“El teatro es un tipo de arte que emplea a la vez recursos variados (que en otras artes son utilizados específicamente y por separado), como el ritmo, palabra y música, con el fin de imitar a personas que realizan acciones. Y todo ello porque de esa imitación el ser humano extrae un placer cuyo gozo es connatural a su carácter, así como también lo es su mero gusto por aprender.
Se divide en:
Tragedias – consiste en imitar situaciones serias con lenguaje elocuente y pulcro, dándole un carácter completo y espectacular, marcando cada segmento con secuencias dramáticas que movilicen las emociones más intensas y que signifiquen la expiación de tales pasiones.
Comedias – imita lo risible y feo de hombres inferiores, de manera que en ella se representa un defecto y una fealdad que no causa dolor ni ruina, pero tiende a presentar los hombres peores de lo que son.” (Aristóteles – La Poética).
El arte de la simulación ha sobrevivido a lo largo de los años en el balompié como la riqueza –en todo ámbito— que los griegos heredaron al mundo. Pasa el tiempo y nuevos actores protagonizan la puesta en escena llamada Futbol.
Su escenario son estadios en donde se aglomera el público expectante de algún acto digno no sólo de ser aplaudido, sino de resultar tan exultante que les lleve a una catarsis tal, que el alma se les escabulla al gritar ´¡Gol!´. Una obra donde el guion se escribe en tiempo real.
En cambio, los personajes que corren –a veces trotan y en casos extremos solo caminan— por la escenografía verde, entregan escenas patéticas a las que se les corresponde con abucheos y cánticos donde se mancilla la imagen de la madre.
Por un lado, está aquél que guiado por el ritmo cardíaco de su pasión y la música de los cánticos del público que le arropa, se sale del libreto del estratega; entre suspiros y ojos expectantes es que un tiro suyo acaricia las redes.
Por el otro, encontramos al histrión, ese jugador que pareciera no tolerar la falta de atención del árbitro, de quienes acuden al estadio y de las cámaras que todo lo ven. Cualquier roce, jalón de camiseta y hasta guiño del adversario es buen pretexto para salir volando por los aires como si hubiese sido fusilado o revolcarse por el pasto, al tiempo que su cuerpo convulsiona en incontables ocasiones. A esto se suma el ya clásico tomarse del rostro aunque el pequeño golpe se haya sufrido en cualquier parte del cuerpo ajena a él.
La peripecia para que al valiente en cuestión se le ocurra el autoengaño y el intento de engaño es buscar que el juez principal dicte sentencia al supuesto victimario, la roja, es claro, ya de perdida la amarilla, o al menos una falta a su favor. De no conseguir ninguna de las anteriores opciones, el implacable actor replica injurias a diestra y siniestra para el árbitro que interpreta una pobre actuación de un actor de reparto, quien además recibe sanción por sinvergüenza.
Para muchos es “astucia” y “picardía”, lo cierto es que se intenta sacar provecho del mayor defecto del árbitro: que es un ser humano. Las jugadas tan rápidas terminan por ganarle a su velocidad, así como su visión que al parpadear puede perderse de un pequeño instante que puede resultar fatal. Y ni qué decir del libre albedrío, pues puede interpretar algo que se confronte con millones de fervientes apasionados que opinen diferente.
Aunque el estafador disfrazado de futbolista olvida que el silbante también tiene televisión en casa y, que como él también entrena, de tal forma que su memoria le recuerda nombres, dorsales, ademanes y gesticulaciones de quienes roban la esencia del fairplay. Así que cuando sí hay una falta real simplemente no la marcan, pues dudan de su reputación.
Pero si la mentira es comprada, entonces el césped, que a menudo confunden con alguna piscina ideal para que el jugador se muestre agónico, los movimientos del actor podrían confundirse con algún performance. Por otro lado, cuando el golpe asesta en el futbolista, éste se queda inmóvil.
La farsa adquiere aún más veracidad cuando el médico del equipo y cia. ingresan preocupados y consternados porque el crack se haya lastimado con gravedad –a veces hasta ellos son engañados–. Un poco de agua para peinarse, bebe para escupirla y asiente con la cabeza para decir que todo está bien. Como ave fénix resurge de las cenizas y vuelve a combatir.
El embaucador no contento con salirse con la suya, todavía tiene el cinismo de robarle tiempo al reloj. Podría sonar algo paradójico, pero es así, consumen con glotonería segundos vitales que significan la muerte lenta de sus adversarios.
La obra llamada Futbol dispone de veintidós actores, quienes se encuentran en un viaje de 90 minutos –más el descuento— en que harán todo por consagrarse ante un público que no busca otro final para esta Epopeya que el de la victoria.
Futbol, Odisea teatral donde veintidós jugadores transitan en la tragicomedia. Hay quienes dejan su vida en cada partido por la pasión que los mueve, mientras que otros viven esa pasión a base de muertes cómicas.
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Por: Ricardo Olín /@ricardo_olin