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Cuauhtémoc-Blanco-debut-1
19 de septiembre de 2023
Aguascalientes, Aguascalientes

Cuando yo era un niño, odiaba a Cuauhtémoc Blanco. Lo aborrecía de una manera espectacular. No soportaba verlo cuando tenía la pelota en sus pies. Y si soy sincero, me irritaba de sobremanera que fuera sábado por la tarde, porque era en ese momento en el que él salía al terreno de juego con la playera del América y en la televisión se transmitían sus partidos. Y claro, la opción más viable era no ver sus juegos, pero como todo ser humano, el morbo y la curiosidad le ganaban a ese extraño sentimiento de ira y terminaba observando los encuentros. Y más claro, viéndolo a él divertirse con el cuero en sus zapatos.

Un antiamericanismo nació y creció de tal manera que no soportaba ver aquel hombre con el 10 en la espalda. Aunado a sus actitudes en el campo, el trato al rival, la forma tan despectiva y descarada de dirigirse a los árbitros y las burlas en sus festejos al anotar un gol y dedicarlo al graderío rival. Todo eso me hacía rabiar del coraje producido por sus conductas. Y para colmo, jugaba en el equipo más repudiado del fútbol mexicano: el América. No había dudas: era un odio natural.

Ese sentimiento comenzó cierto día. Encendí la televisión y se transmitía un juego de fútbol. Jugaban el América y el Atlas en el campo del Azteca. Lo ganaban las Águilas por 2-1 y el juego estaba por concluir cuando nació aquella que me hizo voltear a ver al 10. Cuauhtémoc robó la pelota en medio campo y dejó a su marca en el camino. Llegó al área y encaró a Mizhari, se lo quitó hacia su derecha e hizo que el portero se arrastrara una desesperación que se le dibujaba en todos sus movimientos, mientras que el 10 disfrutaba de aquella épica.

Después de dejarlo en el suelo, condujo hacia el centro y definió con tal desdén que su figura se encumbró y el Azteca se desbordó. La escena era dantesca. El mexicano trotaba y levantaba mucho los talones en símbolo de quien busca algo más complicado por hacer. Muy desganado después de haber roto al arquero, el 10 solo sonreía. Más que admiración, ahí se comenzó a gestar ese raro sentimiento de odio. ¡Cómo era posible que alguien hiciera algo así y encima festejar de tremenda manera!

Todos los domingos prendía la televisión para ver los resúmenes de la jornada en un programa llamado Acción. Por una extraña razón, siempre tenía el presentimiento de que Cuauhtémoc Blanco iba a aparecer en alguna sección en específico. Y no era solo una, eran varias: el mejor gol de la jornada, el jugador del partido, el mejor festejo, el antifutbol. Porque si algo le sobraba a Cuauhtémoc era el barrio. Ese sentimiento de pertenencia y la defensa al lugar de origen, hizo que “Temo” fuera castigado en varias ocasiones. Sus pataletas, berrinches y otros conatos de bronca originados en el campo de juego, hicieron que Blanco fuera enviado al exilio fuera de Coapa. Primero al Necaxa y luego al Veracruz. Aunque en ambos lugares logró demostrar su calidad como futbolista y el 10 siempre regresaba al nido.

El odio futbolístico creció de una manera irracional. Recuerdo una plática con mis compañeros de equipo. La ruta que nos llevaba al entrenamiento no llegaba y nos comíamos el tiempo en debates sobre quién era el mejor jugador de cada liga en el mundo. Sobresalían los nombres de Henry en Inglaterra. Zidane, Ronaldo, Ronaldinho en España. Del Piero y Zlatan en Italia, entre otros. Y al llegar a México, el voto hacia Cuauhtémoc Blanco era abrumador. “Es que es el mejor jugador de México en la actualidad”, me decían mis amigos. Y mis miserables argumentos no lograban cuajar con lo que respondían mis compañeros. Aquel momento no lo olvido nunca más, porque fue cuando comencé a comprender lo irrefutable: Cuauhtémoc Blanco era el mejor jugador de México, aunque no quisiera aceptarlo.

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Traté de abrir mis horizontes y ver al Cuauhtémoc jugador que me argumentaban mis amigos y no al personaje que yo solo observaba y que aparecía en el terreno de juego. Y sucedió: un pasé con ventaja, una diagonal para un gol cantado, un regate, una conducción con la pelota bien pegada al pie, un tiempo con la pelota y luego el pase al espacio, un remate de cabeza, un tiro bien escorado y fuera del alcance del portero, un todo. Cuauhtémoc era un espectáculo, una gozada, un jugador con barrio, talento, técnica y personalidad. Simplemente comencé a aceptar lo que de niño no podía y quería: Cuauhtémoc Blanco es el mejor jugador de México.

Celebré sus goles con la camiseta de la Selección Mexicana en los Mundiales de 1998 y 2010, porque no los convertía con la playera del América, sino con la del combinado nacional. Mi antiamericanismo festejó que no haya sido convocado a la cita mundialista de Alemania en 2006, pero con el paso del tiempo y con la madurez de los años, me preguntaba ¿por qué demonios lo llevaron si estaba en un gran momento? Eso tiempo el paso del reloj biológico: te hace darte cuenta de las cosas. Por más odiado que fuera, el 10 era único. No existía debate como tal.

A 25 años de aquellas tardes inolvidables de fútbol, el sentimiento es completamente otro. Con el paso de los años, los ojos de aficionado fueron quedándose ciegos para dar paso a la realidad concreta: Cuauhtémoc Blanco era en aquel momento el mejor jugador de México. No hay otra frase para acuñarle al nacido en Tlatilco y criado y crecido en Tepito. La última vez que lo vi vestido con la camiseta de las Águilas, el tipo hizo que casi se cayera el Azteca con una jugada monumental. Con 43 años y una panza prominente, encaró como en sus mejores tiempos, se metió en diagonal y cuando ya estaba en el balcón del área, picó la pelota y la estrelló contra el travesaño ante el grito de toda una tribuna eufórica que se desbordaba. El Coloso de Santa Úrsula estalló y rememoró los viejos tiempos del 10. A sus 43 años, 20 kilos de más y con una calvicie muy pronunciada, Cuauhtémoc Blanco seguía siendo el mejor jugador de México.

Hoy solo no me quedan los recuerdos revividos por los videos colgados en la red y sonrío al ver aquellas jugadas. Me río cuando armaba las broncas. Niego con la cabeza y se me escapa una risa cuando vuelvo a ver sus goles y solo me queda decir: “Era una pistola”. Puedo decir que mi odio hacía el 10 murió con aquel golazo de tiro libre que le convirtió al Pachuca en una final. Esa manera de pegarle y colocar la pelota fuera del alcance de Miguel Calero me hicieron entender muchas cosas. “Ah qué p^to golazo hizo este cabrón”, dije en aquel momento. Se despidió de México para irse al exilio de la MLS. Regresó por algún tiempo con Santos Laguna y encontró el retiro en la extinta Liga de Ascenso. Sinceramente puedo asegurar que perdí mucho tiempo odiando a un jugador que siempre fue el mejor del fútbol mexicano.

Por: Cruz Soto / @CruzinhoSoto

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