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River Play

No había equipo más poderoso que el River Play. Tres años consecutivos dominando el campeonato del recreo. La esencia del nombre venía de Buenos Aires, pero la fonética y gramática fueron cortesía de Chucho, el eterno profesor de educación física de la escuela. Sí, Chucho era el docente, árbitro, y presidente de la liga.

La inscripción era gratis, el arbitraje unos cuantos pesos, nada que pudiera dañar el presupuesto para el lunch. Todos los equipos tenían el mismo uniforme. Tenías suerte si te tocaba jugar en día de deportes pues, entonces al menos lo harías más cómodo con pants y los obligatorios tenis blancos. Pero si te tocaba otro día entonces tendrías que darlo todo con zapato, pantalón, y chaleco. Incluso me tocó ver valientes jugando con suéter. Yo lo odiaba porque sudaba a cántaros debido a la herencia genética de mi papá.

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River Play fue un ícono. Teníamos figuras como el Chino, Robert, Guicho, César, entre otros. Parecíamos una camada destinada a lo grande en esos años. Cuando empezamos a jugar juntos, arrasamos a la competencia en la categoría de cuarto, les ganábamos a los grandes de quinto, y asustábamos a los viejos de sexto. Incluso hubo una vez que jugamos con los abuelos de preparatoria. Esto se dio porque en aquel entonces mi primo cursaba ese grado y conocía a sus amigos. Ni los dirigentes de la selección pudieron haber organizado un partido así. Perdimos, pero les dimos un buen susto. Nos reconocieron, ganamos su respeto.

El roce con los otros equipos del mismo grado nos acercó con compañeros que no eran de nuestro salón. Empezamos a transformar la rivalidad deportiva en amistad. El River como local era tan bueno que el campeonato del recreo quedaba chico. La amistad entre los grados ya se había consolidado entre fiestas de cumpleaños y reuniones para jugar FIFA de pixeles.

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Estudiar la primaria con la misma base de jugadores permitió lo inevitable, conjuntar los elementos que en el futuro conformarían una selección que representaría a la escuela en torneos externos. Ni los mejores cazatalentos profesionales de hoy lo hubieran hecho mejor.

Con el tiempo los padres de familia se conocieron entre sí, y cuando vieron el potencial que teníamos y el cómo nos divertíamos, nos ayudaron a inscribir al equipo en el famoso torneo nacional patrocinado por una conocida marca refresquera. El premio era ni mas ni menos que jugar a nivel nacional en Acapulco, el destino dorado de cualquier niño que viviera en la zona metropolitana. En ese tiempo ya éramos los veteranos de sexto, y estábamos listos para el desafío. Buenos Aires tenía a su River Plate, pero nuestra escuela tenía al gran River Play.

 

Por: Rogelio Calderón / @irogeman

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