Cuando un niño encuentra una pasión, difícilmente alguien logra alejarlo de ella, en ese momento nos encontramos en un estado tan perfecto de nuestra vida, que tal vez esa pasión puede marcar nuestra historia entera. Giuseppe Meazza encontró en el futbol el amor que lo acompañaría para siempre; su madre le había prohibido patear un balón, incluso le escondió sus únicos zapatos, con el fin de que no practicara el deporte. Pero cuando uno es niño apasionado, se empecina en obtener lo deseado y Meazza entró en huelga de hambre -a su corta edad de 12 años- hasta que venció. La vida de Giuseppe fue siempre una con el gol y cuando se alejó de él, sufrió.
Meazza: una historia digna de contar
Su infancia fue un periodo complicado, nació el 23 de agosto de 1910 y su padre murió en la Gran Guerra en 1917, cuando Giuseppe era solo un pequeño. Obsesionado con patear balones, hizo el suyo a base de trapos y salía por los barrios de Milan a patearlo.
Su primer equipo fue el Gloria F.C. y luego de ser rechazado por el A.C. Milan, y ganar la huelga de hambre frente a su mamá, pudo inscribirse en las categorías inferiores del Internazionale. Estaba decidido, Meazza había escogido el mundo del futbol como plan de vida.
A sus 16 años, logró impresionar a todos aquellos que lo miraban entrenar y después de no tener botines para practicar el balompié, un aficionado le regaló su primer par de zapatillas. Parecía que el joven tendría un futuro brillante, pero su debut fue inesperado; en 1927, el Inter jugaba partidos por la mañana y por la tarde, así que en una decisión repentina, el entrenador Arpad Weisz lo lanzó al campo con apenas 17 años. En septiembre de ese año, entraba al terreno de juego, la leyenda más grande del balompié italiano.
Esta afirmación quedó demostrada en la campaña de 1929-30 cuando el renombrado Ambrosiana (Inter de Milán), fue campeón por primera vez en su historia, de la Serie A. Giuseppe anotó 31 goles en 33 partidos, con apenas 1 metro y 69 centímetros de estatura el atacante había demostrado su olfato para rematar con la cabeza, además de su potente disparo que trazaba parábolas poco comunes con la esférica y su habilidad para dejar atrás rivales que solo buscaban derribarlo. Asimismo, su debut con la azzurri se dio en 1929, cuando Vittorio Pozzo lo eligió para enfrentarse a Suiza. Meazza no decepcionó y marcó dos goles en 3 minutos.
Más tarde en 1934 llegaba la oportunidad de brindar alegrías al mundo entero, que gozaba de su vistoso futbol y su cabello cuidadosamente peinado. La Copa del Mundo tenía a una poderosa Italia que al final conquistaría su primer título de campeón. Meazza fue galardonado con el Balón de Oro del torneo debido a sus impresionantes actuaciones.
La magia no se quedó únicamente en este Mundial, la próxima justa en 1938 fue de nuevo a la casa azzurri, ya con el mandato de Mussolini, que había amenazado con el vencer o morir; Giuseppe consiguió ser otra vez el hombre importante que pondría los pases de gol y su figura quedó inmortalizada en la eternidad.
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Cuentan algunas anécdotas que el propio Mussolini le agradeció por el Trofeo Jules Rimet diciendo que había hecho más por el país que cualquiera de sus embajadores. Claro que obtener dos mundiales, al nivel que lo hizo, fue una hazaña que ningún otro italiano ha igualado.
Fuera del campo el Peppino era un galán, disfrutaba de algunos excesos y en particular de las mujeres; alguna ocasión llegó a decir:
«Solo tengo 2 amores: mi madre y los goles». (Giuseppe Meazza)
Con el paso del tiempo, Giuseppe Meazza iba perdiendo facultades, sus lesiones lo aquejaban y fue momento de cambiar de escuadra, el A.C. Milan lo recibió en 1940, pero su actuación no era la esperada y pasó únicamente dos años con el rival del Internazionale. En 1942 la Vecchia Signora fichó al atacante italiano, su desempeño tampoco fue el mejor. Deambuló por algunos equipos del calcio hasta que volvió al Inter donde terminó su carrera.
Cuando recién cumplía 69 años, falleció a causa de un cáncer de pulmón y el futbol italiano vio a la estrella más grande de su historia, apagarse. El luto fue en toda la nación y en marzo de 1980 se honró su memoria, cambiando el nombre del estadio de San Siro, al de Giuseppe Meazza, la leyenda del niño que solo quería jugar futbol.
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Por Jorge Emilio Mendoza Piña / @georgehatetweet