Preocupado y suspirando, así es como regularmente encontramos a Don Goyo, fumando, echando humo, con la cabeza blanca y llena de ceniza. Dicen las leyendas que está así porque cuida de su blanca dama que yace tendida junto a él, allá, en las frías lejanías donde el aroma huele a pino y el aire es frío, un lugar de inviernos congelantes. La verdad no es así, la verdad es que Don Goyo es un bohemio y es que cuando tienes sobre tus hombros una edad que ronda unas cuatro eras geológicas, cualquiera puede volverse un viejo gruñón y amargado.
Lee más: Los ecos de la 57: Atlético San Luis y Querétaro
Pasa sobre todo cuando tus memorias se difuminan entre ceniza y magma, entre sedimentos basálticos y domos que se destruyen, entre balones que no entran y entre tablas de porcentajes. Es que la última vez que lo vimos muy feliz fue en el ya lejano 1990, cuando el equipo de las glorias del Antiguo Guerrero se coronó campeón y la franja era rey de la primera división.
Tan solo es una montaña que suspira un recuerdo en forma de vapor de agua y flujo piroclástico con matices sepias llorando que ya no está Pablo Larios ni Manuel Lapuente, mucho menos Poblete. A veces, desde la carretera, se le ve exhalar nubes sulfúricas que añoran otros tiempos. Pero es que él lo sabe, su amor no tiene división, tan solo el destino le ha dictado ser poblano y defender una franja azul que lo ha hecho sufrir pero también gozar. Una franja que ha derretido las nieves del coloso y otras tantas enfriado el cráter.
Es que desde la cima, Don Goyo observa, da instrucciones y siempre está pendiente de lo que ocurre sobre el césped del Cuauhtémoc, sabe de los descensos y de directivas desleales, de franquicias robadas y de descensos que nunca existieron, a veces de salvaciones y otras más de desapariciones fantasmales.
Es que así es la vida de este lado del mundo, una vida entre franjas y cemitas, una vida entre el llanto del “Chelis” que se va y no se va y siempre regresa, entre montañas nevadas y calles trazadas por Ángeles.
Al menos en mi más tierna infancia mis recuerdos siempre tienen al Puebla luchando por no descender, ese era el común denominador. El mismo Puebla que perdió el descenso en contra del Atlético Celaya de Carlos Pavón y Félix Fernández y el Monterrey de Mohamed, ese mismo que después trasladó a la Unión de Curtidores a la Angelópolis después de ganarle el ascenso a Yucatán. Ese mismo Puebla que se coronó campeón en el viejo Estadio de la Sección 24 de Salamanca ante unos Petroleros comandados por “Tiba” y a los que no les alcanzó el tiempo.
Es que el mal de altura no solo te ocurre en la montaña, a veces pensar que sentar a César Luis Menotti en la banca te hará ganar un ascenso es algo muy complejo. Al menos parece que durante un largo tiempo seguiremos viendo a un volcán activo amenazando al Valle de México, entre lluvias de cenizas y exhalaciones moderadas, entre semáforos amarillo fase 2 y advertencias de no acercarse al cráter, así mismo con la franja, que al parecer seguirá tratando de brillar al borde de los márgenes de las tablas de porcentajes y de directivas que suelen lucrar de más con la afición.
Como un recuerdo de Alejandro “El gallo” García, Aspe, Campestrini, Ruiz Esparza y demás poblanos que han defendido la causa de la camiseta blanca con una franja que cruza el pecho. Hasta un viejo Raúl Cárdenas que poco pudo hacer por la causa camotera en el ocaso de su carrera como entrenador.
Así es la vida de este lado del mundo, al pie de montañas nevadas y de tacos árabes, de cemitas y de recuerdos de batallas en donde el orgullo poblano derrotó a poderosos ejércitos europeos, pero que en la cancha no ha alcanzado para hacer algo más en la liga.
Por: Carlos Silva / 双子座 の カノン (@SAGA0003)