Ramón del Valle-Inclán es una figura titánica en la historia de la poesía. Sin embargo su vida no está exenta de garabatos románticos, muy parecidos a los lazos ocultos que componen El Ruido Ibérico. Composición elemental en la prosa de Valle-Inclán, que muestra la capacidad que tiene un escritor por sintetizar su pensamiento en un guiño, saludando agradablemente a la modernidad. Esperpento que sin duda reconfigura el arte, mismo que no está exento de una revisión crítica. Pues el mundo ya no existe de manera formal.
De ahí que germine también en Valle-Inclán, la pasión por el futbol. Una sinfonía incompleta que une lo cómico con lo grotesco y lo hermoso con lo sentimental.
No hay duda que el genio oriundo de Villanueva de Arosa, provincia de Pontevedra en la región de Galicia, mira con desdén a la moral de su propio tiempo que ya no rescata los dichos populares que él solía escuchar, cuando paseaba por las calles de niño. Ahora todo es una farsa, todo excepto el futbol. Y es que entre tantas leyendas que componen el canto de Valle Inclán, está la que cuenta cómo fue portero en un partido que se jugó en el salón de actos del Ateneo de Madrid. Evento que lo llevaría a afirmar que fue él quien importó el futbol a España.
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La historia es ésta. Ramón del Valle-Inclán venía de haber jugado un partido de prueba en Aranjuez contra el conde de Ramonones pero había quedado en empate. El escritor gallego comandaba al equipo de Ría de Arosa y Ramonones (político madrileño), había convocado a jugadores de la Alcarria.
Así que el partido se iba definir en un siguiente encuentro no sólo entre dos intelectuales, sino entre dos regiones de España. El lugar no podría ser mejor, el Ateneo era el centro donde se reunían las voces que brindaban por la transición al siglo XX, campo predilecto en donde habitaba lo contemporáneo. El futbol se entendía como un deporte que emanaba directamente de esta discusión, entre antigüedad y modernidad.
Fue así que alrededor de 1896 Valle-Inclán tomo la portería y se enfrentó al Alcarria. El partido sería mítico, pues no solo se jugó en un lugar épico sino que ejemplificó a la perfección la intención de los intelectuales españoles del tiempo por comprender que un nuevo mundo nacía. Y éste emanaba directamente de una pelota de trapo. Cabe mencionar que el Ría Arosa ganó por tres puntos, impartiendo cátedra.
Dicha noticia sería recuperada mucho tiempo después por el poeta, pero sería Manuel Chaves Nogales quien se encargaría de resguardarla para el futuro, en su sección Croniquilla de Ahora (1934). No hay duda de que pensar en Valle Inclán como un embajador del futbol es un garabato romántico. Emblema de un intelectual que evidentemente no sabía de fronteras estéticas, para él la vida era un continuo ejercicio, en donde el balón marcaba la pauta de un nuevo siglo.
Por: Andrés Piña/@AndresLP2