Pisa Francesco Totti el túnel que corre de los vestidores al campo, esa antesala donde se discuten los últimos detalles previos al partido con los compañeros, mientras se van formando para la entrada en fila. Con la banda de capitán en el brazo y el número diez en la espalda, el último gladiador, adelanta el paso y es el primero en disfrutar del grito de los fanáticos en el magnífico Olímpico de Roma; todavía se le enchina la piel y se le seca la garganta, una vez más entra en su casa. La voz de la loba, su esposa, lo recibe y lo saluda como siempre desde hace más de 15 años.
A lo largo del tiempo y debido a su gran futbol, Totti recibió numerosas ofertas para vestir otros colores. Nunca aceptó, pues nunca quiso sentirse ajeno. Él es un caso fuera de lo común. En el negocio de las patadas, muchos jugadores cambian de equipo como cambian de calzones. Es claro que cada traspaso depende de un sinfín de circunstancias, pero el hincha no puede vivir así la transición, su corazón no se lo permite; irremediablemente ve a su ídolo, al depositario de su ilusión semanal como un mercenario que juega por dinero y fama, y no por amor a la institución, como lo hace orgullosamente il capitano.
En el futbol como en el amor, muchos son los divorcios y pocos los verdaderos matrimonios.
En un mundo que consume hasta lo que no tiene, donde predomina la ideología de la poligamia y la avidez del goce inmediato, cada vez cabe menos la idea del compromiso ético con el otro cuyo intento por realizarse implique toda la fuerza y, por lo tanto, toda la vida.
Se ridiculiza al matrimonio como una institución que limita la libertad, una unión que será destruida por la rutina y el hastío que parecen inevitables y que arrastran con cualquier pasión. Se piensa al amor y al matrimonio incluso como opuestos, pues parece que éste último termina con cualquier luz que el primero proyectó en algún tiempo pasado.
¿Por qué no pensarlo desde otro ángulo, por ejemplo, desde el futbol? Totti y Gerrard, otro caso paradigmático, le dieron toda su vida a una sola playera. Ellos entendieron que, como diría El Quijote, el amor no se funda en la obtención de derechos, sino en la multiplicidad de renuncias. Fidelidad y fe curiosamente significan lo mismo: compromiso y sacrificio. Se requiere de un sacro oficio por amar al otro aún en los tiempos más difíciles.
El leal jugador o aficionado sabe que es en las derrotas cuando más se siente el cariño por el escudo y más trabajo cuesta salvar al amor: lo que lo vuelve sincero y tiernamente extraordinario. La persistencia del amar enseña que la rebeldía también se encuentra en la constancia. La relación conyugal con el equipo que reclama el corazón es ciertamente estética, pues es admirable; es fundamentalmente bella y erótica, pues es una explosión de autenticidad donde nunca es contraria la armonía con la sorpresa.
La persistencia del amar enseña que la rebeldía también se encuentra en la constancia.
Como Totti en Italia, en Inglaterra, Steven Gerrard se casó con el Liverpool desde que era un niño, y siempre se abandonó a los brazos de su eterno amor. Stevie encuentra en el acogedor Anfield un espacio de intimidad mismo que cualquier matrimonio busca como finalidad. Parafraseando al filósofo mexicano, Eduardo Nicol, estar en intimidad requiere, no de un lugar, sino más bien de un ambiente de calma, privado, interior, donde lo interno tenga fuero y exposición exclusiva. Junto a más de 45 mil aficionados, Gerrard encontró la confidencia y la confesión que no se dan en la superficialidad de lo público sino en la intimidad de lo profundo.
El ídolo del club alguna vez dijo: «Cuando esté moribundo, no me lleven a un hospital, llévenme a Anfield. Allí es donde nací y allí es donde quiero morir». Su relación con el primer y único amor ejemplifica la famosa y poco practicada frase de la liturgia religiosa: hasta que la muerte los separe. Pierdan o ganen los reds, jueguen bien o jueguen mal, la afición abraza a los suyos con el canto de su cálido himno: un cover del grupo sesentero «Gerry and the Pacemakers» de la canción: You´ll never walk alone.
Cada partido se le recuerda al capitán que camine tranquilo, pues nunca caminará solo, incluso, quizá, más allá de la muerte. Walk on, walk on, with hope in your heart and you’ll never walk alone, you´ll never walk alone.
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Por Diego Andrade/@diego_a72