada y podría perder el grupo para siempre. Muchos de los elementos se quejaron de la “preferencia” a los extranjeros. Otros tantos les parecía lo más normal y otros cuantos no le importaba nada, el caso era ser parte del pelotón y mantenerse en él. Fue así como aquella tribu sobrevivió y permaneció en Primera División.
Aquella mañana, a su llegada al club, uno de los líderes de aquella legión, Manuel Iturra, buscaba con especial atención algo que había sido movido de su lugar original: el jugo de naranja. “Colocho” creció tomando jugo de naranja y nunca nadie se lo había restringido de la dieta, ni en clubes y tampoco en la selección chilena. El sudamericano se percató que no había en toda la mesa del bufete. “Oye, po’ ¿me podría deci´ óntai’ el jugo de naranja?”, preguntó a la cocinera del lugar.
La empleada le respondió que no habían hecho porque la dieta que le habían entregado no lo estipulada en el menú. “Pero ¿qué me estai’ diciendo, po’?”, preguntó sorprendido el jugador. La cocinera le repitió la mismo y Manuel, enardecido, preguntó que de quién había sido tremenda idea. La chef le indicó que eran nuevas órdenes. Aquel jugador dejó la comida de lado y fue directo a la oficina del director general, Luis Torres Septién. “¿Cómo que nos ha quitao’ el jugo de naranja, weón?”, preguntó el sudamericano. Luis le aclaró que había sido un plan de la nutrióloga del club. Le explicó las razones y los porqués de la decisión, pero Manuel seguía sin entender absolutamente nada.
Más tarde, ese mismo día, luego del entrenamiento, Manuel se dirigió a la oficina de la nutrióloga. “¿Pero qué estái pensando? ¿Cómo no’ vai’ quitar el jugo de naranja?”, preguntó, furioso. La profesional en nutrición le explicó las ventajas que tenía el no tomar azúcar durante el desayuno. Pero “Colocho” seguía sin entender y le exigió que regresara la bebida a la dieta del grupo.
Fanny, sin alterarse y con la firme convicción de que su plan no iba a dar marcha atrás, trató de convencerlo, aunado a que sentía la seguridad de que los dirigentes la respaldaban en su toma de decisiones. Manuel, fúrico, le insistió y al no ver respuesta positiva, le sentenció: “Bueno, vamo’ a ver si puedes quitarnos el jugo de naranja”, finalizó con la charla y abandonó la oficina de la nutrióloga.
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Iturra vivía por el norte de la ciudad. Fuera del fraccionamiento donde residía, un señor colocaba un puesto de jugos (naranja, zanahoria, toronja y demás) todos los días por la mañana. Al día siguiente de la discusión con la nutrióloga, Manuel se levantó más temprano de lo usual y acudió al pequeño establecimiento del vendedor de jugos. Le pidió que le llenara un garrafón de 20 litros de puro jugo de naranja. Manuel pagó lo acordado, subió el producto a su vehículo y tomó rumbo a la Casa Club. También pidió al vendedor tener el producto suficiente, porque le iba a estar comprando la misma cantidad casi todos los días –jornadas de entrenamiento–.
Llegó al club, bajó el garrafón y lo colocó en la mesa donde usualmente se sentaba la legión. Ante el hecho, la nutrióloga le llamó la atención, les pidió que sacaran el líquido y dejaran de tomarlo. Fanny trató de quitárselos y Manuel tomó la determinación de llevarlo al vestidor. “¡Acá no te puede’ meter y cuidao’ con lo que lo haga’, eh!”, le dijo. El jugo no faltó nunca más en la dieta de los sudamericanos y algunos otros jugadores. La legión había ganado otra partida en el club.
La legión llegó a controlar ciertos puntos de la convivencia en el club. Con el tiempo, llegarían otros sudamericanos de más peso y renombre que controlaron hasta los momentos de oración. Muchos profesaban (lo siguen haciendo), la religión cristiana. Para ese entonces, otro técnico ya dirigía los destinos deportivos de la institución. En las altas esferas se dieron cuenta de lo que ocurría y fueron destruyendo aquel núcleo que llegó a tomar cierto poder hasta en la toma de decisiones.
Por Cruz Soto / @Cruzinhosoto