Una de las frases más conocidas del Manifiesto del Partido Comunista, escrito por Karl Marx y Friedrich Engels, es «¡Proletarios de todos los países, uníos!«, sentencia que en primera instancia puede parecer ajena al mundo del futbol, pero que podría equipararse con el movimiento Against Modern Football u Odio Eterno al Futbol Moderno, pero para ahondar más en el tema es necesario responder a la pregunta, ¿qué es el futbol moderno?
Según los registros de la FIFA, el órgano rector del deporte más popular del planeta, la llamada historia moderna del futbol surgió en 1863 junto a la creación de The Football Association (FA), la organización más antigua del balompié, a pesar de que algunas décadas antes ya se habían realizado algunos escritos para establecer las reglas del balompié. Sin embargo, el esclarecimiento de las mismas se dio hasta ese año con la clara separación entre el futbol y el rugby.
La historia moderna del futbol no va de la mano con el origen del llamado futbol moderno, dicha historia simplemente sirve para establecer un punto de partida para el balompié que se practica hoy en día. El futbol unificado nos remonta a antecedentes que pueden encontrarse en disciplinas como: el futbol gaélico de origen irlandés, el Ts’uh Kúh chino, el juego de pelota mesoamericano y el calcio florentino italiano, por mencionar algunos ejemplos.
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El futbol moderno no tiene una definición establecida e inamovible, parte de la idea de recuperar el juego para los aficionados y dejar de lado la visión que se le ha dado al balompié como un negocio: el romanticismo de la pelota expresado en las gradas. Según se cuenta entre los fieles de la pelota y los pocos medios interesados en el tema, la revista STAND ha sido quien mejor ha capturado la esencia de lo que llama Bill Biss, editor de la misma, un sentimiento más que un movimiento organizado.
Fue en el verano del 2012 cuando dicha revista sacó un número que llevó por subtítulo Against Modern Football. Antes que ser un movimiento organizado el «Odio Eterno al Futbol Moderno», es una postura ante el creciente modelo económico que no ve más allá del futbol como un negocio, y que en la mayoría de los casos olvida la pasión, el sentimiento por los colores y la camiseta de un club al anteponer los intereses de las empresas y el mercado.
En lo que va del siglo XXI, éste ha sido un claro ejemplo de ello, pues los presidentes de muchos equipos dejaron de ser allegados a un equipo, ya no se diga socios o aficionados como en los inicios; las instituciones de mayor poderío económico descansan en los escritorios, y las cuentas de millonarios, que poco y nada entienden de un balón, veintidós jugadores, un rectángulo de hierba y los aficionados que lo rodean, se abarrotan.
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Con la explotación del modelo capitalista en su máximo punto, el futbol se convirtió en un negocio. Los estadios han disminuido su capacidad y las entradas en todo el mundo se han disparado respondiendo a estándares y comodidades que eliminan la libre expresión en las gradas. Los ultras, hinchas, hooligans y barras se han mermado con la desaparición de las gradas libres de separación y la unificación de asientos en cada localidad de algunos estadios; los jugadores ya no fichan para el equipo que soñaban cuando eran niños y se retiran en él, simplemente se limitan a saltar de cuadro en cuadro según convenga a partir de su valor en el mercado, los periodistas buscan hacer amistad con los jugadores para asegurarse algún lugar especial o privilegiado en el que puedan subir al mismo avión y hacer notas carentes de información; los apellidos de los protagonistas se han opacado ante los cientos de patrocinadores que lucen los uniformes y hay equipos que aparecen y desaparecen cada cierto tiempo debido a deudas, cambios, ventas y traslados de franquicias, acciones directamente ligadas al futbol negocio y completamente ajenas a los marinos deportivos y futbolísticos.
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Al finalizar cada temporada en Liga MX comenzaban las especulaciones del Draft, un mercado que mueve millones de dólares y en los que las piernas de los jugadores poco valen, ni qué decir de su opinión. Sería muy fácil buscar un culpable y deslindarnos de responsabilidades, pero en un deporte tan popular y que funge como un lenguaje universal, hacerlo sería paradójico. Sin embargo, hay quienes postulan que el futbol moderno dio sus primeras patadas con pantalones largos y a través de la burocracia gracias a la Ley Bosman.
Jean-Marc Bosman fue un mediocampista de origen belga que desafió al futbol desde los tribunales. A mediados de 1990 su contrato con el RFC Lieja llegó a su fin y el equipo quiso renovarlo reduciendo su salario entre un 60 y 75%. Ante las nuevas adecuaciones, Bosman quiso probar suerte en la segunda división francesa con el Dunkerque, pero la escuadra de su país natal le pidió 600,000 euros para dejarlo partir.
Fue así como el 8 de agosto de 1990, Bosman demandó a su club en un partido de marco legal que terminó ganando cinco años después y que otorgó a los futbolistas el derecho de convertirse en agentes libres al finalizar sus contratos, así como la posibilidad de que cualquier deportista de una nación que formara parte de la Unión Europea tuviera la libertad de realizar su actividad en otros de los países afiliados a la misma sin impedimento alguno. A partir de ahí fue que algunas naciones dejaron de invertir en los equipos infantiles y juveniles y prefirieron salir a buscar niños prodigios con el balón a lugares casi impensados con anterioridad.
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Pero culpar a Bosman sería una salida fácil. Si lo pensamos un poco más, los aficionados también hemos sido parte de este cambio que es una amenaza para el futbol, para los juegos en la calle con porterías improvisadas que poco y nada parecen postes, ese futbol que hoy en día es casi utópico. Los aficionados somos culpables porque hemos alimentado el mercado.
La última vez que visité la casa de mis padres lo primero que vi al entrar a mi antiguo cuarto fueron unos guantes y un par de zapatos de futbol. Los dos eran Nike. Los guantes tenían espuma intercambiable, una tecnología de punta cuando yo era niño, mientras que los tenis, los últimos con los que jugué, eran unos Total 90. Poco y nada queda en aquel cuarto del niño que creció idolatrando a Jorge Campos, el portero que atajaba en bermudas y playeras de surf y que, cuentan las anécdotas, con el paso del tiempo tuvo que cocerles el logotipo de la marca que patrocinaba a Pumas en ese entonces.
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Yo también fui parte de la globalización y crecí con los comerciales de Joga Bonito. Recuerdo perfectamente el partido en el infierno, Cantona alzándose el cuello, la jaula, Beckham en un pueblo Medieval y todos aquellos comerciales que conquistaron a una generación. Todo aquello comenzó en 1994 y sigue vigente hasta el día de hoy.
Tal vez nunca se descubra el Santo Grial para que el futbol moderno, el futbol negocio desaparezca de las canchas, pero mientras existan partidos, canchas y uniformes inventados en cualquier lugar del mundo, donde lo único que importe sea el juego por el juego, habrá un llamado, un manifiesto que resuene con cada balonazo para decir: ¡Jugadores de todos los países, uníos!
Por: Obed Ruiz / @ObedRuizGuerra