El 9 de abril se conmemora, en Colombia, el Día Nacional de la Memoria y la Solidaridad con las Víctimas del Conflicto Armado. Una guerra que duró en el país alrededor de 60 años, derivada de los choques entre partidos políticos, guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes, dejó cicatrices imborrables en su historia, sufrimiento en sus habitantes pero, también, una especie de promesa con ellos mismos: que esto no vuelva a suceder.
Este recordatorio por las personas que fueron víctimas de la violencia que vivió la nación coincide con la fecha del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, quien fue candidato a la presidencia, por el Partido Liberal, en 1948. En un país con la disputa histórica entre conservadores y liberales, Eliécer Gaitán brillaba como una luz al final del camino que pronto se apagó con su magnicidio.
Nombres y números
Algunos fijan el 9 de abril del 48 como el inicio del conflicto armado que padeció Colombia y dejó, en números, alrededor de 8,3 millones de víctimas por la violencia. Y aun, en medio de esos atroces momentos entre el conflicto armado, asesinatos, desapariciones, desplazamientos forzados, secuestros, violencia sexual y narcotráfico, el futbol figuró entre las balas. Un narcótico entre el dolor multitudinario.
Después de que el ejército trabajó en su posición dentro de la política del país, que incluyó el cargo de la presidencia por siete años del General Rojas Pinilla, el país vivió una época de transición al crearse el Frente Nacional. Con esto, Colombia fijó su retorno a un sistema de democracia electoral.
No obstante, al dejar de lado los intereses que no eran propios del Frente Nacional, entre conservadores y liberales, surgieron grupos paramilitares de ultra derecha y grupos guerrilleros de extrema izquierda. Los cuales, se enfrentaron entre sí y se añadieron, a su vez, las Fuerzas Armadas del Estado.
Entre las principales organizaciones guerrilleras está el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de ideología marxista-leninista y fuertemente influenciada por la Revolución Cubana. También se encontraban las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército Popular de Liberación (ELP).
Balón entre balas
Las luchas entre las fuerzas armadas del Estado, las guerrillas, los grupos paramilitares y las bandas criminales; financiadas por dinero del narcotráfico, extorsiones y montos derivados del rescate de secuestros, manchó con sangre al país e incluso, también al balón.
En el 2001, cuando Colombia sería sede de la Copa América, después de vivir décadas muy violentas entre los 80 y 90, se suscitaron atentados en diferentes puntos del país. El primero fue en enero de ese año en Medellín. Una bomba explotó y como saldo dejó siete muertos y 100 lesionados. Mientras que, en solo mayo, hubo otras tres explosiones que cobraron la vida de doce personas y lastimaron a alrededor de 150.
La Conmebol ya dudaba de la capacidad de Colombia para albergar el certamen, no obstante, continuaron como anfitriones. Pero cuando solo faltaban dos semanas para iniciar el torneo, un conjunto perteneciente a la FARC secuestró al vicepresidente de la Federación Colombiana de Futbol, Hernán Mejía Campuzano. Al final, lo liberaron 72 horas después.
Este hecho, así como los atentados, provocó que Brasil se propusiera como candidato a recibir la copa. Sin embargo, se decidió que no cambiarían de sede. Así que la ciudad del café y pasión al futbol continuó como hospedadora. Argentina, ante este último suceso, comunicó que no participaría cuando solo faltaban dos días para que arrancara la competencia. En su lugar, Honduras se sumó a los países que asistirían.
Futbol: válvula de escape
El futbol no solo sirvió como arma de presión por parte de los grupos guerrilleros, que acentuó el conflicto armado, sino que también, dentro de estos, fungió como una actividad que los emocionaba desde el corazón de la selva o desde cualquier lugar en el que militaban.
“Cargábamos 70 kilos en las espaldas y caminábamos hasta 30 kilómetros a diario, subiendo la montaña. Lo primero que hacíamos antes de acampar era el limpiar un terreno con machetes para así poder jugar al futbol. El deporte siempre ha formado parte de nuestro estilo de vida con la guerrilla», recuerda un ex miembro de las FARC.
Además de disputar partidos en las zonas con pasto, otros ex guerrilleros recuerdan cómo vivían los partidos de la selección colombiana desde sus puestos de lucha:
“Cuando los aviones estaban sobre nosotros, los guerrilleros que éramos hinchas sacábamos nuestros radios y nos reuníamos en grupitos de cuatro o de cinco para escuchar el partido en la oscuridad”, relató una combatiente.
Las eliminatorias rumbo a Mundiales y los juegos de Copa del Mundo, como los de Estados Unidos, en 1994, y los de Francia, en 1998, los vivieron a través de la radio y, cuando se podía, por la televisión. Verlos implicaba arriesgarse pero su pasión y devoción por la Selección Colombiana les provocaba el sentimiento de que, en el futbol, todos eran uno.
¿Una posibilidad?
El panorama político fue cambiando a raíz de que Juan Manuel Santos llegó a la presidencia del país. Durante su mandato, se desplegaron alrededor de 55,000 guerrilleros y paramilitares. Asimismo, fortaleció las fuerzas armadas y se redujo el número de homicidios intencionados, de 70 a 31 por cada 100,000 habitantes. Además de que fortaleció al sector salud, cultural y turístico de Colombia.
Estos cambios, que continuaron con los diálogos de paz entre la FARC y el gobierno, iniciados en 2012, también generaron un ambiente diferente en el mundial de Brasil 2014; aquel donde los ‘Cafeteleros’ llegaron hasta los cuartos de final. Este fue el primer campeonato que los ex guerrilleros vivieron con relativa paz , con una tregua derivada de las negociaciones.
En noviembre del 2016, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia firmaron el Acuerdo de Paz para la Terminación del Conflicto. Mientras que en 2017, finalmente entregaron las armas a las Naciones Unidas y pasaron de ser una guerrilla a un partido político llamado Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común.
Un partido que aún no acaba
Durante el 2018, con motivo del Mundial de Rusia y la participación del país latinoamericano, el futbol, ahora, sirvió como signo de paz y reconciliación entre la sociedad. En junio de ese año, se proyectó la película Golpe de Estadio (1998), la cual hace alusión al conflicto armado y al balompié. Además, se transmitió en vivo el duelo con el que la selección debutó contra Japón.
“Por primera vez en la historia, los excombatientes, las víctimas del conflicto, la comunidad y las fuerzas de seguridad vieron el encuentro juntos”, relató Noticias ONU.
Por su parte, exguerrilleros organizaron equipos y torneos regionales de futbol varoniles y femeniles como actividad de reinserción social. Esto solo fue el inicio de un proyecto en el que los dirigentes quieren transformarlo un equipo profesional; con modelos como el de la Masía del Barcelona. Quieren reclutar a los jóvenes más talentosos, esperar la inversión de alguien que apueste por ellos y ascender a la Primera División por méritos deportivos.
El deporte es uno de los vínculos por los que ellos apuestan para dejar las armas atrás y empezar a reintegrarse. También, continúan sus estudios para lograr terminar una carrera universitaria. El futbol, de acuerdo al testimonio de un excombatiente, es mejor que la guerra. Lo visualiza, igualmente, como un medio en el que incluso la sociedad los verá de otra forma, una más humana.
“Es bueno que un día tengamos un equipo, que el partido político de las FARC lo saque, para que la gente nos vea de otra manera. Hay gente que nos odia, que no nos quiere, pero no nos conocen. Nos miran como si fuésemos animales, pero somos personas. De pronto un equipo puede ayudar a cambiar esa imagen, a uno lo van a mirar diferente a como nos han visto todos estos años”, comentó el hombre de 30 años para El Mundo.
El balompié estuvo en Colombia todo el tiempo; en los buenos y en los malos momentos. La pelota se manchó pero también unió un país que sufría. Es una nación futbolera y apasionada por excelencia. El balón fue utilizado como centro de ataques, de entretenimiento, de símbolo nacionalista y, después de una guerra que duró la mitad de un siglo, representa un símbolo de reconciliación y de perdón; uno que no olvida a quienes cayeron en sus tierras.
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Por: Samantha González Silva / @ssmanthaglez