De pronto una voz en inglés me despertó, luego aquella misma voz comenzó a hablar en japonés, me pedía enderezar el respaldo, guardar mi mesa y ajustar el cinturón, el aterrizaje estaba próximo, el descenso comenzó y la hora local fue anunciada, eran las 4:30 pm pero afuera ya se veían las penumbras sobre las pistas.
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Bajar del avión, ubicar la salida, pasar migración, letreros en japonés indicaban la dirección para abordar el Narita Express, tren moderno con el cual cuenta el país del sol naciente y que conecta con su aeropuerto al área conurbada de Tokio.
Abordé aquel transporte férreo y bajé en la estación de Ueno, el bullicio de las calles era colorido, el comercio resaltaba entre templos sintoístas, luces brillando en la noche que era de kanjis luminosos indicando la venta de productos y servicios, de repente mi andar se detuvo junto a un poste de luz, una vieja calcomanía llamó mi atención, era un viejo rectángulo pegado de forma diagonal con la leyenda “Ladrón de mi cerebro” y un logo rayado verticalmente con forma del Cerro de la Silla y una “M” que dominaba aquel plano.
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Ya lucía un poco gastado por las lluvias y por el sol, pero firme aún, sencillamente era el recuerdo de un pasaje en la historia regia que años atrás había viajado a tierras orientales para tratar de poner en alto el nombre de México, como ya lo había intentado antes el Pachuca o el Atlante. Esta es la historia de un club mexicano que cumplirá una participación más en uno de los torneos más mediáticos de la FIFA, torneo donde ningún mexicano ha logrado cruzar el umbral de la semifinal.
¿Cómo le va a los equipos mexicanos en el Mundial de Clubes? ¡Nunca han llegado a la final! 🇲🇽🌎😧
Checa el historial de los clubes de la #LigaMX en el Mundialito: https://t.co/bowW7LBrJJ pic.twitter.com/eXxQmpqz1w
— Apuntes de Rabona (@ApuntesdeRabona) December 9, 2019
Al día siguiente mi tren se dirige a la portuaria ciudad de Kamakura, paso forzoso por Yokohama, donde curiosamente vuelvo a encontrar una pequeña calcomanía del Monterrey en la parte superior del andén, me sorprende que aunque ya habían pasado algunos años del encuentro de Rafa Benítez y Víctor Manuel Vucetich, dicha imagen continúe pegada en tierras orientales.
Es que aquel diciembre de 2012 enfrentó a los Rayados con el Chelsea de Fernando Torres y de Petr Cech, la suerte no jugó del lado regio, la moneda había caído a favor de los de Frank Lampard y compañía. Aquella vez el esfuerzo de Chelito Delgado, José María Basanta y Jonathan Orozco no fue suficiente.
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La suerte tampoco fue diferente en 2011 en cuando los regios cayeron víctimas ante el Kashiwa Reysol, ni en 2013 cuando en territorio marroquí cayeron ante el club Raja Casablanca, campeón de liga de Marruecos. Hoy los Rayados sueñan en grande, un viaje a Qatar marca el inicio de un sueño que parece imposible, un deseo perfecto de pasar los cuartos de final para enfrentar al Faraón Mohamed Salah y al Liverpool. ¿Por qué no? El futbol está diseñado para la sorpresa y para hacer historia, la distancia entre Monterrey y Doha parece muy distante.
Parece que el equipo de Antonio Mohamed está destinado a escribir una nueva historia, llena de sueños y dispuesta a traer un nuevo trofeo a las vitrinas del club, ya sea de liga mexicana o de la FIFA. Al final la historia de las andanzas regias en tierras niponas se irá difuminando como las calcomanías, solo recordadas por su afición, tal vez en algún futuro un mexicano recorra las modernas calles de Doha o alguna otra ciudad de Qatar y podamos encontrar algún rastro o calcomanía que ilustre al primer equipo mexicano campeón del Mundial de Clubes de la FIFA.
Soñar no cuesta nada. ¡Suerte Monterrey!
Por: Carlos Silva / @saga0003