La historia de los Mundiales tiene muchas historias peculiares, la convergencia de tantas culturas en un momento y lugar específicos, siempre resulta en un sinfín de anécdotas que brindan la magia tan especial de una Copa del Mundo. La historia de Roger Milla cuenta con los atributos de un cuento fantástico.
Encontrar el camino
Milla transcurrió la mayor parte de su carrera en Francia como resultado de la migración africana al país galo. Después de comenzar su vida futbolística en su país, en Léopard de Douala y el Tonnerre (al que volvería años más tarde).
El camerunés viajó hasta el Valenciennes FC, antes de dar el salto al Mónaco, equipo con el que militó cuatro años y ganó su primera copa de Francia. Luego el Bastia, donde llegó la segunda, el St-Etienne, Montpellier y Saint-Pierroise fueron sus casas en el país europeo.
Hito africano
Roger coleccionó un par de trofeos al mejor jugador africano del año; condecoración que comparte con futbolista históricos como Weah, Drogba, Eto’o, entre muchas otras celebridades del continente. Muchos dicen que Milla es un talento tardío, sin embargo puede deberse a la madurez que el futbolista encontró más adentrado ya en su carrera, ese distintivo que lo catapultó al nicho donde ahora descansa su leyenda; las Copas Mundiales de la FIFA.
Alegre por naturaleza, el futbolista camerunés no tuvo la brillantez que uno espera cuando se habla de figuras de su envergadura. Pero la mayoría de ellas no tienen una historia como la de Milla y el Mundial de Italia 90. Tras una petición del presidente de su nación, el ya retirado jugador se puso el pantalón corto y se alistó para acompañar al combinado de su país.
En una Copa marcada por el deseo desesperado de Argentina por el bicampeonato mundial, una Italia que recibía con abucheos a Maradona, una Alemania con sed de venganza de lo que había pasado cuatro años antes en el Azteca, la sonrisa la puso Roger Milla. Un jugador en el retiro, fuera de toda forma competitiva, fue aquel que bailó en el tiro de esquina para alegrar los corazones de aquella tensa justa.
Sonreír y bailar
Decía Hegel que la filosofía es como la lechuza pues vuela con el ocaso, porque todos los dilemas filosóficos son entendibles cuando ya están terminando de pasar. Así fue Milla, un futbolista que comprendió que el ocaso era su momento de brillar.
Luego de una sorprendente victoria frente a la Argentina del Diego, los cameruneses enfrentaron a Rumania y era momento de saltar a la cancha para Roger. Corriendo el minuto 76, Milla anotó e hizo inmortal aquel momento; euforia desatada, el africano corrió al banderín de córner y bailó para recordarnos que esto es un juego, y que está hecho para divertirse.
No pasaron ni diez minutos y Milla y Camerún ya habían anotado de nuevo, un gol de antología. Rumania, que había vencido a la Unión Soviética días antes, no supo ni pudo reaccionar ante el jolgorio y la fiesta africana. El espectáculo apenas comenzaba.
Sin dejar de correr
Con la selección ya en octavos, el rival se tornó folklórico y especial: la Colombia de Valderrama e Higuita partía como favorita contra el Camerún de Milla y N’Kono. Tras un 0-0 en el tiempo regular, Milla saltó a la cancha para jugar el complemento. Luego de una astuta jugada de Omam-Biyik que habilitó al veterano delantero, Roger logró vencer el arco cafetalero; uno a cero. Carrera frenética al banderín: baile.
Es ampliamente conocida la habilidad del mítico arquero colombiano, René Higuita, con los pies, sin embargo le costó caro su truco y con su selección totalmente volcada al frente, Milla entró en el número de magia de Higuita y descubrió el truco del mago, arrebató la cartera y se enfiló directamente a colocar el último clavo de aquella selección que ilusionó a toda Sudamérica, pero se topó con Roger Milla. Cuarto baile en la esquina del campo y el pase de Camerún a cuartos de final. Una locura en Italia.
Los cuartos de final los enfrentaron con un gigante: Inglaterra. Luego de ir abajo por un gol a cero, Milla saltó a la cancha e inmediatamente alteró el ecosistema del partido. Provocó un penal ante la desesperada marca inglesa que seguía nerviosa por su ingreso al juego.
No habían pasado ni cinco minutos y Milla ya había habilitado a Ekeke para que macara el 2-1. Frenesí incontrolable; el fenómeno camerunés invadió las peores pesadillas de los ingleses que a partir de ahí debieron reman contra corriente.
Como sucede con regularidad, para desgracia de los aficionados al futbol, Inglaterra cuenta con más oficio, experiencia, ese caché que te da vivir en la élite del balompié. La ansiedad de los africanos de saberse cerca de las semifinales por primera vez para un equipo de aquel continente les carcomió el temple, y terminaron provocando par de penales que sepultaron sus esperanzas en aquel Mundial que se trató de dos; Maradona y Milla.
Roger volvería cuatro años más tarde solo para recordar al mundo que un africano había puesto en el mapa ese futbol olvidado por la aristocracia futbolística. Camerún no logró avanzar de grupos e incluso fue goleada por los rusos, sin embargo, Milla entró en aquel partido de récords y se convirtió en el goleador más longevo en la historia de los Mundiales hasta ese momento.
Tras la llegada del futbol moderno, que podríamos establecer en Estados Unidos 94, este tipo de historias se repiten con menos frecuencia, es por esto que el símbolo de Roger Milla brilla más en el túnel del tiempo, un tipo que desafió la edad, las críticas, las burlas, por reivindicar el futbol en su tierra, en su continente, en su baile.
Leer más: Inglaterra 66 y el futbol en África
Síguenos en Google News
Por: Alfredo Canseco / @alfrecanseco