El sol pegaba con fuerza en la cancha del Tecnológico de Monterrey aquel primero de marzo de 1986. En 41 años nunca levantamos una copa, pero esa tarde sentíamos que podíamos lograrlo. A pesar de que perdimos la ida 2-1 contra el Tampico Madero, la ciudad y los aficionados regiomontanos teníamos la confianza de que el equipo dirigido por Francisco Avilán lograría la remontada.
Traíamos un equipazo en esa competición especial que se jugó debido a que se acercaba el Mundial. Fue una especie de torneo corto en el que conseguimos trece victorias, tres empates y dos derrotas, siendo líderes generales, y con el Abuelo Cruz metiendo goles desde cualquier lugar para consagrarse como el primer campeón de goleo de Monterrey.
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La mayoría eran jugadores de cantera, de Monterrey. Y se notaba que amaban la camiseta. Durante todo el partido jugaron con el alma, pero el gol no llegaba. El tiempo se consumía y en la tribuna la gente desesperaba. De pronto, un despeje largo de nuestro portero, Jesús Wama Contreras, botó hasta Mario Bahía de Souza Mota, uno de los pocos extranjeros que tenía el equipo.
Bahía se quitó al defensa y encaró al portero jaibo, que se aventó para detener la pelota. En lugar de lograr su meta, zancadilló al atacante. El árbitro Enrique Mendoza Guillén no dudó en marcar el penal. Reynaldo Güeldini -otro de los extranjeros- tiró el penal como nunca lo había hecho en toda la temporada: al centro. El corazón entero del estadio se detuvo cuando el portero la alcanzó a tocar con los pies, pero la fuerza del disparo terminó imponiéndose; el balón cruzó la línea. Faltaba una media hora de juego, pero con el empate había llegado la calma.
El encuentro se fue a tiempos extra. Era un matar o morir que nos consumía. Pero no tuvo que pasar mucho para que nuestro destino se definiera. Otro despeje largo de Wama que controló Güeldini, se combinó con Bahía y filtró la pelota al Abuelo Cruz. Estaba mano a mano con el portero y todos aguardábamos de pie.
Cruz picó la pelota, botó una vez y cuando parecía que entraba, llegó el defensa Guadalupe Zavala y la sacó. Nadie en el estadio la pudo ver clara. Todo fue muy rápido, pero el bandera Edgardo Codesal la marcó como buena. La explosión de júbilo fue ensordecedor. El estadio gritaba ¡Uno, uno, uno! invocando ese primer campeonato que estaba tan cerca y tan lejos.
Tampico se volcó al frente buscando el empate, pero nuestros muchachos defendieron el resultado a toda costa. A Wama le rompieron dos costillas, mientras que a Bahía le fracturaron la nariz. La Jaiba Brava había perdido la cabeza. Eso nos facilitó el trámite del partido. Cuando el árbitro pitó el final, la gente invadió la cancha. Por primera vez pudimos llenar la Macroplaza mientras seguíamos gritando ¡Uno, uno, uno! Ahora ya no invocando, sino confirmando debajo del Cerro de la Silla que por fin habíamos alcanzado la gloria.
Hay quienes dicen ahora que el campeonato que ganamos no cuenta; que lo nuestro era un torneo de chocolate por los pocos partidos que jugamos. A mí no me importa. Ni a ningún miembro de la Pandilla. Ese día estará siempre en nuestra memoria, y solo los que hayan estado ahí, en el primer campeonato de su equipo, van a poder entendernos. Lo demás son puras habladurías.
Por Bernardo OV / @bernaov