Identidad. Aquello que nos hace poco más heterogéneos. Identidad. Consecuencia cultural última sobre una verdad que nos contamos a nosotros mismos, sin embargo, no siempre autótrofa. Identidad. Aquello con lo que nos identificamos. La configuración actual del mundo es muy clara al respecto: por sobre lo que crees, está lo que creas, y lo que no cabe en una celda de Excel o estados financieros, inmerece un lugar en el discurso. Hablemos pues del último ole a Diego Pablo, «el Cholo», Simeone.
La pasión es una excepción muy costosa si no emite factura y, en el mercantilismo, la bienaventuranza exige ver para solo así creer. Si el futbol fuera un escape de la realidad, las camisetas serían acciones mercadas al mejor postor del triunfalismo. Pero algunos, ven más que múltiplos de 90 minutos: ven la imagen de la existencia misma.
Cuenta la mitología romana que Saturno y Ops concibieron a Júpiter, Plutón y Neptuno. Tras derrocar a sus padres, los hijos repartieron los reinos existentes. De entre los cielos, la tierra y el inframundo, Neptuno eligió los mares y ríos para recorrerlos en caballos de algas y espuma, llevando consigo un tridente. Guerrero excepcional y apasionado por excelencia, Neptuno intervenía sus dominios a capricho; rara vez concedía un favor desinteresado a los mortales.
Tiene sentido que la cosmovisión del Atlético de Madrid exija tributarle el azar mitológico de un trofeo, porque, identidad rojiblanca: metamorfosis de una ley que no daba para vivir ni morir, tan solo para extender la agonía. Querellas administrativas, relegaciones y el constante acoso cosmopolita del vecino incómodo de Concha Espina. Y, sin embargo, Identidad: fidelidad irrecíproca, el arraigo y el orgullo indistinto al marcador. Entonces una tarde de invierno convocaron a rueda de prensa frente al dominio del caudal del Manzanares para dar lectura a la profecía: el mesías volvería a casa.
Diego Pablo Simeone nació en el corazón de Buenos Aires, primer signo sentimental. Antes de deber sus primeras palabras a quienes le hicieron nacer, vociferó lo que le haría vivir: “gol”. En el patio escolar, daba el fin del receso y él no terminaba de acomodar al equipo. Su profesor de música detectó dotes y, aún el más chico, le asignó la dirección de la orquesta.
Aprendió a lidiar con el arbitrio cuando rompía macetas y la abuela confiscaba la pelota, creándose medias o cucuruchos de diarios; patearía más artículos en el futuro. Debutó a los 16, con 18 era seleccionado y, con 20, comenzó el pastoreo europeo hasta dar con el epicentro ibérico; llegó al Atleti. O el Atleti a él. En cancha manoteaba, ordenaba y orquestaba, ya con el balón hacía testimonio teórico. Los “Olé, olé, olé, Cholo Simeone” formalizaron el enamoramiento.
Neptuno le concedió la enraizada liga italiana pero advirtió que los caballos zarparían pronto a América; negoció una última escala colchonera. Guiñó volver al banquillo sin número en la espalda. Diego Pablo durmió jugador, amaneció técnico en Racing y cosechó títulos con distintos clubes. Una tarde frente a Río de la Plata, Neptuno le invitó a cruzar el Atlántico una vez más; tras la antesala de escudos, Diego Pablo escuchó el llamado del indio.
El Cholo convocó a su feligresía a una práctica a puerta abierta; abarrotó el Calderón. Se dijo cómodo con la expectativa. Su mensaje fue sí la disciplina y el perfeccionamiento táctico, pero, por sobre todo, consignó no negociar el esfuerzo. En meses, disputaron su primera final continental –esta vez Europa League– frente al Athletic de Bilbao, club del que se desprendieron un siglo atrás para comenzar a existir. Vencieron 3-0, ya no estaban para arrastrar ligaduras del pasado. El cholismo había iniciado; refrendaron la tesis en la Súper Copa.
En 2013, Neptuno acomodó el tablero: final, Copa del Rey contra el Madrid, en el Bernabéu. Un cabezazo en tiempo extra rompió las redes y, de paso, con la hegemonía merengue. Para jugadores y afición, estaba consumada la redefinición en “…eso es el Atleti, y también podemos ganar”. Para Diego Pablo, la consagración estaba por iniciar.
Temporada 2013-14 y el Cholo compartió su nueva parábola: partido a partido. Así el calendario hiciera pasar saliva, lo más importante y único sería el siguiente compromiso. Así transcurrió. El equipo sumaba de a tres en La Liga y pasaban a las fases de eliminación directa en Champions.
No terminaba de encrudecer el invierno cuando Madrid resintió el último aliento del Sabio de Hortaleza; falleció Luis Aragonés, figura más grande en la historia del club, le heredó a Simeone la consigna de ganar, ganar y volver a ganar. Un día después tributaron, tras 18 años, la primera posición provisional.
Continuaron las victorias en Champions y, localmente, bastaría una victoria en tres encuentros para hacerse del título, pero Neptuno alargó la resolución al Camp Nou en la última jornada; sumar en la casa catalana para concretar la proeza. Goleador lesionado, gol en contra y el vaticinio derrotista. Pero identidad: el central rojiblanco depositó con un cabezazo el balón en la historia. El Cholo cumplió la profecía. Colgada la bufanda en la corona de Neptuno, apartaron el confeti e hicieron equipaje para cumplir el sueño que Diego Pablo siempre tuvo en mente.
Todo inició en Lisboa, puerto donde salieron expediciones al descubrimiento y conquista del nuevo continente. En su camino, los 90 minutos y el vecino cosmopolita de la Cibeles. Otro cabezazo le acercó a la inmortalidad, pero se adelantó la Semana Santa con un amargo sábado de Ramos en los segundos finales.
Los latidos se apagaron y el vecino le arrancó la gloria; la deidad hecha hombre ingresó a la cancha para encarar a un jugador rival que le provocó, alegando: “sangre tenemos”. “Volveremos”, fue el vaticinio de sus once. Año subsecuente, nuevamente el Madrid en cuartos, y el tiempo extra dio un nuevo revés. Insistir y no consumir –los medios-, fue el mensaje.
Año siguiente, Neptuno trazó la adversidad de quienes serían campeones de Holanda, España y Alemania; todos fueron despachados. La nueva consigna: Nunca dejes de creer. Milán toco a la puerta, del otro lado nuevamente el Madrid. Inició adverso el marcador, se erró un penalti, la esperanza peligró, pero Simeone invocó al doceavo jugador con las palmas y acompañó al equipo para el empate. Un poste adverso en la tanda de penaltis llenó de lágrimas por el sueño que no pudo ser.
Simeone refrendó su mortalidad y asumió la duda para insistir al sueño europeo. 2017, semis, nuevamente el Madrid. Con un 3-0 en contra en la ida, se disputaría el último derbi del Calderón. Él advirtió “el que no crea, que no venga”. Tras 20 minutos, el Atleti se aventajó 2-0, pero un tanto del visitante fue lapidario, no así los cánticos y gritos de una afición entregada al club.
Fue tal la incredulidad de la incondicionalidad, que Neptuno rompió en llanto hasta confundir el aguacero con las lágrimas de quienes no dejaban de alentar. Diego Pablo se sinceró frente a la prensa: “Estoy feliz”. Identidad. El Atleti venció, no alcanzó, pero se redimió y, sin ir a Cardiff, refrendó lo único que está por sobre la gloria; pero al sueño no se ha renunciado.
Simeone eligió al estadio por sobre el museo, el Atleti optó por un mortal y no una deidad. Ambos caen, erran, lloran, insisten, logran, eternizan. Prescindimos del desenlace último: Diego Pablo reinventó la identidad sin trastocar la esencia. Y si ayer contra algún otro equipo, oscila entre una época de gloria impensada tiempo atrás; pero él mira al próximo partido. Sabe que la misión se cumplió, pero sigue soñando con listones rojiblancos en la Orejona.
Sabe que la misión se cumplió pero sigue soñando con otro título liguero, uno más. En mayo del 2021, fue su último partido a partido de refrendar que, de entre las espinas de la pandemia y los estadios vacíos, logró llenar la copa con sufrimiento para convertirla en gloria; no se ha escrito su última obra.
Neptuno ya aparcó en el Manzanares y programó el GPS a Río de la Plata, pronto señalará a Diego Pablo y se congregarán leyendas, afición, tercer anfiteatro y muchos más para despedirle y verle perderse por entre las olas y el firmamento. Resta vivir los últimos latidos del redentor que cambió la historia del Atlético de Madrid, demostrando que, si se trabaja y se cree, se puede. Resta el último Ole A Diego Pablo, «el Cholo», Simeone. No buscarle en el banquillo con túnicas claras; el mesías viste de negro.
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Por: Willy Sepúlveda / @WillySepu1