Memorias de 1987
“No nos olvides, no olvides nuestro nombre ni nuestros colores, tampoco la causa que defendimos, no olvides que siempre dimos todo en la cancha y en la vida, el que estés hecho de carne y de hueso y nosotros somos de polvo y de recuerdos no borra que alguna vez gritamos juntos un gol o te emocionaste en el estadio por algo que es más que un simple juego, el balón no deja de rodar y aunque la línea de la carretera a veces es muy larga, siempre llega a su fin, no me olvides viajero, aquí te espero”.
En memoria de
René Montalvo
Gerardo Orona
Agustín Jiménez
Tiempo, siempre tiempo, porque dicen que el tiempo lo cura todo, pero a veces en esta época los recuerdos duelen, porque en realidad a 33 años de aquel accidente la verdad nunca ha dejado de estar presente en la afición queretana, recuerdos que duelen mas que un descenso.
Lo que debía ser una fiesta acabó en tragedia, puesto que los Gallos Blancos de la UAQ estaban por disputar el partido de ida de la final de ascenso ante los Correcaminos de la UAT en el Marte R. Gómez de Ciudad Victoria, capital de Tamaulipas.
Los queretanos superaron a Pioneros de Cancún, Tecomán y Texcoco en el grupo A de Liguilla de segunda división, mientras que los de la UAT quedaron líderes del grupo B sobre Laguna, Zacatepec y Universidad de Colima.
El sol brillaba fuerte sobre Tamaulipas aquel domingo 10 de mayo de 1987, un día muy especial para todos los mexicanos, el festejo a las madres debía esperar, era hora de jugar, de defender el honor deportivo en tierras extrañas, lejos de casa, lejos de Querétaro.
Ese domingo muchos aficionados gallos hicieron el viaje a Ciudad Victoria, era un día de fiesta, un juego que nadie quería perderse, hasta el entonces Gobernador de Querétaro Mariano Palacios se encontraba presente en el Marte R. Gómez. Luis Alvarado, DT de los queretanos mascaba sus pensamientos, analizaba al rival, revisaba sus esquemas tácticos, J.J. Torruco y Alejandro Palomares suspiraban y recibían indicaciones.
El árbitro marcó el inicio del partido, la batalla por llegar a Primera División había comenzado, ilusión en forma de balón, sueños en el césped, gritos de gol que aún no nacían, deseosos de levantar una bandera de campeón de Segunda División. El juego fue muy reñido, de repente se cerraba, ningún equipo quería perder, llegadas y llegadas, centros fallidos que no lograban hacer daño.
El juego de ida había llegado a su fin, el ánimo queretano estaba por las nubes, puesto que José el pollo Tobías había fallado un penal para la causa tamaulipeca. El jubilo era desbordante, los Gallos Blancos pensaban en cerrar el partido de vuelta en casa, con su afición, en el Corregidora.
También te puede interesar: Hay fotos que deben romperse
El partido acabó 0-0 aquel 10 de mayo de 1987, el viaje de regreso a tierras queretanas se había programado para el lunes 11 de mayo, pero muchos miembros del equipo deseaban volver pronto y festejar lo que quedaba del día de las madres junto a sus esposas y progenitoras. Los 520 km que separan a Ciudad Victoria de Querétaro parecían esta vez muy lejanos, demasiado largos, más distantes que nunca, el cielo mandaba lluvia, tal vez como un mal presagio, el asfalto era frio aquella noche.
Dicen que nadie escapa al destino, ni a la suerte, cosas que marcaron aquel autobús, el cual se encontraba en el km 67 de la carretera México- Piedras Negras cerca de Matehuala.
La lluvia, la fatalidad, una curva y un mal giro de la suerte hicieron volcar los sueños y risas, historias y camaradería que solo anhelaban ir a casa y besar a su madre; ir a casa y seguir preparando el camino rumbo a la máxima categoría nacional; acostarse en sus camas, suspirar y sonreír sabiendo que recibirían el juego de vuelta en casa, con la leal afición de gallos, a prueba de todo, siempre sufriendo pero siempre con tiempo para sonreír en el umbral de las divisiones.
“Nosotros veníamos en una combi, veníamos felices por el empate en el Marte, cerca de Huizache en SLP bajamos la velocidad porque vimos un autobús que se había accidentado, lo primero que pensamos fue que era el transporte de alguna de las porras queretanas que habían ido a apoyar a los gallos, fue peor nuestra sorpresa cuando vimos que se trataba del equipo, no lo podíamos creer”.
Así me lo cuenta Fernando Gavidia, aficionado de antaño, gallo blanco de otra época, su mirada se pierde un poco y suspira mientras su charla se difumina entre el humo del tabaco, todos se bajaron a auxiliar al equipo aquella vez, hay cosas que no se olvidan fácilmente, recuerdos que dejan huella, juegos que nunca se terminan a pesar de que el balón sigue rodando, una ironía.
De la misma forma lo cuenta también Alejandro Palomares, quien viajaba en aquel autobús y poco antes del accidente se cambió de lugar a los asientos traseros de la unidad, puesto que le dolía la espalda, salvando su vida de esta forma. La suerte jugó a un poco a su favor, dentro de aquella tragedia.
“Coincidimos en que contamos nuestra edad a partir del accidente, no nuestra edad biológica, porque le pudo pasar a cualquiera”.
Mencionaría así Palomares en una entrevista a medios nacionales hace ya algunos años en un aniversario luctuoso de sus compañeros.
Te puede interesar: Missael Espinoza, el niño de Nayarit
Entonces así, el dios del futbol determinó que Agustín Jiménez, Gerardo pillo” Orona y René Montalvo ya no disputarían el juego de vuelta. Cambiaron su jersey y espinilleras por flores, muchas flores; cambiaron el autobús del club por una fría carroza que circuló por las calles queretanas en un largo homenaje a los caídos. A veces, el mes de mayo duele mucho en la afición queretana, se manifiesta en forma de suspiros o de lágrimas, pero también de orgullo por aquellos que dejaron todo en cada partido y en cada jugada.
Al final como en todo, la función debe continuar, así que el 19 de junio de 1987 se llevó a cabo el juego de vuelta. Un juego reñido, sin tiempo para llorar u honrar la memoria de los fallecidos. Nuevamente un empate 1-1 en tierras queretanas ponía las cosas difíciles, puesto que habría que disputar un tercer juego en cancha neutral para definir al nuevo inquilino de la Primera División.
El estadio elegido fue el coloso de Santa Úrsula, la catedral del futbol mexicano. Un equipo que se negaba a vencer y otro que no quería ser vencido, aquel martes 23 de junio de 1987 se veían nuevamente las caras Diego Malta de la UAT y Luis Alvarado dirigiendo a los Gallos.
Te puede interesar: Irapuato: apuntes de la trinca
Nuevamente el balón se negó a entrar, las redes del Azteca sencillamente no podían perforarse, los 90 minutos y los tiempos extra dejaron un 0-0 en el marcador, queretanos y tamaulipecos seguían pendiendo de un hilo, un juego cerrado y poco ofensivo en algunos momentos.
La tanda la inició Correcaminos, anotando José Treviño, mientras que Ochoa fallaba por parte de los queretanos, nuevamente la moneda cayó en favor de los de la UAT y Francisco Cervantes se convertía en héroe de Correcaminos al colocar en las redes el ultimo penal que daba el ansiado ascenso a los tamaulipecos.
El llanto queretano de Palomares, Torruco, Alvarado y Ochoa se hacía cada vez mas pesado, una campaña que inició soñando y terminaba en tragedia, la afición queretana en el Estadio Azteca tan solo pudo aplaudir a sus Gallos y reconocer de forma ética al campeón, esperando algunos años mas para conseguir el ansiado ascenso, en el limite de las divisiones, en el umbral de las pasiones y las penas, en una nación que no olvida nunca cómo pelearon aquellos gallos, una ciudad que sabe que cuando en mayo las rosas florecen también lo hacen algunos recuerdos y algunas memorias dolorosas.
Por: Carlos Silva / @SAGA0003