Mané Garrincha vivió a su manera. “Yo no vivo la vida. La vida me vive a mí”, solía decir quien fue bautizado como “La alegría del pueblo”. Su paso se resume en el campo, en los bares, en las camas de muchas mujeres y en el imaginario de todo un pueblo que gozó con él. En 1983, se apagó la estrella del “Ángel de los pies torcidos”. A los 49 años, después de haber vivido, gozado y sufrido, Pau Grande -su pueblo natal- lloró desconsolado su partida.
Los médicos le prohibieron jugar futbol y dijeron que diera gracias por el milagro siquiera de caminar. Mané no se limitó a las palabras y explicaciones. Se fue contra la lógica de la ciencia y marcó la diferencia. Tenía una pierna más larga que la otra y ambas arqueadas para el mismo lado. Nació y creció con la poliomielitis, misma que hizo su aliada. Se enseñó a jugar y fue el mejor en su posición a pesar de las adversidades.
Una de sus hermanas lo apodó “Garrincha”, que era el nombre de un pájaro paticojo y feo que abunda en Brasil. Y Garrincha voló. Prendió el fuego de Botafogo en Río de Janeiro y deslumbró al mundo. Cuando hizo la prueba en el entrenamiento, le dijeron que lo iba a marcar el capitán del equipo, Nilton Santos. “¿Quién? Para mí, todos los defensas se llaman Joao”, respondió. E hizo alucinar y bailar al líder de aquella escuadra. Tras la práctica, el mismo Santos se dirigió a la oficina del presidente y le dijo que de no ficharlo, sería el error más grande de su vida.
Lo bueno de Garrincha era su futbol. Lo malo de él era su despreocupación tan peligrosa. “Entrenador ¿hoy es la final?», preguntó al técnico de la Selección Brasileña durante el Mundial y este afirmó. “Ah, con razón hay tanta gente”, sentenció quien, al tiempo, levantaría el primer título de Brasil en un Mundial. Cuatro años después de eso, en Chile 62, repitió la misma hazaña, pero ahora con él como bandera tras la baja por lesión de Pelé.
Se retiró y se refugió en el alcohol y los brazos de Elsa Soares, la cantante más famosa de Bossanova en Brasil. Pero Elsa no fue la única en su vida, hubo más. Tuvo 13 hijas reconocidas y desperdigadas en todo el orbe. Se dice que tuvo más sin reconocer. Pero el gran anhelo de Garrincha era tener un varón. Pidió y rogó para que se lo dieran e incluso prometió que, si tenía un hijo, dejaría la fiesta y el alcohol. Al tiempo, Elsa le dio la buena noticia y Garrincha festejó con una borrachera que duró varios días.
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El alcohol y la fiesta lo fueron acabando. Tanto su vida personal como amorosa con Elsa Soares, se fue desgastando. Se quedó solo y gastó los ahorros que tenía en el vicio. Daba tristeza verlo en la calle, mendigando y destruyéndose poco a poco. Murió triste y solo en un hospital al que había ingresado tres días antes a causa de una cirrosis hepática.
Luego de su muerte, descubrieron que guardaba muchos cheques sin cobrar en uno de sus cajones, debido a que no sabía cómo funcionaban los papeles y su caducidad. A su funeral asistió todo Río de Janeiro. La alegría se convirtió en tristeza. Sobre su tumba, en Pau Grande, hay siete velas en honor al número que llevó y defendió con amor y alegría. También se puede leer el epitafio, como un homenaje a su paso sobre la tierra, “Yo no vivo la vida. La vida me vive a mí”.
Por Cruz Soto / @Cruzinhosoto