Se fracturó la tibia y volvió del abismo. Creían que pasaría de noche como muchos jugadores que jamás vuelven del oscuro sendero de las lesiones. Pero Juanito era distinto: luchaba, amagaba, sentía la obligación de correr por todos los balones trazados por el campo – fueran sandías o pinceladas inventadas por el imaginario de Del Bosque o Santillana-, él iba por todas.
El Burgos C.F. le brindó su voto de confianza y él los regresó a la Primera División de España. Originario de Málaga, tomó el curso de cómo pegarle a un balón en las aulas del Atlético de Madrid, aunque su destino no estaba en las filas de la escuadra colchonera. Más allá de un comienzo con tintes grises, Juanito no dejaba de parecer un jugador intermitente remarcado por aquella fractura.
Aún así, fiel al azar en la sangre gitana que llevan los andaluces, emigró al norte de tierras hispánicas y dio el salto con el recién ascendido Burgos. Un año después, Don Balón lo nombró el mejor jugador de la Liga. Tal motivo despertó el interés de los dos grandes de España. Sería la Casa Blanca quien ficharía al resurgido Juanito. Si en Así hablaba Zaratustra, Nietszche afirmaba que:
Debes estar dispuesto a arder en tus propias llamas ó ¿de qué otra forma podrías renacer?
Juanito era el ave fénix dispuesto a renacer en cada partido con el cuadro merengue.
Debutó en un clásico contra el cuadro blaugrana y logró la victoria esa tarde. La afición merengue había arropado a un nuevo ídolo. Conquistó el pichichi de la Liga en el 83/84 y asistió a dos justas mundialistas con España, en el 78 y en el 82. Se consagró con el Real Madrid cuando ganó dos copas de la UEFA, cinco Ligas y dos Copas del Rey.
Tras una agresión al alemán Lothar Matthäus que lo separó de las canchas por 5 años, Juanito volvió a la tierra del flamenco y el gazpacho para jugar con el Málaga. Un paso fugaz por el C.D. Los Boliches, marcó el momento que apagaría su estrella como futbolista.
Cuenta la historia que un jueves 2 de abril de 1992 presenció el partido de Madrid contra Torino y bajó al vestidor a saludar de mano a sus colegas, siempre enérgico, siempre con ese amor por la camiseta blanca, Juanito se marchó pues tenía un compromiso con el Mérida de la Segunda B.
Nunca llegaría a tal compromiso, a los 37 años, un accidente de tráfico le arrebató la vida como en algún momento él arrebató la atención de los aficionados. En el cementerio de la Talavera, en el Santiago Bernabéu y en todo Fuengirola, todavía se escucha el coro de ¡illa, illa, illa, Juanito Maravilla!
Por: Jorge Emilio Mendoza Piña @georgehatetweet