Si le conocías de ahora, sabrías que era una vieja gloria, decían que uno de los más grandes. Si le viviste como entrenador, sabes de sus títulos y su decisiva influencia en un club, el FC Barcelona, y por extensión en el estilo del futbol español. Pero si además le viste jugar, estarás convencido, hoy con la perspectiva, de que en el futbol hubo un antes y un después de Johan Cruyff.
Confieso que le vi jugar. La primera vez, recuerdo borrosamente, contra el Atlético de Madrid en Copa de Europa. ¿Quién era ese equipo con nombre de producto de limpieza? Pues es un poco tramposo ese Cruyff, ¿no?, le oí a mi madre, porque hacía cosas que no estaban en el guión. Luego presenciaría un 4-0 al poderoso Bayern Munich. Y a la tercera los vencidos fuimos nosotros, el Real Madrid, en unas semifinales, cuando amansaron el Bernabéu a base de toques y rondos. Parecía que ellos eran más, reconocería un jugador madridista de entonces. Después vendría el sonado fichaje por el Barcelona, el celebérrimo 0-5… y entonces vino el Mundial de Alemania 74. Ah, ¿que van de naranja?, confirmaba la televisión en color. Ahí cambió todo y quizás, sí, en algo empezó a cambiar mi vida.
Hay deportistas que son grandes por lo que han ganado y lo que han maravillado y hecho disfrutar a lo largo de su carrera. Pero luego están los que además cambiaron su deporte. Este es el caso de Johan Cruyff, como lo fue el de Severiano Ballesteros en el Golf o el de Björn Borg en el Tenis, por citar un par de ejemplos tal vez comparables. Algunos pueden opinar que el mejor fue Pelé, otros que Di Stéfano, Maradona o Messi. Pero nadie, quizás, como Johan, transformó tanto la forma de concebir este juego.
«Yo era madridista y lo sufría, pero también era de Holanda, vestía por dentro la naranja de Rep, Krol, Rensenbrink… y de Cruyff».
Se dice que Santiago Bernabéu y La Saeta cambiaron la historia del Real Madrid o que Bill Shankly hizo lo propio con la del Liverpool. Johan Cruyff cambió dos historias: la del Ajax primero y la del Barça después. Él y sus socios ajacied y de la selección holandesa –sin olvidar a Rinus Michels– trajeron al planeta del futbol una propuesta original, elegante y atrevida, pero además ganadora, justo cuando los catenaccios y los férreos marcajes al hombre empezaban a imponerse, cercenando el florido pero ya anticuado futbol de los cincuenta y sesenta. El Ajax pasó de ser un desconocido a un grande de Europa; Holanda, de secundaria a potencia futbolística.
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Al Barcelona simplemente lo transformó de perdedor en ganador. Es verdad que solo consiguió una Liga y una Copa en sus cinco años como jugador azulgrana, pero los seguidores culés veneran aquellos años, les elevó la autoestima y nunca van a dejar de recordar ese título liguero después de 14 años, engrandecido por la histórica goleada en Chamartín. Luego, como entrenador y jefe absoluto en lo deportivo, le dio todo: los títulos, la primera Copa de Europa, la hegemonía en el futbol español y una herencia de la que, bien administrada después, ese club disfruta opíparamente hoy.
Johan Cruyff fue un innovador, un tipo inconforme y diferente. Desde su nombre –Cruijff en grafía neerlandesa, que el día de su debut ni un diario supo escribir igual- hasta la osadía de ponerse el “14” en aquellos tiempos, pasando por lo del penalti indirecto. Estas no son en realidad más que anécdotas que, sin embargo, le describen, como los cigarrillos que fumaba en los descansos de los partidos.
Puramente como futbolista, puede decirse que fue uno de los primeros alumnos aventajados de la incipiente alta escuela holandesa, que dominaba todas las artes y técnicas –control, pase, dribling, remate en todas sus facetas- a las que añadía virtudes únicas, como los controles orientados y aquél eléctrico cambio de ritmo que luego tantos futbolistas trataron de imitar. Y se valía de sus recursos e imaginación para inventar cosas nuevas, descubrir jugadas que entonces no se sabía que se podían hacer, como eludir a un rival saliéndose del campo, claro, la pelota era lo único que no podía salir.
Pero su gran ventaja sobre los demás era su visión. No sólo porque controlaba todos los aspectos y entresijos de un partido de fútbol, como otros grandes líderes –Beckenabuer, Di Stéfano– además traía ideas nuevas, distintas. Tanto él sobre el terreno como Michels desde la pizarra, hicieron ver que se podía aprovechar todo el rectángulo de juego en su extensión, no sólo la parcelita por donde transita el jugador. De ahí los pases al espacio, el juego sin balón, el movimiento constante de los diez del equipo –y el portero que también debía estar preparado para jugar.
Cuando atacaban, se trataba de agrandar el campo, hacerlo más ancho y largo. Cuando defendían, al contrario, había que empequeñecerlo. Lo que años después Menotti, con esa habilidad que tienen algunos argentinos para empaquetar conceptos y venderlos, llamaría achique de espacios. Otros piensan que lo inventó Arrigo Sacchi en el gran Milan, y lo que hizo fue implementarlo a la perfección, por cierto, con tres holandeses en el plantel.
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Como entrenador, lo que hizo Johan Cruyff fue llevar a sus últimas consecuencias las ideas que había expresado sobre el césped. Nunca renunció a ellas, aún cuando le llovieron críticas –en sus primeros años en el Barça y en ciertos momentos cuando entrenó al Ajax-. Pero al final los hechos le dieron casi siempre la razón. Se esforzó por inculcarlas y además fue atrevido.
A Bergkamp o a Guardiola les echó a volar siendo unos polluelos. Impuso que todas las categorías del club adoptaran el mismo sistema de juego. Con él siguen en la Masía, actualizado y adaptado a los nuevos tiempos. Otros equipos, otras selecciones y otros entrenadores, vieron, aprendieron y pusieron en práctica sistemas más o menos inspirados en esa filosofía de poseer el balón, abrir el campo y hacer correr al rival. Por ejemplo, y sin ir más lejos, España fue campeona del Mundo, además de atesorar dos Eurocopas consecutivas. Le faltó al Flaco entrenar a Holanda, en su momento no llegó a un acuerdo con la federación, luego la salud no le dio oportunidad. Quién sabe, a lo mejor hoy no sería la oranje triple subcampeona del mundo.
Eso sí, Johan era muy suyo, rebelde e irreverente. No se callaba y no dudaba en hacer un desplante al más pintado en cuanto algo no le gustaba, no se casaba con nadie. Los que le vimos de corto recordamos que iba casi a polémica por semana, ya fuera con los árbitros –aquella expulsión en Málaga que tuvo que sacarle la policía del campo-, con el entrenador de turno –ese Weisweiler al que echó él-, con la directiva – Agustín Montal en aquellos tiempos-, con el defensa que le marcaba –sus legendarios duelos con Camacho. Si de pronto decía que no iba con la selección al Mundial de Argentina 78, nadie le bajaba de la burra.
¿Por qué te vas? le preguntó el Rey Juan Carlos al entregarle la Copa, su último título como futbolista blaugrana. Por muchas cosas… De vuelta de Estados Unidos no le importó pasearse con el Levante por los campos de Segunda División. Luego volvió al Ajax de su vida para supuestamente retirarse ahí, y resulta que se enfadó con la directiva porque le llamaron viejo y se marchó nada menos que al Feyenoord, el eterno rival. Ganó una liga con ellos, y cuando todos pensaban que iba a seguir, se retiró. Siendo director deportivo de los de Ámsterdam, un día en el descanso quitó al entrenador del banquillo y se puso él. Aludido por el agraviado –Leo Beenhakker para más señas-, se limitó a responder: “perdíamos 0-2 y ganamos 4-2”. Es lo que tienen los genios…
Sí, confieso que le vi jugar. Hice sus colecciones de cromos, me hinché a comer bollitos de Cropan y vi a su mujer en televisión anunciando las pinturas Bruguera. Yo era madridista y lo sufría, pero también era de Holanda, vestía por dentro la naranja de Rep, Krol, Rensenbrink… y de Cruyff. Por lo que me dio y por lo que me quitó, este homenaje no podía faltar y además no podía ser corto. Sobre todo porque, fueras o no con él, lo que siempre dio fue mucho y gran FUTBOL.
Y hablando de su influencia, ¿cuántos después se han puesto el “14”?
Por: Enrique de Pablo / @EnriquedePablo