Siempre es un reto hablar de los jugadores que idolatro. Con Antoine Griezmann claramente iba a suceder esto. A veces pareciera más fácil escribir de aquellos que conozco pero que no me apasionan y aun así pareciera que los adulara. Es hablar de uno de mis futbolistas favoritos, pero desde el ojo que le critica y cuestiona pero también se le escribe con cariño y respeto.
A Griezmann, por allá del 2016, lo sentaban en la mesa de Cristiano y Messi, cuando aquel reservado era para una pareja y quizás con un invitado extra, el francés. Hoy, un lustro después, la mesa de dos se expandió a un banquete más amplio, con caras nuevas y de la que Antoine no ha salido.
Cuando el futbol español aún dominaba las ligas europeas, ‘Grizi’ era de los más destacados con el Atlético de Madrid. Su habilidad, carisma y personalidad con el balón lo resaltaba de los demás. Pareciera que a los 25 años de edad todavía era un adolescente que jugaba a la pelota con el objetivo de divertirse con sus compañeros, de mandarles la redonda para estrellarla en las redes y después, entre todos, celebrar un gol que los hacía ganar la reta.
En ese entonces, a pesar de estar en uno de los puntos más altos de su carrera, cuando fue el sexto goleador de la Liga Española (19 goles), llegó a la final de la Champions League y a la de la Eurocopa con Francia, la gloria no se le dio. En la primera, falló un penal que pudo arrebatarle la undécima al Real Madrid y en la segunda, Rui Patricio le detuvo dos tiros a gol.
El peso de ser dos veces subcampeón de Europa cayó en sus hombros. No fue el único responsable de esto -claro está-, pero él sintió ambas derrotas, como si la victoria se le negara especialmente al ‘7’. Sin embargo, para alcanzar la cima primero tuvo que estar abajo. En la siguiente temporada con el Atleti anotó 16 dianas y dio 8 asistencias. Su camino se seguía pavimentando a base del juego colectivo, goles, festejos divertidos y disfrutar el futbol.
El 2018 le sentó de maravilla. Un año único para el delantero; cuando tocó las estrellas junto a su selección al darle su segunda Copa Mundial. Aquel pequeñín que fue excluido del balompié nacional por su altura, le dio una de las mayores alegrías a su país. Antoine ya había demostrado desde hace mucho que de pequeño no tenía nada. Y en ese verano en Rusia, anotó el primer gol de Francia en el Mundial y uno de los que le dieron el título.
Griezmann es uno de esos jugadores que disfrutamos verle jugar siempre. Sabe compartir el balón pero también lo revienta cuando debe de hacerlo. Los reflectores dan hacia él por su posición, pero no lo siguen como el goleador nato cuyo mejor amigo es el esférico en portería ajena; es un futbolista participativo, letal pero que siempre cede con los demás. Sabe que para todos hay pastel.
En la época de la polémica donde solo hay dos contrincantes para decidir quién es el mejor, aparecen jugadores como él. Que caminan de la mano de su equipo, se divierten tras bambalinas, entiende que el futbol es de conjunto y no entra en discusiones de saber si él, con el Atlético de Madrid, podía comer en la mesa que los otros dos grandes. Desde sus festejos lo hace obvio: no calla a nadie ni muestra su dorsal. Simplemente baila, ríe y festeja con los demás. Esto no lo hace peor ni mejor que los demás pero sí lo hace único.
Tiene un toque distinto, busca los goles pero hay finura en el contacto. Ametralla los arcos desde diferentes distancias. “¡Qué golazo!”, dije en repetidas ocasiones al ver sus mejores anotaciones. Difícil de elegir solo un gol cuando hemos visto varias versiones de él con la Real Sociedad, el Atlético de Madrid, el Barcelona y la Selección Francesa.
Al llegar al Barça, le criticaron por ir a uno de los equipos rivales más grandes de la propia liga. Fue el sexto fichaje más caro de toda la historia del balompié y a casi dos años de esto, hay quienes siguen dudando de si Griezmann, realmente, valía los 120 millones de euros de la transacción. Hay quienes consideran que quedó a deber y no explotó lo mejor de sí.
En su primera temporada como blaugrana, anotó 9 goles y dio 4 asistencias. Un registro muy por debajo a sus anteriores temporadas con el Atlético (2017/18: 19 goles y 9 asistencias, 2018/19: 15 goles y 9 asistencias). Parte del recelo hacia el francés se debe a su posición, pues ser delantero se define como sinónimo de anotaciones y pases a gol. O sumas o eres malo, y para qué te contrataron entonces.
Griezmann no jugó en su posición en su primer torneo. Ni con Ernesto Valverde ni con Quique Setién pudo lucir su mejor perfil. Con Ronald Koeman tuvo un mejor desempeño al marcar 13 y asistir 9 veces. Es difícil determinar una temporada mala de un jugador cuando su estilo de juego se ve afectado por la función que le piden realizar aunque no es su rol principal y cuando el club, en general, atraviesa movimientos que llegan a influir en su desempeño.
Con Francia la situación es distinta. Juega la mayoría de los minutos, se mueve por donde se siente más cómodo, asiste, marca y no es una mentira que han señalado que en su selección es lo que en el Barça no. Con Didier Deschamps es un jugador todavía más valioso y más valorado por el equipo que lo que llega a ser con los culés.
‘Grizou’ ya no es el joven veinteañero pero sí sigue siendo el futbolista divertido y feliz con lo que hace en el campo. En la temporada 2020-21 hubo mejor entendimiento con su plantel, la conexión que hubo con Messi le valió para algunos puntos pese a terminar en el tercer puesto de la tabla. Reconoce que con el argentino todo parece más fácil y que con el balón, hasta le hace de mago al convertir un melón en caviar.
En el verano del 2021 con les Bleus, Griezmann caminó con un plantel dividido entre la experiencia y la juventud y que soñó con ser campeones de Europa. No fue el único que no vivió los mejores momentos en sus clubes y por eso quiso revertir la situación con su país.
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Año y medio después, se cumplió parte de la hipótesis de este texto y para nada es atributo de quien lo escribe, sino de quien pateó el balón y dio a sí mismo la razón. Griezmann es diferente, juega por y para otros. En Qatar 2022 fue el orquestador de la media cancha de Francia, la misma que cayó en penales contra Argentina en la final y se quedó a dos errores del bicampeonato.
Reparte los balones, arriesga, recupera, filtra, es ágil con el esférico y para todos tiene algo que dar. Es de los jugadores cuyas estadísticas no le hacen justicia en tanto goles, pero sí aquellas que contemplan que para llegar al arco, la jugada tuvo que dirigirla alguien; y ese alguien fue Grizi.
Por: Samantha González Silva / @ssmanthaglez