Pocos jugadores se pueden dar el lujo de decir que defendieron la camiseta del Real Madrid y del Barcelona. Para Gheorghe Hagi, el mejor jugador de Rumanía en su historia, fue una etapa breve y transitoria en la que además, no la pasó bien. El Maradona de los Cárpatos, dio destellos de su habilidad, pero insuficientes para dejar una huella perdurable. Entonces, ¿cuál fue el legado de Gheorghe Hagi?
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Nacido en la ciudad de Constanta, al lado del Mar Negro, Hagi llegó al éxito con el Steaua Bucarest. Ahí su carácter y su habilidad lo convirtieron en figura, ganando cinco campeonatos en 3 años -tres ligas y dos copas rumanas-, lo que ocasionó que pavimentara su camino con la selección rumbo a Italia 90 y de ahí, al Real Madrid.
Su paso fue fugaz y sin chiste en la capital española. Lo único memorable fue el gol de 50 metros contra el Osasuna. Sin títulos y sin la chispa que lo caracterizaba, emigró al pequeño Brescia de Italia a pedido del también entrenador rumano, Mircea Lucescu, que planeaba formar un tridente al estilo Van Basten-Gullit-Rijkaard, pero con rumanos.
No pasó mucho antes de que el equipo descendiera, pero fue esto lo que sacó lo mejor de Hagi -ahí fue donde se ganó el mote de Maradona de los Cárpatos-. A punta de gambetas y habilidad, regresó al equipo a la Serie A y ganó la Copa Anglo-Italiana contra el Notts County de Inglaterra en Wembley.
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Otra vez de vuelta a los grandes planos, hizo un Mundial memorable en EUA 94, llevando a su selección a cuartos de final. Dejó en el camino a la Argentina de Maradona. Una vez más, se encontró con los reflectores en el Camp Nou de Johan Cruyff, su ídolo.
Pero al igual que en el Real Madrid, Gheorghe Hagi pasó sin pena ni gloria por el Barcelona. Pareciera que no estaba hecho para compartir el papel principal. En su siguiente destino, el Galatasaray, logró cuatro campeonatos y una Copa de la UEFA, inédito para cualquier club turco en ese momento.
Para Hagi, era él o nada. La anécdota de cómo en la eliminatorias para la Euro del 2000, ya retirado de la selección, Adrian Paunescu, conductor de un programa de televisión, usó todos los recursos posibles en su espacio para convencerlo de volver para un partido definitivo por la clasificación contra Hungría -al que finalmente aceptó-, demuestra que tenía una concepción de sí mismo bastante particular. Una mezcla entre narcisismo y heroicidad.
Al final, los genios tienen eso: dones caídos del cielo con personalidades turbulentas. Hagi, a su retiro, fue entrenador de su selección y del Galatasaray, entre otros, pero se retiró definitivamente para enfocarse en su academia, fundada en su ciudad natal y que se ha ido convirtiendo en la base del futbol rumano. Quiero apoyar a los niños de este país, porque también a mí me apoyaron mucho para llegar lejos es la mentalidad que lo impulsa en su proyecto. Tal vez éste, más que sus goles y su paso como futbolista, sea el legado de Regele -rey en rumano-.
Por: Bernardo OV / @bernaov