Bonjou! Sak pase? Estamos hablando en criollo haitiano, la lengua criolla más hablada del mundo. Haití la segunda selección caribeña que se clasificó a un Mundial de futbol, además de ser la primera colonia independizada de la región.
Racha rota de la manera más inverosímil
Eran las 7 de la tarde. Estaba pasmado todo mundo que se encontraba en las gradas del Olympiastadion de Múnich, legado de los Juegos Olímpicos de 1972; también los millones de televidentes alrededor del mundo estaban estupefactos. No era para menos. La portería del invencible Dino “Il Dinosaurio” Zoff había recibido un gol. Caía así la racha aún imbatida de 1.142 minutos sin recibir anotación transcurridos en seis partidos de clasificación al Mundial y seis amistosos, incluyendo una victoria 2-0 sobre Brasil en el Olímpico de Roma y una sobre Inglaterra por la mínima en Wembley.
También era ya temido en Europa por sus actuaciones con la Juve, campeona que se quedó con las ganas de reclamar su primera Orejona al caer en la final de 1973 ante el Ajax, tricampeón. El responsable de tan tremendo ultraje al futuro tercer mejor guardameta de la historia no había sido un peso pesado, sino un debutante en el Mundial: la desconocida selección de Haití.
Este era el primer momento de colorido después de semanas bajo la mayor tensión que se haya visto sobre un campeonato de futbol de la FIFA. El atentado terrorista palestino sobre la delegación israelí en la Villa Olímpica de Múnich dos años atrás seguía sobre el inconsciente colectiva y desde un inicio había disparado las alertas de seguridad nacional e internacional.
Por si fuera poco, habría tensión en Berlín porque la Alemania capitalista y la Alemania socialista se enfrentarían. Incluso había amenazas de bomba del IRA ultracatólico sobre la Selección Escocesa de creencia protestante. Y para rematar, Zaire con su insólita dieta (monos a la parilla) tenía que lidiar con la obtusidad de mente de sus dirigentes y de su dictador Mobutu Sese Seko.
Era un Mundial con imagen renovada; Brasil se quedaba con el trofeo Jules Rimet después de ganarlo por tercera vez en la cancha del Estadio Azteca, así que se estrenaba un nuevo trofeo esculpido por el italiano Silvano Gazzaniga con oro de 18 quilate y dos capas de malaquita. También, la cuarta parte de los clasificados al Mundial apenas pisaba por primera vez un campeonato mundial: además de Alemania Oriental, los representantes de Asia-Oceanía, África y Concacaf, que eran Australia, Zaire (ahora República Democrática del Congo) y nuestros protagonistas, Haití.
Era esperada la victoria de los alemanes del este sobre los australianos, y también se vaticinaba una derrota de los africanos con cada uno de los tres rivales de grupo… pero fue apenas 2-0 ante Escocia. Nadie imaginaba que Haití pisaría fuerte, al menos por cinco minutos.
El responsable de ese gol era el jugador más joven de los haitianos. Se llamaba Emmanuel Sanon y jugaba en el Don Bosco, un club que parecía más bien un oratorio cuidado por los salesianos. En una cucharada de su propia medicina, Sanon se escapaba sobre la férrea defensiva italiana, sacaba a pasear a Zoff, viraba a la izquierda y depositaba el balón con la portería desnuda. De pronto todo era felicidad en los 11 hombres de rojo y negro, que se abrazaban en el campo. El banquillo era un frenesí.
El pueblo haitiano también festejaba con locura, y por un momento se olvidaban de las penurias que solamente se presentaban en una dictadura como la de Duvalier. Primero fue François, o Papa Doc. Luego era su hijo Jean-Claude, o Bêbê. Y esa dictadura también estuvo involucrada con el futbol.
Dictadura Duvalier: medicina occidental, terror y vudú
A veces parece que Haití pagó muy caro el ser la primera nación caribeña en independizarse. Sean los franceses o los estadounidenses, Haití siempre ha tenido que lidiar con situaciones de pobreza que la han hecho quedar bastante rezagada frente al resto de países de Latinoamérica. En ese contexto de pobreza nació François Duvalier. Con grandes sacrificios de su familia logró estudiar medicina; se recibió. Realizó su residencia y su etapa de internista en el Hospital San Francisco de Sales, y ya como médico abrió su clínica Émile Seguineau, a las afueras de Puerto Príncipe. El destino le tendría reservada una catapulta al poder.
Eran los años 40, y mientras el mundo se debatía en una guerra sin cuartel, Haití sufría en silencio como siempre. La culpa era la espiroqueta Treponema pallidum pertenue que producía una enfermedad cutánea: el pian. Altamente relacionada con el sífilis, el pian desfigura los rostros de niños que jugaban juntos. Para esa década, en Haití ya era una epidemia. El único valiente en asumir el combate al pian fue el doctor Duvalier, y lo hizo con tanto éxito que se embarcó a la Universidad de Michigan a atender un curso de salud pública auspiciado por la Comisión de Asuntos Interamericanos.
Regresó en 1946 e ingresó al Movimiento Obrero Campesino (Mouvement Ouvrier Paysan, MOP). Este movimiento terminaría derrocando al presidente Elie Lescot. Al estar en el bando ganador, Duvalier fue nombrado Director de Salud, Viceministro de Trabajo y finalmente Ministro del Trabajo. Aquí se empezó a convertir en un intelectual que le daba importancia al vudú. Esta bonanza duró hasta el golpe militar de Paul Magloire en 1950, regresando a su puesto original de médico de la misión estadounidense y luego pasar a la clandestinidad de 1954 a 1956.
En 1957 se presentó a las elecciones y ganó con una amplia mayoría. No tenía ganas de ser víctima de la inestabilidad política (seis presidentes en un año), así que recurrió al terror para deshacerse de sus opositores. Instauró un poder que exaltaba la negritud y el vudú. Esto no habría sido posible sin su policía secreta, los tonton-macoutes (traducidos como “el hombre del saco”), inspirados en Le camicie nere de Benito Mussolini; les daba por colocar cabezas decapitadas de los hombres torturados en plazas públicas solo porque sí. Se dice que bajo su mandato murieron 30.000 personas.
En 1964 terminaría su mandato, pero convocó a unas elecciones por demás fraudulentas que lo llevaron a tener el poder vitalicio: 1,32 millones votaron que sí, mientras que 3.000 valientes votaron no.
Apodado como “Papa Doc” por sus no pocos seguidores, prácticamente gobernaba a dedazo en todos los ámbitos de la vida haitiana, desde la composición de la cámara de diputados, hasta la élite de la religión católica (con complacencia de El Vaticano).
Sobrevivió a intentos de derrocamiento de Estados Unidos, Cuba y República Dominicana, y él lo atribuyó al vudú… decía que su enemigo John F. Kennedy fue asesinado gracias a una maldición que él le lanzó. Jugó con la religión torciendo el catecismo para exaltar su nombre y hasta se atrevió a imitar la imagen del Baron Samedi, la deidad de la muerte en la creencia vudú.
Como buen dictador no dejó el poder, sino hasta su muerte en 1971 debido a complicaciones de la diabetes mellitus. ¿Libertad? Para nada. De acuerdo con la Constitución que él mismo escribió, el poder recayó en su hijo Jean-Claude, de apenas 18 años. Es así como Haití ha sido la única república-dinastía en el mundo.
Su hijo, Bêbê-Doc, se vio obligado a aflojar un poco la correa de terror con la que tenía sometida a Haití, porque tenía la sospecha bastante verosímil de que la CIA le podía meter un golpe de Estado para reemplazarlo por un títere. Eso sí, continuó con el desfalco al pueblo haitiano, embolsándose hasta 800 millones de dólares, de acuerdo con cálculos más cizañosos.
Con el imperio del padre, se dedicó a la opulencia y al derroche; para poner un ejemplo, su boda con Michelle Bennett en 1980 le costó al erario público la cantidad de 5 millones de dólares. La dictadura-dinastía-república Duvalier tuvo en alta estima al futbol, y no escatimaron dinero en llevar a lo más alto a Haití.
Futbol y la dictadura Duvalier: entre circo al pueblo e ingratitud
El futbol era una gran afición que tenía Papa Doc. No nació de la noche a la mañana. Se dieron cuenta de que venía una gran camada de jugadores que pujaban por ser los mejores del Caribe. Entre ellos estaba Philippe Vorbe, el único blanco del combinado nacido en Haití y un portentoso volante, y una perla en ciernes, Emmanuel Sanon. Entonces, el dictador empezó a inyectar dinero a la selección. Se podían hospedar en los mejores hoteles, el pasto estaba en muy buenas condiciones y los jugadores por fin tenían preparativos físicos.
De todos modos, si bien esa cercanía de François Duvalier con el equipo representaba ser el padre que muchos de ellos no tuvieron, podían caer de la gracia de Papa Doc con un solo error, lo que significaba un fin seguro con los Tonton Macoutes. Y eso fue lo que le ocurrió a Joe Gaetjens. Él fue el autor del gol con el que Estados Unidos le dio un baño de humildad a Inglaterra en Brasil 1950, pero Gaetjens había nacido en Haití.
Después de esa gloria breve, regresó a Puerto Príncipe para ser DT del Étoile y tener una cadena de lavanderías. Joe no tenía interés en la política, pero tuvo la “mala suerte» de que sus hermanos Jean-Pierre y Freddie fueran opositores acérrimos. El régimen los acusó de confabular un golpe de Estado con exiliados en la República Dominicana.
Cuando Duvalier se proclamó presidente vitalicio en 1964, todos abandonaron Haití, salvo Joe. Craso error. El 8 de julio fueron dos Tonton Macoutes por él, se lo llevaron a punta de pistola a Fort Dimanche, el centro de detención de la dictadura, y no se supo nada de él… hasta 1972, donde confirmaron que Gaetjens fue asesinado. Algunos dicen que fue el mismo Papa Doc que le disparó, sin importar que ese delantero haitiano había hecho historia.
Regresemos a 1968. Haití ya era un equipo de respeto en toda la confederación. El Mundial de 1970 sería en México, y eso significaba una cosa: no estaba el gigante. Había una oportunidad para asistir a la máxima fiesta del futbol. En la primera ronda, logró superar con relativa facilidad a Guatemala y Trinidad y Tobago. Venía la semifinal y venció a Estados Unidos, primero en Puerto Príncipe, después en San Diego.
El boleto se dirimiría con El Salvador, que venía de una guerra de futbol contra Honduras. La Selecta salvadoreña fue demasiado para ellos y perdieron ambos encuentros. Esa fue la mayor frustración, pero si tomamos en cuenta que no se inscribió a las eliminatorias durante 12 años no fue tan malo. De todos modos, Papa Doc se murió sin ver a su selección compitiendo en un Mundial.
Su hijo Jean-Claude tomó la estafeta a lo grande. Remodeló el estadio nacional de Haití, el Sylvio Cator, nombrado así por el atleta que logró la única medalla de plata para los haitianos (salto de longitud, Ámsterdam 1928). Además de eso, construyó sedes olímpicas como el Centre Sportif de Carrefour y el Gymnasium Vincent para el basquetbol; finalmente, invirtió dinero para el equipo.
Se decía que la Federación Haitiana de Futbol tenía una cuenta de banco especialmente abierta para ellos y los fondos eran desviados de la ayuda humanitaria que le proporcionaba el gobierno estadounidense a Duvalier. Los Grenadiers llegaron a ser la tercera mejor selección de la Concacaf, detrás de Costa Rica y México, todo bajo el auspicio de este Berlusconi caribeño.
Venía la revancha para los haitianos. Estaba en juego el pase al Mundial Alemania Occidental 1974. Su primer obstáculo era vencer a Puerto Rico. Ni se despeinó, al vencer 7-0 y 5-0, con Sanon marcando media docena. Todo el equipo funcionaba muy bien de la mano del italiano Ettore Trevisan. Ahora sí venía lo bueno.
El “embrujado” campeonato de la Concacaf 1973
Hasta México 1970 el pase al Mundial era una competencia aparte. La FIFA decidió que el campeonato de la Concacaf podía funcionar como eliminatoria, donde el premio para el campeón era clasificar. Esta vez no sería con eliminatorias a visita recíproca, sino con un grupo final, lo cual tornaba las cosas aún más interesantes. Y por si fuera poco, todos los partidos serían en un solo estadio. La FIFA eligió al estadio Sylvio Cator como escenario para la eliminatoria del 29 de noviembre al 17 de diciembre de 1973.
El Sylvio Cator era el mejor estadio de futbol en el Caribe y un auténtico infierno para los visitantes: todos los aficionados se la pasaban cantando los 90 minutos, insultando, vituperando, apoyando con megáfonos, amenazando a futbolistas, acosándolos en el estacionamiento, arrojándoles objetos al campo y haciendo magia negra. Así las cosas, Puerto Príncipe recibiría a seis equipos, vencedores cada uno de sus grupos:
- La sede, que había triunfado en el grupo 5.
- México, que había apeado sin mayores dificultades a Canadá y Estados Unidos en el grupo 1.
- Guatemala (grupo 2), que había sacado contra todo pronóstico a El Salvador.
- Honduras, que en el grupo 3 había eliminado a Costa Rica sorpresivamente.
- Antillas Neerlandesas (ahora Curazao), beneficiada del retiro de Jamaica en el grupo 4.
- Trinidad y Tobago, que sometió sin piedad a Surinam y Antigua y Barbuda en el grupo 6.
Empezó la primera jornada. Primero que nada, Honduras en buena forma venció 2-1 a Trinidad y Tobago. Después de eso, la algarabía llegaba a los haitianos porque México no había pasado del empate contra Guatemala, que llegaba a no perder. Haití hizo su trabajo al ganar 3-0 a Antillas Neerlandesas. Buen comienzo para los haitianos.
Llegó la segunda jornada. De nuevo México dejó escapar un triunfo; incluso tuvo que venir de atrás para empatar apenas con Honduras 1-1. Ya parecía que el exceso de confianza con el que llegaba el Tri hacía mella. Al día siguiente ocurrió el escándalo. Haití enfrentaba a Trinidad y Tobago, que espantaba con una muy buena progresión al ataque. Y así se esperaba el partido, con los trinitarios volcados al frente. Marcaron un gol… anulado polémicamente por fuera de juego por el árbitro salvadoreño Joel Henríquez y el línea canadiense James Higuet. No importaba, seguían adelante. Pues en total fueron cuatro goles anulados y el partido terminó en favor de los haitianos 2-1.
Naturalmente los trinitarios estaban cabreados y se esperaba una queja formal de parte de la federación, pero sospechosamente no hubo ninguna. El Secretario General de la Federación de Futbol de Trinidad y Tobago era un hombre que después tendría relevancia en el organigrama de Concacaf, Mr. Jack Warner. ¿Bêbê Doc habría comprado su silencio? Nunca lo sabremos.
En el otro partido, Guatemala y Antillas Neerlandesas terminaron 2-2 en un trámite bastante ameno. Por cierto, el arbitraje fue tan penoso que la FIFA terminó suspendiendo a Henríquez y a Higuet, y los aficionados trinitarios siguen protestando hasta la fecha por este robo en despoblado.
Arribó el ecuador del torneo. Haití sufrió de más, pero logró darle la alegría a su gente al vencer por la mínima a Honduras 1-0. Venía el turno de México, que en un partido de espejismo fulminó a Antillas Neerlandesas al son de un 8-0; esto le daba esperanza para clasificar a Alemania, siempre y cuando venciera al resto de caribeños.
Por otro lado, Trinidad y Tobago superó también por la mínima a Guatemala. Días antes de la cuarta jornada, directivos haitianos quisieron llevar la fiesta en paz con México, que empezaba a poner el grito en el cielo con tanta irregularidad. Llevaron a la Selección Mexicana a un tour por todo Puerto Príncipe; curiosamente las paradas eran las sensacionales barricas de ron haitiano. El camión de los mexicanos terminó lleno de botellas de licor, y no es descabellado pensar que más de alguno terminó beodo.
Ahora se acercaba una jornada decisiva, la cuatro. Aquí prácticamente podría decidirse la hipotética “final”. Primero, Honduras terminó desinflándose y concediendo el empate a dos goles con la eliminada Antillas Neerlandesas; este resultado también descartaba a los catrachos. Venía el juego crucial para Haití, que jugaba contra Guatemala.
Antes del partido, Bêbê Doc Duvalier bajó al vestidor haitiano para rogarles que vencieran por el pueblo. Guatemala empezó adelantándose al 4’, pero Sanon logró la remontada que los ponía en una perfecta posición para el desenlace; mejor aún, si México no vencía a los trinitarios, el boleto era suyo.
Llegó el duelo. México empezó bien, pero no contaban con que los trinitarios seguían con el coraje atravesado desde el partido ante los locales y el gol al 35’ de Cummings terminó por derrumbar a la Selección Mexicana cual castillo de naipes. El marcador final: 4-0. La peor derrota de México en eliminatorias mundialistas. Y ese resultado era el regalo del Baron Samedi a Haití; irían a tierras alemanas.
Así las cosas, la última jornada prácticamente era de trámite. Primero, Honduras y Guatemala acabaron con un salomónico empate a un gol. Luego Trinidad y Tobago seguía en modo desquite y se ensañó con Antillas Neerlandesas con un mismo 4-0. Y ya la final no era final.
Mientras Haití empezaba la gestión logística, México le quitó el invicto con un 1-0. ¿Ya para qué? Los haitianos estaban en apoteosis, los trinitarios se quedaron echando humo, Jack Warner hizo mutis, México terminó importando buen ron haitiano con complacencia de los agentes aduanales… pero lo más importante, Bêbê Doc Duvalier había cumplido el sueño que no vio en vida su padre.
Preparativos accidentados para Alemania
El 5 de enero de 1974 era el día donde conocerían su suerte los 15 equipos (Yugoslavia vencería a España en un desempate un mes después), todo esto en el Sendesaal des Hessischen Rundfunks de Frankfurt. En el bombo del resto del mundo, Haití estaría en el grupo 4 con Argentina, Polonia y la vigente subcampeona Italia.
Parecería que Trevisan se vería las caras con su patria. Para nada. El 12 de enero presentaría su renuncia. ¿Qué había pasado? Con la victoria, los dirigentes haitianos quisieron tomar esta oportunidad única con sus propias manos, y empezaron a sentir celos del triestino. Si quería ir al Mundial, debía quedarse callado y obedecer en todo a Bêbê Doc Duvalier; al menos eso fue lo que le dijo el embajador italiano. En el cuerpo técnico estaba un ex jugador, Antoine Tassy; quería la gloria para él mismo. Y les generaba incomodidad que los dirigiera un blanco.
Además, por esas fechas dio una entrevista al periódico italiano La Stampa donde sin pelos en la lengua hablaba de la situación de pobreza en Haití y cómo los jugadores vivían en barracas; evidentemente esto no fue del agrado de Duvalier. Escribió dos hojas a máquina con su versión de los hechos y dimitió. Pasó días bastante horribles: un gendarme lo estuvo vigilando de cerca, dos policías fueron por él a su casa y una vez hicieron un simulacro de exiliarlo al aeropuerto.
Mientras tanto, los haitianos, ya con Tassy en el banquillo, se preparaban como podían durante seis meses. Lo malo es que las tácticas defensivas ni siquiera se acercaban a un nivel considerado aceptable en Europa. Ir ya al grupo 4 era casi una declaración de guerra. Los haitianos estaban dispuestos a morirse en la cancha si eso era requerido; el problema es que apenas se juntaban 11 jugadores bastante buenos. Los rivales disponían de un abanico de 4.000 jugadores de dónde escoger. Y Tassy tuvo que recurrir a simular disparos en la charla del medio tiempo de un partido amistoso; el cambio fue instantáneo.
Mundial de 1974: debut convincente
Con todo este contexto, no es de sorprender que Haití llegaba como auténtica víctima al partido contra Italia en el Olympiastadion de Múnich. El común de los aficionados decía que la cabaña haitiana resistiría a lo mucho 15 minutos. Fueron pasando los minutos… 10, 15, 20, 25, ¡30!, ¡¡35!!, ¡¡¡40!!!, ¡¡¡¡45!!! Haití tenía una suerte endiablada, su portero Henry Francillon estaba en modo dios y la determinación haitiana se sacudieron de manera milagrosa la presión haitiana. Acababa el primer tiempo y el marcador estaba 0-0.
Al volver del segundo tiempo, Phillipe Vorbe volvió a desarmar un ataque italiano, dio un pase milimétrico a Sanon, que dejó atrás a Fachetti y Morini, sacó de su zona a Zoff y anidó el balón en las redes. 1-0, y todo el mundo no lo podía creer. ¿Se repetiría el penoso episodio con Corea del Norte en Middlesbrough? Lástima que ese éxtasis duró seis minutos. Gianni Rivera, Romeo Benetti y Pietro Anastasi regresaron a la realidad con un 3-1 final.
Haití había dejado un buen sabor de boca, Dino Zoff se acercó a felicitar a Sanon por su gol, los italianos respiraban aliviados por sacar las papas del horno. La alegría haitiana no duraría mucho
El antidoping, inicio del terror para Haití
Unos minutos después del silbatazo final. Venía el tradicional control antidopaje y el defensor Ernst-Jean Joseph fue el elegido para orinar la muestra. Llegaron las malas noticias. Había dado positivo a fenmetrazina, un fármaco tan potente como la anfetamina para mejorar el rendimiento. Joseph alegó que le habían recetado en Haití como tratamiento para combatir un asma que no le habían curado. Pero la excusa se vino abajo porque el mismo doctor del equipo (el francés Patrick Hugeaux) lo desmintió, y encima pidió clemencia porque, cito textualmente, era demasiado estúpido para saber qué estaba tomando.
Joseph se convertía así en el primer jugador en ser suspendido por un caso de dopaje.
Por fin alguien caía de la gracia del dictador Bêbê Doc. Para esto, el vicepresidente de la Federación Haitiana de Futbol, Jean Vorbe, tenía la facultad de ser el comandante de Les Leopards, el batallón de excelencia que acompañaba a Duvalier adonde fuera. De pronto su sonrisa perenne se borraba y quedaba una ira mal reprimida. Tuvo que poner en marcha una estrategia de control de daños. Contradijo el testimonio del doctor y aseguró que Joseph se quedaría en Alemania para ver a sus compañeros.
Más que tranquilizar, esto acrecentaba el terror de Joseph. Sabía mejor que nadie que una declaración así era lo contrario a las acciones que emprenderían contra él. Los Tonton Macoutes habían acompañado al equipo. Estuvo dos días vagando por el hotel Penta, lugar de concentración de la Selección Haitiana. La prensa no podía acceder a él, pero al menos estaba visible. Mientras tanto, Joseph se hizo amigo de una hostess que sabía francés. Era una posible salida ante la amenaza totalmente real de un castigo.
Llegaba el 18 de junio. Joseph estaba con sus compañeros entrenando en la escuela Grünwald cuando llegó el grupo de Macoutes y se lo llevaron a rastras delante de todo el equipo. Le dieron una soberana paliza, lo subieron a un auto y lo encerraron en una habitación oscura del hotel Sheraton. ¿Qué hacer? ¡Listo! Hay que hablarle a la hostess. Hizo llamadas desesperadas a la hostess. Ella tomó nota y avisó a Kurt Renner, el attaché designado por la FIFA para acompañar a la delegación haitiana.
Naturalmente Renner se afligió por lo que pasó y fue con sus jefes a reportar el incidente, y además se tomó la libertad de ventilar la historia a la prensa con lujo de detalles. ¿Cómo le pagó la FIFA? El Comité Organizador lo corrió de la copa por haber sido un soplón, no hubo castigos hacia la Federación Haitiana ni alguna preocupación por el estado de Joseph, que había abordado un avión Pan Am con dirección a Puerto Príncipe
Mientras ocurría todo esto, todos los compañeros estaban visiblemente afectados. Una cosa es que él había amenazado de muerte a todos para que no pidieran más de los 5.000 dólares de primas por participar en el Mundial. Pero otra cosa es que a tu compañero férreo de la defensa se lo lleven prácticamente a una muerte segura. Y como no se comunicaba, se presentaron al partido con la cabeza en otro lado.
Esa Haití que encantó a todos ante Italia simplemente no existió. Sin Joseph, la defensa fue una burla, y ante una tripleta tan letal como Szarmach, Lato y Gadocha, no se pudo hacer nada. El resultado fue 7-0.
Para ellos recibir siete goles no importaba. Querían saber qué era de Joseph. ¿Estaría vivo? Pasaron tres días con el alma en un vilo, hasta que recibieron la llamada esperada. Era Joseph, quien les decía que estaba vivo y bien. ¡Eso los tranquilizó! Pudieron concentrarse y jugar el partido de despedida contra Argentina. Ahí solamente perdieron 4-1, con otra anotación de Sanon. Lo que no sabían del otro lado del Atlántico es que el propio Bêbê Doc Duvalier había ordenado a Joseph que llamara, y tras esto tuvo su juicio sumario.
La sentencia: dos años en prisión por “haber deshonrado al país”.
Tras el Mundial, hubo jugadores que despertaron el interés de equipos en el extranjero. En Alemania se quedaron Henry Francillon, que fichó por el 1860 Múnich, mientras que Serge Racine militó en el Wacker 04 de Berlín. Varios migraron al futbol de Estados Unidos: Arsène Auguste llegó a jugar en el Tampa Bay Rowdies; Eddy Antoine hizo deparó en el New Jersey Brewers, Guy Saint-Vil acabó su carrera en el Baltimore Cornets, Gérard Joseph estuvo en el Washington Diplomats y Roger Saint-Vil llegó a los Cincinnati Cornets. El capitán Wilner Nazaire se ganó el respeto de su equipo de la Ligue 1, el Valenciennes. Emmanuel Sanon tuvo un paso aceptable por el futbol belga por seis años (Beerschot), con quienes ganó una Copa de Bélgica en 1979.
¿Y qué fue del paria Joseph?
Decían las malas lenguas que le rompieron sus brazos en represalia por haber puesto en ridículo a Haití. Si bien es cierto que fue torturado en la cárcel, algunos sostienen que su pena era mayor, pero salió por buen comportamiento; otros dicen que la cumplió a cabalidad. Lo que sí es cierto es que al parecer no había buenos defensas en Haití y todavía fue convocado a las eliminatorias a Argentina 1978. Jugó su último partido en el pre-Munidal de España 1982 ante Antillas Neerlandesas.
Ocaso de la dinastía Duvalier
Hasta para un pueblo tan embotado como el haitiano, llega un momento en que no soportan más los abusos. En 1986 se desató una revuelta popular, y Jean-Claude Duvalier tuvo que exiliarse en Francia. A su salida, Haití era el país más pobre y con mayor atraso escolar de toda América. Allí en Francia vivió relativamente cómodo, y hasta se divorció y se casó ahora con Véronique Roy.
En 2011 regresó de sorpresa para, según él, ayudar a la reconstrucción del país golpeado un año atrás por un terremoto. Ya no era lo mismo. En 2013 por fin llegó a los tribunales para enfrentar un juicio por crímenes de lesa humanidad, corrupción y malversación de fondos. No solamente nunca se declaró culpable, sino que nunca recibió sentencia. Murió en 2014 a los 63 años por un infarto.
Haití nunca volvió a clasificar a un campeonato Mundial, aunque se quedó cerca de repetir presencia en Argentina. Se conformó con ser un animador constante en las competencias caribeñas, pero hace mucho tiempo que dejó de incomodar a la élite de la Concacaf. Sin embargo, el futuro de Haití promete después de haber llegado a las semifinales de la Copa Oro y poner a sudar a México.
Lo más irónico del caso es que este renacimiento está siendo provocado indirectamente gracias a la oposición al dictador Duvalier. El cambio llegó gracias a una investigación de The Guardian, donde se destapaba el escándalo de agresión sexual a jugadoras haitianas (algunas de ellas menores) del expresidente de la Federación Haitiana de Futbol, Yves Jean-Bart, con 20 años en el cargo.
Al quite llegó Michäelle Jean, que antes había sido la tercera presidenta de la Francofonía. Ella nació en Puerto Príncipe en una familia abiertamente en contra de la dictadura de Duvalier; en 1965 su padre fue torturado por los Tonton Macoutes, y decidieron huir en 1967 a Montreal, Canadá. El maltrato fue tan brutal, que su padre desarrolló síndrome de estrés postraumático y su matrimonio se vino abajo. Como presidenta tendrá que estabilizar la federación y convocar a elecciones a más tardar principios de 2023.
Todo esto se da en un contexto de inestabilidad social extrema, donde el presidente de Haití, Jovenel Moïse, incluso fue asesinado este año. Aún se recuerda el incidente con la selección de Belice, que fue interceptado por un comando armado en su camino a jugar en Puerto Príncipe. El único consuelo que les queda es que ya no son el país más pobre de América; han sido rebasados por Venezuela. Los haitianos ya han sido bastante golpeados, y aún así conservan la esperanza, lo merecen más que nadie. Y esto lo dice el empresario y líder haitiano Werley Nortreus:
«Haïti changera un jour et Haïti retrouvera respect et dignité / HAITÍ CAMBIARÁ UN DÍA Y REENCONTRARÁ EL RESPETO Y LA DIGNIDAD».
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Por: Sebastián Alarcón / @AlarSebas
*Este texto fue publicado por primera vez en Editorial Púskas