La tierra del Estado de México -tan castigada últimamente- es un terreno en donde entre injusticias, represión y violencia germina el futbol en la actualidad. Siempre ha sido la vieja frontera del esférico donde se cumplen gran parte de los anhelos y perspectivas de todo un pueblo. De ahí que voltear la vista atrás a la relación amorosa que sostiene con el balompié mexicano, implica no solo un ejercicio memorioso sino también una apuesta por rescatar viejas conquistas y grandes victorias.
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En un intento por recoger las voces populares que reconfiguraron la historia de la pelota en Toluca, podemos ver el surgimiento de los Osos Grises, equipo mítico de futbol que como los objetos estéticos de la vida, fue efímero pero dejó una huella indeleble en el ideario popular.
Y es que los Osos Grises nacieron en 1976 como un proyecto emprendido por el gobierno del estado, que por aquel entonces tenía como supremo pontífice en la gubernatura a Jorge Jiménez Cantú. Lo más curioso de todo es que no comenzaron con el nombre de osos, oficialmente fueron presentados como Club Deportivo del Estado de México. En un formato que pretendía involucrar al entonces antecesor del gobernador, nada menos que Carlos Hank González. Es decir, todo indicaba al principio que el club iba a obedecer a una gramática política. Pero, ¿realmente fue así?
Primera Temporada, el balón es del pueblo
Los Osos Grises entraron en el escenario del balompié mexicano durante la temporada 1976-1977. Por esos años la guerra sucia se recrudecía a lo largo del país. Corría la edición XXXIV del torneo de liga en la Primera División y la época profesional del futbol mexicano llegaba a su fin. La maquinaria del presidencialismo afilaba sus engranajes.
La sociedad mexicana vivía presa entre el espectáculo del América y el Guadalajara, dos íconos del futbol que no terminaban por rescatar al espectador, pues al final tenía que salir otra vez del estadio y volver a la realidad. Allí donde al término del año, López Portillo tomaría las riendas de la presidencia, la situación no pintaba nada bien para el mexicano promedio, ávido de historias que lo significaran y que retrataran la lucha que él mismo sostenía todos los días.
Afuera los guerrilleros emprendían un combate en la Ciudad de México, ya que la Liga Comunista 23 de septiembre floreció y llegó a las planas a finales de los setenta, justo donde la resistencia era una forma de vida.
Es en este plano que en la Tercera División, el Club Deportivo del Estado de México debuta, logrando el ascenso a la Segunda durante su primer torneo. La magia comenzaba a suceder y el esférico se volvía una esfera de cristal que predecía un futuro épico. Por otra parte, los primeros choques y partidos se jugaron en lo que hoy es la Ciudad Deportiva de Toluca.
A raíz de que al gobernador Jiménez Cantú le llamaban el oso, dicho mote comenzó a popularizarse entre los jugadores. Así terminaron adoptando el nombre de osos, cuyo rugido crearía un breve espacio de libertad que se separaba del oficialismo, contemplando, como Sísifo en la cumbre de la montaña, el buen futbol.
Compartían la cancha con el equipo de la Planta de Chrysler. En ese sitio, se jugaban mucho más que un simple espacio, allí entre aplausos y gritos fueron conquistando terreno. Peleaban cada balón y su manera de jugar codificaba el espíritu que después tendrían los Toros Neza.
Los Osos Grises serían el proto-equipo de un sueño, el cual permearía en la capital del Estado de México a finales de los noventa, con los triunfos de los Diablos Rojos.
Así fue que el amor de los obreros no se hizo esperar. La gente comenzó a llenar el estadio donde jugaban. Ya para el ascenso se fueron a La Bombonera, hoy famosa casa de los Diablos Rojos. Allí se disputarían los partidos míticos contra equipos históricos de la Segunda División como el Irapuato, el Cuautla o los Coyotes Neza.
El diálogo con el balón no solamente los confrontaría con otros equipos, también les permitiría una retroalimentación. La pelota comenzaba a sedimentarse en Toluca con un estilo muy particular, garra y espectáculo. Dos canales que se pudieron sintonizar en el toque de los Osos Grises, sin embargo, un punto les arrebataría la gloria de lograr el ascenso dejando el camino libre para los Atletas Industriales. Este fue un torneo que aún hoy marca la manera en la que se juega en la Segunda División en México.
Fulgor de los Osos Grises
En Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, Neruda teje a una sola voz la vida trágica de un héroe chileno, entendiendo que los instantes son eternos porque componen y sintetizan la lucha de toda una época. Una situación similar le ocurrió a los Osos Grises en la temporada 1979-1980, ya que ese período condensaría todo el anhelo de un equipo por alcanzar la gloria de la Primera, fulgor que dejaría un testimonio. Al final puede que otros controlen nuestras vidas, pero nadie gobierna al buen futbol. La pelota no tiene dueño, es colectiva.
Los números no mienten, 19 partidos ligados sin perder y el liderato de la Segunda División estremecían a la Bombonera, los Osos Grises no conocían de mandatarios. Eran una avalancha de esperanza, una bocanada de aire fresco que golpeaba las puertas de la liga mayor.
Con 92 goles convertidos conocían el esférico a la perfección y con 84 puntos se catapultaron para la Liguilla, el ascenso se veía cerca.
Pero un partido contra el Nuevo Necaxa los desarmaría completamente. Lograron sobrevivir por la posición en la tabla. Su garra se impuso en los momentos difíciles, pero a pesar de eso resintieron el partido: la eliminatoria no era lo que habían pensado. Sin embargo, no darían un paso atrás, la instancia final se veía lejana, pues del otro lado tenían nada menos que a los Atletas Campesinos de Querétaro. Con todo, no estaban dispuestos a regalar el partido y darse por vencidos.
En el juego de ida empataron en un partido trabado, donde los Atletas Campesinos resplandecían con un futbol sumamente natural, se veían tranquilos en la cancha, y jugaban conociendo los ángulos y el planteamiento de los Osos. Era como ver a Beethoven componer la Sonata para piano No. 14. Sin embargo, a momentos daban latigazos en el campo, desmarcándose y tocando el balón de manera rápida; la defensa de los Osos no podía contenerlos si marcaban por área, así que se fueron al marcaje personal. Pitaron el final del partido y los Osos sonreían, se venía la vuelta. Con 23 juegos en casa, solo habían perdido ante el Cuautla en la Jornada 8, y las cosas comenzaban a ponerse en su lugar.
La vuelta
Los Atletas Campesinos fueron un equipo único, y pese a los cambios que sufrieron, eran de las pocas escuadras que jugaban con una idea en la Segunda División, pues el planteamiento en cada partido era evidente. En un intento por emular a los equipos de la mayor, dejaban a un líbero suelto que proveía de balones a los delanteros que se despegaban en un instante, dejando boquiabiertos a los defensas.
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Por otra parte, a veces subían en bloque y el toque acompasado construía una jugada que terminaba siempre en un tiro al arco. Los Osos Grises lucían confiados pero realmente era un volado. El partido comenzó y los Atletas tomaron ventaja, con un penal errado de Silvano Rodríguez no se veía cómo se podían recuperar. No obstante, faltando solo 15 minutos, un rugido muy al estilo de los Osos emparejaría las cosas. Con el reloj encima la delantera de los Atletas se despegó como solía hacerlo. (https://www.foleyengines.com/)
Un campeón de la nostalgia se coronó ese día. La Tota Carbajal director técnico de la escuadra lloró… ¡Qué importaba su carrera, los Atletas estaban en primera! El trofeo tenía el nombre de los Osos escrito, así que el equipo de Querétaro se regresó con las manos vacías.
Los Osos por otra parte habían combatido con todo, pero se despedían del ascenso. Nunca volverían a estar tan cerca.
A manera de epílogo
La gente terminó abandonando la Bombonera. Ya no acudían a los partidos de los Osos Grises, quienes se fueron desvaneciendo y pronto emigraron a Texcoco. Eran ídolos caídos en un siglo donde el fracaso era el peor crimen. Para 1983 se quitarían el nombre de los Osos y desaparecerían por completo. Por ese entonces se rumoraba el rotundo fracaso del balompié en Toluca. A primera vista parecía que la capital del Estado de México le había apostado al equivocado. Sin embargo, toda esa pasión y ese buen juego inspiraría años después a otros equipos; nada pasa desapercibido en el futbol. Un sueño moría pero otro comenzaba a nacer…
Por: Andrés Piña/@AndresLP2
Yo ,Ismael Hernández fuentes ,me decían tatú,entrene una temporada con los osos grises ,en ese entonces el entrenador era Vicente Pereda ,no debute ,con osos, y de allí me fui al Ecatepec ,