Por definición, un Titán es una deidad. Ellos marcaron una era previa al Olimpo y la llegada de sus dioses. Los titanes son la primera referencia que existe en la mitología griega para aquellos seres que eran capaces de hacer lo impensable. Sin embargo, estos seres relacionados con los elementos primordiales de la tierra, fueron desterrados por los dioses griegos. Si trasladamos esto al futbol, el apodo de Martín Palermo cobra sentido, pues el titán perteneció al grupo de futbolistas que han sido relegados a la memoria gracias a la “perfección” de los Messi y el poderío de los Cristiano Ronaldo.
El ascenso del Titán
La historia de Palermo comienza en La Plata, ciudad ubicada en la provincia de Buenos Aires, una de las más pobladas de Argentina. Ahí, Martín vivió sus primeros años e inició su carrera como futbolista con Estudiantes de la Plata. Cabe destacar que su afinidad y carácter al futbol provino de dos personas. El primero fue Carlos Palermo –su padre— obrero que luchó por los derechos del proletariado en 1960 y quien a través de la lucha sindical inculcó en su hijo el espíritu de lucha.
El objetivo era nunca dejar de luchar, no bajar los brazos. Nuestra lucha tuvo su premio. Creo que él también la tomó como ejemplo y también lo aplicó para cual era su lucha, para cual era su objetivo.
El segundo fue su abuelo, Enrique Palermo, quien jugó en el Club Deportivo Vieytes y le heredó el amor por el futbol. De esa forma, el titán tuvo, además de estudios secundarios –mismos que le prometió a su padre—, la formación indirecta dentro de su familia. Aunque suene increíble, Martín Palermo no se inició como delantero, lo hizo como portero en Estudiantes de la Plata.
Su encuentro con la delantera fue hasta 1984, cuando abandonó Estudiantes de la Plata para jugar en el Club For Ever. Se cuenta que durante su primer torneo como delantero marcó más de 50 goles. El titán se liberó del arco y encontró su vocación en el campo. Apenas un año después, Palermo volvió a Estudiantes de la Plata, ahora como delantero de las divisiones inferiores. Estuvo cerca de 5 años antes de debutar en el primer equipo. Durante este trayecto, Por sus actitudes fue nombrado loco, pero nunca dejó de ser un Titán caracterizado por su perseverancia.
Los primeros años en la primera división fueron complicados para Martín Palermo. Fue hasta 1995 cuando la paciencia rindió frutos, pues su cuota goleadora encontró estabilidad. Por torneo, el Titán marcaba en promedio 8 goles. Sin embargo, su estadía en Estudiantes llegaría a su fin cuando, en 1997, Boca Juniors se hizo de los servicios del delantero.
En Boca, Palermo se encontró con otros titanes y uno que otro Dios, pues compartió vestidor con Caniggia, Samuel, los mellizos Schelotto y Riquelme. Pero fue hasta que conoció a un Virrey cuando llegó la consolidación del Titán. De la mano de Carlos Bianchi, el talento goleador de Palermo explotó. Oportunismo, anticipación, remates certeros y hambre de gol lo definieron. Bianchi decía de él lo siguiente:
Palermo es un optimista del gol y, cuando no está, se siente.
Como era de esperarse, su saltó a Europa era inminente, sobre todo si recordamos su actuación en la Copa Intercontinental del 2000, cuando sorprendió en dos ocasiones al Real Madrid. Ese doblete implicó la coronación de Boca Juniors y fue factor para su traspaso a Villarreal. Sin embargo, en el submarino amarillo el rendimiento de Palermo no fue el mismo. 21 goles en Villarreal lo orillaron a buscar equipos como Betis y Deportivo Alavés, donde pasó de noche.
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Al igual que los titanes griegos, el ascenso al denominado Olimpo se les negó de manera rotunda. Por ello, Martín Palermo regresó a La Bombonera, su casa. Recobró los bríos y recordó lo que era ser un ídolo. En su segunda etapa con Boca Juniors se consolidó como un referente histórico del club. Por si fuera poco, alcanzó la cifra de 236 goles que lo convirtieron en el máximo rompe redes del club xeneize.
Los descalabros del Titán: cuando Martín Palermo buscó endiosarse
Sin embargo, Palermo no está exento de momentos donde se sintió Dios. Festejos en los que mostraba su lengua y provocaciones a los rivales fueron solo parte de sus deseos de superioridad. Cuatro momentos son los más penosos.
El primero de ellos fue un baile en calzoncillos en un partido contra Newell´s, lo que provocó la ira de los hinchas. Un segundo pasaje sucedió contra Gimnasia de La Plata, pues Palermo marcó y les recordó su pasó por Estudiantes. El tercero se tiene muy presente en México, en especial para Adolfo «el Bofo» Bautista, pues en la Copa Libertadores en los cuartos de final de la edición del 2005, Palermo le escupió en la nuca.
Por último, y quizás su peor momento en el terreno de juego fue en aquella Copa América de 1999. Martín Palermo falló tres penales ante Colombia. En aquel partido ante Paraguay, Palermo falló dos penas máximas en tiempo reglamentario, uno al minuto 5 y el otro al 75, mientras que la tercera lo detuvo el mítico arquero colombiano, Miguel Calero.
Así transcurrió su carrera, quien a lo largo de su historia ha demostrado que es un verdadero Titán. Sin embargo, al momento de ascender al Olimpo se vio relegado a sus raíces. Con tropiezos, desfiguros y excentricidades, Martín Palermo supo hacerse de un nombre y seguramente será recordado por siempre en Argentina, no como un Dios, sino como un Titán.
Por: José Macuil García