Pocos episodios que involucren al futbol son tan emotivos como La Tregua de Navidad, un partido donde los rivales soltaron las armas para combatir como si estuvieran en un terreno de juego. A continuación, te compartimos un cuento que busca reconstruir la narrativa de aquel histórico acontecimiento.
El futbol, este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre. -Antonio Gramsci
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Llevamos aquí más de cuatro meses. Aquí, metidos en las trincheras, donde se vive la batalla más dura, la que es contra el frío, el miedo, pero sobre todo, contra el tiempo. El tiempo cargado de angustia. ¿Cuándo atacará el enemigo? ¿Cuándo acabará esto? ¿Sobreviviré?
Al principio, muchos de nosotros fallamos en la apreciación y miramos la guerra como una aventura, un rompimiento con la monotonía de la vida diaria que daría mucho que contar en la vejez. Pasa el tiempo y se entiende de lo que va esto. Se muere el compañero, el amigo y nada más no se termina la barbarie.
Habían prometido que esto terminaría antes de Navidad. Se suponía que era una guerra corta. Es lo mínimo que puede pensarse después de cien años de relativo armisticio europeo. El Imperio austrohúngaro entrando a Rusia y Alemania, entrando a Francia y ya está, se acabó. Pero no, hubo resistencia y la guerra se estancó. Como mis pies en el agua a punto de gangrenarse. Qué duro es ver a los soldados cargar sus esperanzas en fotografías y cartas. En esta guerra, como en los retratos, el tiempo está congelado, igual que mis manos heladas de tanto soportar la nieve que cae mientras sostengo el arma para disparar al menor rastro de movimiento de la trinchera enemiga.
La Tregua de Navidad fue un alto al fuego no oficial entre las tropas alemana y británica estacionadas en la frontera entre Francia y Bélgica.
Ha pasado la Navidad y nosotros estamos aquí, en la frontera franco-belga, matándonos unos a otros. Es inevitable que decaiga el espíritu. Estos meses ha llegado toda clase de propaganda queriendo motivarnos o incluso asustarnos para que abandonemos la guerra. Yo ya no sé qué pensar. Los tenientes, en un acto desesperado, trataron de infundir espíritu navideño como inyección motivadora. La semana pasada, la nostalgia adquirió solemnidad cuando recibimos ropa, tabaco, regalos y cartas de nuestro pueblo. Si lo que no querían era que la guerra se aletargase aún más, fracasaron rotundamente. Esta época es de vida, no de muerte.
Durante la víspera de Navidad, y ante el abismo del silencio, algunos soldados comenzaron a cantar villancicos y canciones populares. La música es un antídoto inconmensurable ante la desesperanza y el sentimiento de abandono. El teniente los regañó y afirmó ladrando que eso delataría la posición exacta. Faltar a la orden de un teniente es considerado alta traición y eso se paga con fusilamiento, pero a ellos no les importó, pues el hartazgo era ya mayor que el miedo.
En las trincheras enemigas también cantaban; qué extraña sensación escuchar el mismo villancico pero en diferente lengua. Al principio se pensó que era una estrategia de intimidación. En la batalla se sabe que lo que mata no es el miedo sino la indecisión, y ante esto, muchos decidieron abandonar las órdenes militares asesinas para tenderle una mano a la fraternidad.
Salimos –a partir de aquí me incluyo, pues salté con ellos– de las trincheras y caminamos hacia los hombres que, para el jefe de armas y para la historia, eran nuestros enemigos, y en vez de recibir balazos, recibimos saludos y sonrisas. La gorda muerte que esperaba al final de la jornada se quedó impresionada, atónita, pues el caqui británico y el gris alemán habían quedado mezclados, difuminados en un único paisaje, el de la calidez y la esperanza.
La mañana siguiente, el día de Navidad, el absurdo de la guerra encontró a un curioso enemigo a través del cual se mostró la humanidad escondida siempre en cualquier batalla. Jugamos futbol. Sí, jugamos futbol sobre el campo que hace unas horas era una fosa común. La mejor metáfora para pensar el dolor que se respiraba, el dolor que produce matar y ser matado, es el derrumbamiento; el fenómeno que se resquebraja, se quiebra en pedazos insalvables, quedando solamente el polvo y las cenizas. En ese momento y por completa arbitrariedad del azar, fuimos capaces de externalizar en un juego lo más noble de la especie: la capacidad de construcción, pero sobre todo, de reconstrucción. Fuimos, por algunas horas, felices.
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La Tregua de Navidad fue un alto al fuego no oficial entre las tropas alemanas y británicas estacionadas en la frontera entre Francia y Bélgica durante la Navidad de 1914. Algunas cartas de soldados afirman que se jugó futbol el 25 de diciembre de 1914. El regimiento sajón contra escoceses (que peleaban con Inglaterra) arbitrados por un soldado alemán. En el invierno de 1915, se dictó la orden para ambos bandos de que cualquier intento de cofraternización se consideraría de alta traición y se pagaría con la muerte. La guerra no terminaría hasta 1918.
Ilustración: Shammed Hidalgo / @elShamps
Texto: Diego Andrade / @diego_a72